Esta película se encuadra en el marco del llamado nuevo realismo. Ese movimiento (cuyos principales exponentes son los hermanos Dardenne) se diferencia del neorrealismo (ay, los términos) y sus derivaciones. El neorrelismo implicó un componente de rebeldía formal contra el clasicismo. En las películas neorrealistas y en las movidas aun más radicales influidas por el neorrealismo, los episodios se seguían en forma episódica, sin necesariamente ser consecuencia unos de otros, y había notorios tiempos muertos (la cámara pasaba el tiempo con sus personajes y paisajes, sin que necesariamente ocurriera nada que contribuyera al avance de la anécdota). El nuevo realismo se queda con la temática del viejo realismo (lidia con gente del montón y problemas sociales encarados desde una perspectiva crítica), así como con elementos de su estética rústica (cámara en mano, fotografía llana, sonido mayormente diegético) pero, en lo narrativo, hace un compromiso con la causalidad del cine clásico y con su agilidad. Así que los eventos se suceden en forma veloz, con ágiles elipsis, muchas ocurrencias y, a la larga, las circunstancias terminan llevando a un ápice que incluye suspenso alrededor de cuestiones de vida o muerte.
En Arpón todo se desata ya en la primera secuencia. Luego de concretar, por el celular, un encuentro con una prostituta amiga, Germán entra al liceo del conurbano bonaerense, del que es el director, y se pone, como parece ser su hábito, a inspeccionar las mochilas de los alumnos con los que se cruza en los pasillos, en busca de drogas. Lo hace en forma autoritaria y antipática. A los alumnos no les hace gracia, obviamente, pero parecen estar habituados a ese orden un poco humillante. Esas acciones definen buena parte de la actitud vital y la personalidad de Germán: parece haber asumido que lo suyo no es caer bien, y entonces prescinde de gentilezas para hacer lo que tiene que hacer y actúa como un botón (y ni siquiera queda claro que lo haga por una legítima preocupación con el bienestar de los chiquilines o sólo porque es su deber ejercer ese control y minimizar la circulación de drogas en el colegio). Es un hombre de unos 60 años de rostro curtido, actitud corporal rígida, deslucido, amargado, solo, y no sorprende que tenga que pagar por sexo y un poquito de afecto.
Ocurre que Cata, una chica de 14, se rehúsa a mostrarle la mochila, y Germán no parece tener problema en ejercer cierta fuerza: la agarra del brazo, la persigue hasta el baño, golpea la puerta del baño hasta que puede hacerse de la mochila, con la gurisa en llantos. Algunos alumnos filman la escena en sus celulares y lo suben a la web. Días después Germán es indiciado por violencia escolar. Nadie llega a hablar propiamente de abuso sexual, pero queda en el aire la cercanía entre las presiones de Germán y ese tipo de abuso, máxime que es vox populi que él “se va de putas”, y eso suele conllevar una imagen de tipo medio degenerado.
Eso es tan sólo la punta de la madeja: un accidente va a terminar resultando en que Germán tenga que ocuparse de Cata por varias horas seguidas. En cuanto se conocen mejor, caen algunas de las prevenciones entre el viejo director rezongón y la adolescente rebelde y surge cierto cariño y comprensión de uno hacia el otro, pero justo ahí ocurre algo preocupante y Germán se ve forzado a meterse en un submundo peligroso para tratar de evitar un desastre.
La película demanda la atención todo el tiempo, y el último acto es angustiante. Hay algunas cosas en el guion que no son muy verosímiles (determinada actitud de Mica, el hecho de que Rubén pida un encuentro con Germán cuando en realidad no tiene idea de lo que está hablando) o que no se explican del todo (el cambio de actitud de Cata entre el tercero y el cuarto acto). Esas cosas pueden tomarse como debilidades del guion (muchos comentaristas lo apreciaron de esa manera) o como la opción por el realismo por sobre el clasicismo (al fin de cuentas, en la vida real la gente toma actitudes estúpidas o inexplicables, es decir, si existiera Dios podríamos decir que es mayormente un pésimo guionista con algunos momentos aislados de genial inspiración). Lo que sí está realmente forzado es el epílogo “positivo”: el nuevo orden en el colegio parece ser el fin del patriarcado, la rebeldía adolescente (femenina) se canaliza en forma constructiva, se hace una proclama articulada en pro de una nueva conciencia latinoamericanista y un personaje femenino camina decidido hacia el futuro. El compositor venezolano Nascuy Linares decidió ambientar eso con tintes de Nueva Canción (rasgueo guitarrístico respaldado por arpa y flautas).
Esa positividad del final no pega con un montón de cosas interesantes, graves y de difícil solución que la película, en forma muy hábil, entrelazada con la cadena de ocurrencias, va tirando y combinando, y deja sin resolver, a modo de preguntas incómodas: cuál es el punto entre protección y represión, la soledad, la presión terrible que implican los estándares de belleza y las locuras que pueden hacer algunas chiquilinas para cumplir con ellos, las condiciones de casi esclavitud a las que someten a las prostitutas, la trata.
Es una auspiciosa ópera prima para el director venezolano Tom Espinoza (radicado en Argentina y autor de cortos premiados). El reparto y la dirección de actores son sobresalientes, y eso va desde el experimentado Germán de Silva a la adolescente debutante Nina Suárez Bléfari, ambos perfectos en sus roles.
Arpón. Dirigida por Tom Espinoza. Con Germán de Silva, Nina Suárez Bléfari, Ana Celentano. Argentina/Venezuela, 2017. Cinemateca 18.