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Reeditaron las primeras historietas de Superlópez preparando el estreno de su película.

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Hace más de 30 años, antes de que los superhéroes conquistaran (por fin) su espacio en la cultura popular, antes del boom de las revistas de divulgación científica, antes de Charoná y Moñita Azul, había historietas en los quioscos. O al menos en el quiosco que quedaba exactamente frente a mi casa, que será tomado como referencia porque a los tres años no era de recorrer tanto la ciudad.

Por un lado, estaban las historietas de Disney, que contaban las aventuras de sus personajes más famosos, en especial el pato Donald (Mickey siempre fue el buenudo de la barra y Donald tenía esos problemas para controlar la ira que lo hacían tan popular entre los niños). Por el otro lado, había una enorme cantidad de artistas españoles que se nucleaban dentro de dos o tres títulos y que provenían de la enorme y legendaria, pero también cruel y explotadora, editorial Bruguera.

Si tu corazón dio un salto al leer “editorial Bruguera”, sos uno de los míos. O tenés alguna clase de cardiopatía. Lo mejor sería consultar a un especialista para quedarnos tranquilos.

Entre los 70 y principios de los 80, Bruguera nucleó a una gran cantidad de estrellas del tebeo español, que publicaban tiras costumbristas de humor, a tal punto que existe algo llamado “Escuela Bruguera”, que engloba a creadores como Guillermo Cifré (El repórter Tribulete; a partir de 1946), José Escobar (Zipi y Zape; 1948), Manuel Vázquez (Anacleto, agente secreto; 1965) y Francisco Ibáñez (Mortadelo y Filemón; 1958).

En condiciones de trabajo reprochables y produciendo a gran velocidad para poder vivir de ello, decenas de historietistas deslumbraban al público menudo y no tanto con aquellos personajes malos que nunca conseguían su objetivo, o buenos que lograban el éxito sin proponérselo. Todo ello con hermosos nombres que solían rimar, como La familia Trapisonda, un grupito que es la monda (1997), Rigoberto Picaporte, solterón de mucho porte (1957) o Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio (1981).

Parodias

Cada revista de historietas (Mortadelo y Zipi y Zape) comenzaba con una aventura protagonizada por los personajes epónimos y luego intercalaba desde humor gráfico e historietas de una página hasta narrativas de ocho páginas que continuarían en el número siguiente, que en ocasiones no llegaba hasta el quiosco en cuestión y uno debía completar con su imaginación.

En esta última categoría se encuentra una creación que combinó la famosa historieta del ámbito laboral con la parodia a los superhéroes estadounidenses, y con un tipo supuestamente común que ante la presencia del peligro se metía en una cabina telefónica y salía vestido de malla entera y con una gigantesca S en su pecho. Hablo de Superlópez, por supuesto.

Creado por Jan (verdadero nombre del español Juan López Fernández) en 1973 para un proyecto puntual y en algún momento “robado” por la editorial, que lo registró como de su propiedad, comenzaría su etapa dorada en 1979 y no se detendría hasta nuestros días. Sin embargo, durante décadas fue difícil conseguir en nuestro mercado este material. Dos hechos se combinaron para que Superlópez volviera a las librerías.

El primero es el periplo de las propiedades intelectuales de Bruguera, que luego de desaparecer a mediados de los 80 fue transformada en Ediciones B. Este sello fue vendido a Penguin Random House en abril del año pasado. El segundo es que, como ocurrió con Mortadelo, Anacleto y Zipi y Zape, esta historieta tendrá su versión cinematográfica con actores de carne y hueso este año.

Esa fue la excusa perfecta para la reedición de los dos primeros tomos en tapa dura de la colección Súper Humor, que contiene las primeras diez historias de la etapa definitiva de este paladín de cierta verdad y cierta justicia, porque la verdad es que podía ser un tío egoísta y problemático como cualquiera de nosotros.

Pese a que el personaje ya tenía unos años, todavía puede verse cómo Jan (al principio ayudado en los guiones por Francisco Efepé Pérez Navarro) logra dotar de más y más españolidad a su creación. El primer álbum compilado, titulado simplemente Aventuras de Superlópez, lo enfrenta a villanos tan genéricos que aburren y nos cuenta un origen del personaje que perfectamente podría pertenecer a una parodia carnavalera de Superman, aunque sin tanto canto y baile.

Claro que incluso en esas primeras páginas se destacaba la fluidez de los dibujos y la versatilidad de Jan para pasar de escenas de robots enormes que amenazaban la ciudad a la vida secreta de Juan López, eternamente haciendo pajaritos de origami detrás de un escritorio. Otro elemento presente en las historietas de Superlópez es la cuarta pared (o, mejor dicho, la pasión de nuestro héroe por destrozarla a cada rato, conversando con el narrador como si fuera uno de sus compañeros de oficina). No sería la única pared que rompería este tipo tan poderoso como torpe.

Homenaje

Las siguientes aventuras lo tendrían como miembro del Supergrupo, un velado homenaje a los Vengadores (1963) de Marvel, mucho antes de que tuvieran películas que recaudaban miles de millones de dólares. El pecado de los guiones es olvidar casi por completo la mitad “civil” de López, para concentrarse en la relación con sus colegas, pese a que las peleas por decidir quién es el líder del grupo sean una verdadera delicia.

El quiebre fundamental se produce en el cuarto álbum, Los alienígenas (1980). Aquí Jan se convierte en artista integral, se afianza el elenco estable (que incluye a Luisa Lanas, Jaime González y el jefe) y el humor en los diálogos se vuelve más importante que el humor de golpe y porrazo. Los anteojos que utilizaba el administrativo para diferenciarse de su álter ego volador aparecen cada vez menos, pero nadie cree que Juan López y Superlópez sean la misma persona.

Jan arrastra al menos uno de los vicios de Efepé en sus historias: el machismo. Si, dentro del Supergrupo, la Chica Increíble era un estereotipo aberrante que tenía como armas un secador, ruleros y fijador para el pelo (hashtag #Real), la relación entre Juan y Luisa Lanas en esos primeros años continuaría siendo problemática. Se presenta a Luisa como enamorada de su compañero de trabajo, mientras que él busca cualquier excusa para zafar de las citas entre ambos. Que el mundo corriera peligro cada dos por tres le era muy conveniente.

Si bien ambas recopilaciones tienen grandes momentos, en el segundo tomo es donde se encuentran las que, para la mayoría de los seguidores del personaje (y me incluyo), son las mejores aventuras creadas por Jan.

La semana más larga es una historia que deja a un lado los planes de conquista global de extraterrestres, los dioses de la Antigüedad o el Señor de los Chupetes, para contar cómo entre un científico loco y una mosca ruidosa le arruinan el descanso a Superlópez durante una semana entera, además de convertirlo en sospechoso de una serie de robos, lo que llevará al inspector Hólmez a perseguir a sus dos identidades mientras huyen de Al Trapone. Sí, las historietas de Jan están repletas de juegos de palabras que avergonzarían a la revista Mad.

La consagración

A continuación, llega Los cabecicubos (1983), una obra maestra que toca temas como la persecución a las minorías y el ascenso de los totalitarismos, con la excusa de las emanaciones tóxicas de una fábrica de huevos, que comienzan a transformar a los habitantes de Barcelona en tipos con la cabeza cúbica. El jefe de López tomará el poder, la resistencia se refugiará en las alcantarillas y todo parecerá perdido hasta el último instante.

También es muy recomendable La gran superproducción (1984), historia en la que la empresa para la que trabaja Juan López se convierte en un estudio de cine y se apronta para rodar una versión cutre de Conan el Bárbaro, con un presupuesto muy limitado y actores que dejan muchísimo que desear. El producto final dejará un recuerdo imborrable en los espectadores, con una frase que pasó a la historia dentro y fuera de las viñetas: “Lárgame un cilindrín, fotero...”.

En cuanto a las adaptaciones, hasta el momento sólo se realizó un cortometraje animado amateur, pero de buena factura técnica, que puede encontrarse en YouTube. Para la gran pantalla hubo que esperar muchísimo tiempo y atravesar varios fracasos. Ya en 2009 Álex de la Iglesia había mencionado a Superlópez como proyecto en estudio, y en 2013 mencionó a José Mota como protagonista, aunque nada de esto se concretaría.

La versión que finalmente llegará a las salas de cine en noviembre fue anunciada en 2015, cuando el director Javier Ruiz Caldera estrenó Anacleto: agente secreto, basada en la historieta de Vázquez que publicara Bruguera.

Por entonces se sabía que el guion estaría a cargo de Borja Cobeaga y Diego San José (Ocho apellidos vascos, Ocho apellidos catalanes), y, meses más tarde, se confirmó a Dani Rovira, protagonista de las dos comedias mencionadas, como nuestro Juan López (o Jo-Con-Él, como lo conocían en el planeta Chitón).

El primer teaser –que quiere decir que no llega a tráiler– fue dado a conocer en mayo. Con “Soy un truhán, soy un señor”, de Julio Iglesias, como cortina musical, vemos a Superlópez desayunar café con leche y un croissant, para más tarde reventarse contra el suelo luego de un vuelo fallido. Suficiente como para mantener encendidas las esperanzas de los superlopistas del mundo entero.

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