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Cristina Peri Rossi. Foto: Néstor Sanguinetti

Las asimetrías del amor. Entrevista a Cristina Peri Rossi

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Después de casi 20 años sin publicar una novela, la escritora uruguaya regresa al género con Todo lo que no te pude decir (Hum, 2018), una narración coral interpretada por personajes que se entrecruzan en historias de amor, diferencias y asimetrías, que se presentará hoy a las 21.00 (en el salón Rojo de la Intendencia de Montevideo) en el marco de la Feria Internacional del Libro. Como ya tiene acostumbrados a sus lectores, la autora desafía las convenciones sociales y los caminos narrativos previsibles. Otra vez, como dice Elena Poniatowska, “Peri Rossi salta sin red”.

Hacía casi 20 años que no publicabas una novela. ¿Se hizo esperar porque estabas en otros proyectos o porque el proyecto mismo de escribir una novela es distinto al de escribir un libro de cuentos o de poemas?

Sí, es completamente distinto pero, por otro lado, se publican demasiadas novelas. Es el género de la novelería, ¿no? Es el género más fácil de escribir sin talento. Como le pasa a Don Quijote cuando quema las novelas, encontrar una buena en el aluvión que se publica es difícil. Y no quiero escribir una novela de entretenimiento; por eso, cuando escribo una novela es porque considero que lo que se cuenta allí es importante, después los lectores coincidirán o no. Por otra parte, el no haber publicado otra novela en este período no significa que no la haya escrito: guardo una muy extensa en un cajón, pero hay que podarla, y esa tarea me resulta muy pesada. No quiere decir que sea inferior a esta, sino muy diferente, completamente autobiográfica.

Una vez más, estás en un buen momento editorial, publicando al mismo tiempo en España y en Montevideo...

¡Por fin! ¡Por fin estoy publicando en Montevideo! No tenía sentido que estuviera editando solamente en España o en Japón, como lo estoy haciendo, y no en el país que quiero más en este mundo. Durante mucho tiempo no recibí ninguna propuesta desde Uruguay, y durante muchos años estuve en el ocaso. Afortunadamente, hace un par de años la editorial Hum se interesó por mi obra y ya lleva publicados varios títulos míos. Incluso estamos preparando una antología de poesía que saldrá antes de fin de año; se va a llamar Arqueología amorosa.

A pesar de que no publicaste en Uruguay durante mucho tiempo, siempre estuviste presente. Allá se encontraban varios títulos, y pienso en las novelas que se editaron en Seix Barral, El amor es una droga dura [1999], o Grijalbo: Solitario de amor [1988] y La última noche de Dostoievski [1992].

No creas que fue tan así. En esos años me llegaban reproches de mis lectores montevideanos, porque allá no se encontraban mis libros. Entonces llegamos a un acuerdo con el editor de Grijalbo: bajar el precio de los libros a cambio de que yo renunciara a los derechos, y así lo hice. Fue algo muy bonito, porque en aquellos años fue la forma que tuve de que mis libros llegaran otra vez a Uruguay; a esa ausencia yo la sentía muy dolorosamente. No me pedían entrevistas o colaboraciones en revistas, como si estuviera molestando otra vez.

Es inevitable relacionar Todo lo que no te pude decir con tu último libro de cuentos, Los amores equivocados [2016], porque parece continuar la misma línea temática.

En parte sí, continúa esa línea de historias amorosas que la sociedad puede entender que son “equivocadas” o poco convencionales. No hay dudas de que es una novela sobre el erotismo, pero lo que ocurre es que el erotismo asume tantas formas en la vida que una novela sólo puede reflejar y hablar de algunas de esas formas. Soy consciente de que es una novela que puede considerarse hasta cierto punto escandalosa, porque habla de los deseos y del erotismo más subjetivos, más particulares, aquellos que difícilmente se pueden considerar normativos u ortodoxos. Pero lo que contesto a ese argumento es que la literatura no está para hablar de la ortodoxia, no está para hablar de lo “normal”. Todo lo contrario, desde una perspectiva empática, de una manera en la que nos ponemos en el lugar del otro o de la otra, hasta del más diferente a nosotros, y encontramos una forma de describirlo sin juzgarlo, de sentir lo que ellos sienten sin llevarlo a la acción.

Según me contabas, la novela surgió de una noticia sobre dos monos que se habían escapado de un zoológico.

Así es, creo que fue en Tenerife, un lugar así... era una isla. Tampoco me acuerdo de si eran dos o era uno, pero es cierto, surgió de una noticia que escuché en el informativo. Hay que tener en cuenta que a mí me fascina el mundo animal, me paso leyendo cosas sobre animales y siempre estuve muy interesada en la conducta animal. Forma parte de la gran curiosidad que tengo por otras disciplinas, como el cine (muy presente en esta novela), la música o la fotografía.

Es que esta novela puede leerse como un tratado sobre la conducta, en el que lo no dicho aparece ya en el título y también está presente en la forma de relacionarse de los personajes. ¿Somos lo que no decimos?

Hay cosas que no decimos voluntariamente por no hacer sufrir al otro o por el motivo que sea, pero también hay cosas que no decimos porque ni siquiera nosotros mismos las sabemos; las vamos descubriendo en el encuentro con el otro, no las podríamos decir todavía.

En la novela sostenés que siempre hay algo que no se dice, y que sólo podemos saber sobre los demás lo que ellos nos quieren decir. ¿El resto es un espacio para llenar, para completar con las fantasías que tenemos sobre el otro?

Claro, siempre lo hacemos. En primer lugar porque no procedemos por “te conozco y te valoro”, sino por la proyección que hacemos sobre los demás; lo que colocamos ahí son nuestros fantasmas, que pueden ser cosas positivas o negativas. Es muy difícil conocer a alguien. Cuando Bécquer dice “poseía eres tú” está demostrando hasta qué punto llega la proyección. Ella no es la poesía, la poesía es él proyectando la poesía sobre ella. Lo que sucede es que también necesitamos esa proyección, porque que cada uno viva solo con sus fantasmas es tremendo.

La estructura de la novela está muy bien orquestada, se nota esa ilación que hay de una historia a la otra, desde la anécdota de los monos hasta la dictadura uruguaya, con personajes primarios y secundarios que van, alternativamente, cobrando protagonismo.

Amo mucho las estructuras, pero me gusta variarlas y que tengan sus correlatos, como si creara un puzle y el lector tuviera que ir armando las piezas. La historia de los monos tiene, más adelante, su correlato con la cita entre dos personajes, que se juntan para mirar King Kong [2005] y en esa película lo que se cuestiona es, justamente, si el monstruo puede tener dulzura. Es la contrapartida a la historia de uno de los personajes que aparece al principio de la novela, y después pasa a segundo plano porque son otros los que tienen protagonismo, como en la vida, que tenemos muy presente a una persona, después desaparece y más adelante vuelve a aparecer, así se organizan los capítulos y así se van relacionando unos con otros.

Creo que es la primera vez que en tu obra aparecen tan explícitamente referencias a la dictadura uruguaya.

No, no es la primera vez. Hay un relato tremendo, “Lovelys”, que está en el libro Cosmoagonías [1988]; es de los cuentos más serios que he escrito, y lo escribí durante la dictadura. Se trata de un matrimonio que ve cómo el ejército secuestra a sus vecinos, entonces el hombre les impone el silencio a su mujer y a sus hijos. Luego el personaje queda impotente y va a psicoanalizarse, quiere descubrir cuál es el origen de su impotencia, que tiene que ver con lo que no dijo, con lo no dicho, otra vez.

Pero me refería a los textos que has publicado últimamente, porque también hay relatos como “La rebelión de los niños” o “El mártir”, que se refieren a esa parte de nuestra historia, pero también es cierto que son más próximos a ella, y fueron escritos en esos años, como la novela La nave de los locos [1984].

Es que me costó mucho desembarazarme de ese tema. En primer lugar por una cuestión de dolor, porque son cosas tremendas y cuesta mucho escribirlas. Cuando uno escribe se pone en el lugar del otro y se sufre mucho. Conozco millones de historias que en algún momento pensé que con el pasaje de los años podría escribir, pero ahora sé que no lo voy a hacer porque son demasiado dolorosas, aunque en sí mismas sean historias perfectas, como decía Borges; parece que alguien estuviera escribiendo por uno. Y no puedo escribirlas porque están referidas a la tortura o a cuestiones así de dolorosas que conocí de primera mano, por gente muy próxima a mí.

Me gustaría preguntarte por una de las tesis que subyacen en esta novela: todo amor es un relato o todo amor es un texto y queremos el texto del otro.

En toda relación siempre hay dos relatos, el relato que te hace el otro, fragmentario, y el que uno reconstruye. No podemos llegar al extremo de [León] Tolstói y Sofía [su esposa] de escribir un diario y leerlo sabiendo que hay otro oculto, así te volvés loco... Parecería que frente a eso la respuesta sería amar en silencio, sin necesidad del lenguaje. Alguna vez me propuse escribir algo sobre dos personas que no hablan la misma lengua, que sólo se comunican con el cuerpo, pero no lo logré. Para mí la palabra en el amor es fundamental, yo creo que es la historia de Sherezade, seducís hablando. En el amor la seducción es muy importante. ¿Y cómo seducís? De muchas maneras, pero tenés que conseguir que el otro, de alguna forma, quede enamorado de lo que vos estás construyendo, del texto que estás creando y del papel que le estás adjudicando. Hay un poema reciente donde digo: “Fui tu Sherezade”.

En España la crítica leyó como un episodio cómico los amores de Bubú y Elisa, la pareja de chimpancés que protagoniza los primeros capítulos.

Sí, pero fueron los hombres solamente. Incluso dijeron que la novela va de lo jocoso a lo dramático, pero de jocoso no tiene nada. Son historias muy dramáticas, algunas interpretadas por animales y otras por humanos, y no hay mucha diferencia. Eso demuestra hasta qué punto las citas de la novela son correctas. Las asimetrías entre hombres y mujeres hacen que unos vean una historia divertida, cuando una mujer ve una historia romántica.

Eso me recuerda el epígrafe de Julia Kristeva que abre la novela.

Claro, Todo lo que no te pude decir es el desarrollo de esa cita: “No hay mayor asimetría que la diferencia sexual y de género”. La novela aborda esas asimetrías: entre lo humano y lo animal, entre hombres y mujeres, entre un torturador y su víctima. No les cuento más porque la novela está ahí para ser leída, y también para ser rechazada, cuando alguien se sienta herido o herida o sienta que le complica demasiado la vida. Pero no hay que olvidar que el arte es complicación y la literatura es complicación.

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