Hace unos días se editó Allá. Cuatro obras de teatro, de la dramaturga, directora y docente Raquel Diana, autora de casi una treintena de obras multipremiadas y estrenadas en diversos países de Latinoamérica y Europa. El libro que acaba de salir recopila cuatro de esos textos. En el primero, Cuento de hadas (1998), Diana vuelve sobre la experiencia personal y colectiva que gestó la dictadura militar, como parte del largo proceso de repensar –como advierte Gustavo Remedi en el prólogo– “la construcción de la memoria histórica del pasado reciente”. Secretos (2001), por su parte, describe la coincidencia de una poetisa, una limpiadora, una abogada, una ex presa política y una muchacha. Laguna (2009) es una puesta sobre Horacio Gelós Bonilla, uno de los mártires del SUNCA y único edil departamental desaparecido. Finalmente, El tipo que vino a la función (2014) resignifica la censura y sus quiebres, con una prevención: “Queridos espectadores, prometo que no van a ser sometidos al aburrimiento del recuerdo de épocas de las que no renegamos, pero de las que ya hemos hablado lo suficiente”, invirtiendo el enfoque y las formas habituales de abordar el pasado reciente.
A la autora le sorprendió y la alentó el interés que generó el paisaje en torno a la dictadura de estas cuatro puestas: “Cada una atesora su homenaje y su venganza –en algunos casos parece no quedar más que la justicia poética– y dan voz y lugar a personas que no existen, cuando el relato predominante se basa en la ‘teoría de los dos demonios’ o el ‘apagón cultural’. Pensé que reunir estas piezas y presentarlas en formato de libro podía aportar por lo menos una cierta mirada. Ya que contar también es dar sentido”, explica. Para Diana, es difícil pensar en no volver a escribir sobre dictadura cuando se trata de la literatura propia –“algo así le escuché decir a Gustavo Espinosa”, recuerda–, y pensó que podría hacerlo con esta edición, pero enseguida lo reconsideró: “No se puede poner límites a la creación ni a la recepción. Quién sabe sobre qué cosas habré de escribir, ni cómo las va a tomar la gente. Me gusta proponer un teatro participante de la vida y la historia. Luego de algunas vueltas por las superficies, el palabrerío y la egolatría, parece que el teatro va hacia algo más radicalmente humano, como la poesía y la verdad”.
Cree que, frente al simulacro de la realidad, lo que le queda al teatro es su poética y su inteligencia, su idealismo y su responsabilidad, y el aquí y ahora de los cuerpos. Como dice la poeta de Secretos: “Círculos solamente. En eso se va la vida. Una piensa que todo es conquista, novedad. Pero lo que hay es volver. Un aquí redondo”. Lo que vendría a volver a plantear que, sobre la impunidad, siempre será imposible construir sentido.