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Torrente febril. Reseña de “Mil de fiebre”, de Juan Andrés Ferreira

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Se pueden ver cambios en lo que refiere a la nueva narrativa uruguaya. Hasta el momento, salvo excepciones, y tratando de evitar generalizaciones injustas, lo que se escribía en nuestro país, más allá de géneros, estilos y temáticas, ignoraba el carácter lúdico, evitaba los desbordes, abusaba del discurso lógico, de la coherencia, se tomaba muy en serio a sí mismo. Cuando había obras que escapaban a esto, se las encasillaba como humor, absurdo, experimental y hasta juvenil, o simplemente se las calificaba de livianas o frívolas. Incluso cuando se intentaba un juego, una ruptura, una incoherencia, se hacía desde el ingenio o desde el intelecto, y pocas veces desde la fantasía o desde la entrega hacia lo que se está haciendo, como ocurre en el juego de los niños y niñas. Quizá en un momento eso formó parte del texto y luego se perdió en la edición, la autocensura, el miedo de escribir algo para que luego te tilden de liviano o el prejuicio de pensar que la literatura es cosa seria.

Por eso, cuando aparecen novelas como Mil de fiebre, de Juan Andrés Ferreira (que se presenta mañana a las 20.00 en el salón Dorado de la Intendencia de Montevideo), más allá de analizarlas y disfrutarlas por su valor literario, lo que más se debería aplaudir es su carácter lúdico (entendido como algo liberado, fluido, placentero) y la pasión por narrar que se puede encontrar en sus páginas. Luis es un joven salteño que viene a estudiar periodismo deportivo a Montevideo y luego trabaja en distintos medios. Werner, un escritor también salteño que quiere escribir la Gran Novela Salteña mientras se autoconstruye como escritor público en las redes e idolatra a un escritor húngaro que no se sabe si existe. La novela sigue sus vidas, sus vínculos, sus miedos, sus frustraciones, la soledad y la caída.

Lo que más se destaca de Mil de fiebre es su narración desbordada y torrencial, su –jugando con el título– fiebre narrativa; como si la idea de novela como el discurso de la totalidad pudiera ser posible. Por un lado, están las historias y sus ramificaciones. Con una estructura similar a la de una página web donde se abren ventana, subsitios y enlaces, las subhistorias o sucesos que derivan de las dos centrales nunca parecen acabarse. Por otro lado, la forma en que se construye cada una de esas historias derivadas también parece buscar una totalidad, una hiperinformación, principalmente en los detalles. No se trata de un retrato impresionista, sino de una estructura de ventanas que se abren. Si de pronto se menciona un laxante, quizá a continuación nos encontremos con mucha información sobre los laxantes, sobre su historia o sobre un relato que se dispara a partir de la irrupción de un laxante. El narrador juega muy bien con la descripción exhaustiva pero también con el detalle, al nivel del hiperrealismo. Todo dispara significado, información.

Esa intención de contarlo todo le da amplitud al relato, que varía desde el relato de fogón hasta el prontuario policial, el legajo o, incluso, el documental, algo que también sucede con las películas del argentino Mariano Llinás, como Balnearios (2002) o Historias extraordinarias (2008). A su vez, la multiplicidad de historias que se reproducen de forma frenética y vuelven siempre al origen para después expandirse recuerda a algunas novelas de César Aira, como El mármol (2011). También es importante la forma en que esa estructura de linkeo está evidentemente asociada a los tiempos que corren y al uso de las redes y las plataformas 2.0, pero también al hecho de considerar a las redes como un fenómeno literario en sí.

Del mismo modo que hay un linkeo permanente y conexiones y asociaciones de todo tipo, se maneja una gran variedad de discursos que se mezclan y se intercambian rápidamente. El uso de distintos registros discursivos, desde la biografía falsa, el discurso sociológico y el antropológico didáctico hasta el histórico ucrónico recuerda a las novelas de la Generación Nocilla, a las de Thomas Pynchon y, más cercanas, a las de Roberto Bolaño, Aira y Pola Oloixarac.

Más allá de esto, nadie puede negar que Mil de fiebre es una novela tremendamente uruguaya y, de algún modo, también un retrato generacional. Ya es sabido que la globalización y la era de la hiperconectividad tienden a homogeneizar y uniformizar, pero la forma en que las utilizan los usuarios de la red también tiene mucho de cultural, en el sentido más antropológico del término. Así que si las redes generan desidia o aislamiento, si los vínculos son disfuncionales, si el consumo, la velocidad del tiempo y el estrés son un tema a nivel global, en Uruguay eso ocurre de una forma particular, y esto es lo que se puede apreciar en este libro. Además de tantas otras cosas, Mil de fiebre también es una novela sobre el Uruguay actual, sobre las personas de entre 20 y 45 años que viven un consumismo en auge que les da la fantasía de ser parte del primer mundo, pero que los hunde mucho más en la periferia de la depresión y la frustración. A la vez, exhibe cómo esto puede esconderse y fingir que todo está mejor que nunca, o explotar y volverse loco; y la precarización de actividades como la literatura o el periodismo (con pocos meses de diferencia aparecen dos novelas en las que el personaje del escritor es mantenido por su madre; la otra es La epopeya de las pequeñas muertes, de Fabián Muniz).

Es cierto que el hecho de contar todo, absolutamente todo, y de producir una historia de ese todo, quizá juegue una mala pasada en algún momento del libro, en el que lo que se cuenta no es interesante o no está del todo logrado, principalmente en los capítulos que tienen que ver con Werner y sus posteos. Pero los riesgos que se asumen al emprender un proyecto de escritura así, junto a los aciertos y virtudes, se terminan imponiendo.

Por su extensión y múltiples capas se podría seguir hablando mucho sobre esta novela, que pone en escena a un escritor al que habrá que seguir atentamente. Por lo pronto, todo aquello que amplíe la diversidad en cuanto a lo que se escribe, de qué se escribe y cómo se hace, esté bien o mal, es absolutamente bienvenido, ya que de esta forma se enriquece un panorama con muy poca sorpresa y se crea un público que se ha malacostumbrado a encontrar siempre lo mismo en librerías y, por lo tanto, a consumirlo casi en exclusiva.

Mil de fiebre. Juan Andrés Ferreira. Montevideo, Random House, 2018, 652 páginas.

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