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Omitido y central, en pedazos

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Inhabitual y grata es la salida de un libro de artista en el país. Precedido por un tomo único preparado a fines del año pasado, a raíz de una muestra en Dodecá, Sujeto omitido, de Cecilia Vignolo, apareció en una segunda edición, de 29 copias, en febrero de este año, y ahora en una tercera, de 200, además de la versión digital. Esta última, de acceso inmediato, permite adentrarse en los meandros del texto, lo que es una aventura muy aconsejable aunque se pierda la dimensión material, capital en el trabajo de la artista. La premisa es que Vignolo ya tenía en su haber tres libros de artista, que acompañaron diferentes muestras en la primera década del milenio. Todos en copias únicas, poseen características que se reencuentran en este nuevo trabajo pero con nuevos fines, cementando definitivamente un modus scribendi muy propio. Tanto en Mala memoria como en Mis memorias muestran mala memoria (ambos de 2002) se trataba de un diálogo entre imágenes (algunas copias de obras clásicas del Museo de Historia del Arte, piezas de la misma artista) y versos conectados por un hilo rojo –real, concreto– que atraviesa las páginas, encarnando así la metáfora del fil rouge como signo de continuidad, frágil y fácilmente quebrantable, y a la vez proponiéndose como canal de cierto dramatismo –no sin fisuras irónicas– por el color (con la sangre, las venas, simbólicamente subyacentes). En el tercer volumen, Mantener el aire respirable (2007), los hilos se multiplican en recorridos acariciados por palabras, creando páginas laberínticas y que se mueven en varias direcciones, instigando al lector a maniobras que cambien el/de “sentido” del/al volumen. En cuanto al texto, Vignolo se explaya en un género, hasta donde sé, muy poco practicado en Uruguay (ni siquiera la alegre faceta experimentadora de Francisco Acuña de Figueroa, notoriamente codiciosa, lo cultivó): el tautograma, poemas cuyas palabras empiezan todas por las mismas letras, con lo que generalmente se crean pasmosas series aliterativas en las que, evidentemente, parece primar la célebre, y un poco olvidada, “autonomía del significante”. Finalmente, las encuadernaciones no son inocentes: mudas o casi mudas, con su obvia carga de “misterio” acerca del contenido, la de Mis memorias muestran mala memoria luce además dos grandes tornillos como forma de sujeción de las páginas, aludiendo a uno de los primeros ejemplos históricos de libro de artista, el Depero futurista, de Fortunato Depero (1927).

Ahora bien, Sujeto omitido reelabora algunos de estos rasgos. Lo abordaría, justamente, por su “envoltorio”: el libro viene encapsulado en una especie de sobre donde aparece nuevamente el hilo rojo, que esta vez cose los lados del paquete y lo deja parcialmente suelto. Un tajo vertical –es patente la alusión sexual– deja apenas entrever qué custodia este pliego inmaculado y no permite el acceso. Para poder sacar y leer el libro hay que romper el papel. Esta interpelación al lector ha sido un notorio recurso de varios libros de artista, algo que pone en aprietos a quien tiene el objeto en las manos, forzándolo a ejercer una violencia sobre este para poder disfrutar del contenido o, viceversa, a quedarse respetuosamente en un estado de contemplación de lo exterior. Acá posiblemente la autora quiera evocar –por su sesgo feminista– a Rape (violación), de la estadounidense Suzanne Lacy, también performer como Vignolo: un volumen de 1976, también con tajadura vertical sellada por un sticker que impide ingresar a sus páginas sin desgarrar el pegotín.

A quienes se atreven y llegan al pequeño tomo de Vignolo, de factura artesanal y dotado de una ingeniosa encuadernación armada con pequeñas “mordazas”, les espera algo despojadísimo, que abandona por completo el uso de cualquier imagen: el diseño es minimalista; los tipos, álgidos, de palo seco; el tamaño y estilo de las letras no varían ni siquiera para el título, y la austeridad gráfica impera: tal vez es un intento de llegar a una neutralidad que aplaque lo aparentemente “íntimo” del texto, que es un divertido desahogo lírico construido por breves frases que rebotan entre reflexiones sagaces, filosofía en píldoras y nimiedades, todo manejado con inteligencia y una cadencia implacable. Con justificación a la derecha, las líneas/versos se acumulan con un ritmo rápido, que no sigue reglas métricas y va amontonando fragmentos que tratan de cubrir todos los registros, alrededor de un yo obsesivamente desnudado y desnudadamente obsesivo: inspirado (“soy mi enemigo sorprendente”), trivial (“nunca aprendí a jugar al truco”), altivo (“por ahora morí de empatía”), alto (“la desmaterialización no existe”), bajo (“de mi culo ni hablar”), cotidiano (“sin fritas ni mayonesa”), coloquial (“pará un poquito”), juguetón (“me acompaño en el sentimiento”) e, incluso, autocitacionista (el “viejo” tautograma: “modelo mi moral/modero mis modales”), para dar apenas un puñado de ejemplos de las más de 500 “enunciaciones” que componen el libro.

El uso de las palabras se apoya en unidades mínimas de significación que se vuelven módulos acumulables y componibles a placer –salvo algunos nudos en los que se coagulan temáticas y juegos lingüísticos–, esquirlas de lengua apretujadas entre los extremos de una unidad mínima monosilábica y oraciones de no más de una decena de palabras. Esta actitud, de tratamiento material de lo verbal, se aclara ulteriormente si uno piensa en cómo se manifestó por primera vez Sujeto omitido: en la sala de Dodecá colgaban de las paredes cientos de hojas A4 (con todo lo estándar y serial que ese formato presupone) con una frase en cada hoja, en una especie de poema tridimensional, recomponible y recompuesto por los movimientos oculares y el resultante orden de lectura de cada espectador. Vignolo llega a montar un libro que es simultáneamente emanación y negación de otras obras suyas, en las que el cuerpo –lo físico– era absolutamente central. Acá es invisible en su directa carnalidad y, sin embargo, se cuela continuamente en este soliloquio de literatura “corporal-confesional”, limpia de toda regurgitación romántica y con una lograda segmentación del yo (el sujeto omitido y a la vez sofocantemente omnipresente del título) que es, necesariamente, una segmentación del lenguaje.

Sujeto omitido. Cecilia Vignolo, Montevideo, 2018 24 páginas.

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