No hace mucho, empezó a ser fácil conseguir en librerías de Montevideo los libros de Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977). Al más reciente El peligro de la historia única (2018) se suman dos ensayos: Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo (2017) y Todos deberíamos ser feministas (2014), a la vez que circulan bellas ediciones (con portadas de una estética cuidadosamente balanceada entre un minimalismo estilizado o decorativo y una serie de connotaciones visuales “africanas”) de los cuatro libros de narrativa de la autora: el compilado de relatos Algo alrededor de tu cuello (2009) y las novelas La flor púrpura (2003), Medio sol amarillo (2006) y Americanah (2013). Esta nota referirá a las tres últimas.
Los temas que las vinculan y las atraviesan son notorios, del mismo modo que el tono cuidado y fluido, un admirable pulso narrativo y cierta facilidad por incorporar fácil (y visiblemente) niveles de significado, lectura e incluso género, desde una comedia romántica casi hollywoodense (en Americanah) hasta una deslumbrante narrativa histórica (en Medio sol amarillo). Leer estas tres novelas en orden parece esbozar la idea de un progreso: un proceso de escritura que alcanza niveles de concisión, expresividad y sabiduría técnica sumamente destacables en Americanah, una novela más compleja desde el punto de vista de la estructura que lo que su escritura, a primera vista light, deja entrever al lector distraído. A la vez, La flor púrpura puede ofrecer la sensación de una escritura más densa, menos transparente y más llamativa en sí misma, mientras que el relato de la guerra de Biafra en Medio sol amarillo logra dotar a esta novela de un aura de gravedad y austeridad emocional (en el sentido de que abundan en la trama las escenas desgarradoras pero nunca asoma la cabeza un sentimentalismo o incluso un miserabilismo) especialmente llamativa.
No importa, en última instancia, cuál de las tres novelas de Adichie pueda ser presentada como “la mejor”, pero vale la pena señalar que las tres ofrecen, desde sus semejanzas ineludibles, diferentes puntos de interés a diferentes lectores. Es cierto también que la destreza técnica de Americanah salta a la vista, y que su lectura más política es tan fácil de ver como su potencial pop (no en vano está actualmente en producción una miniserie basada en su trama y protagonizada por Lupita Nyong’o).
Buena parte de su propuesta pasa por pensar en las diferencias culturales entre los african-americans, personas cuyas familias llevan generaciones en Estados Unidos y son mayoritariamente descendientes de esclavos, y los american-africans, emigrados recientes desde África a Estados Unidos. El recurso que emplea Adichie para desarrollar un discurso sobre las pequeñas o no tan pequeñas diferencias entre ambas comunidades es hacer que su protagonista, Ifemelu, sea una nigeriana que obtiene una beca para estudiar en Princeton y se aboca a la escritura de un blog (en la traducción, “Raza o curiosas observaciones a cargo de una negra no estadounidense sobre el tema de la negritud en Estados Unidos”, remedo bastante pálido o resignado del original “Raceteenth or Various Observations About American Blacks –Those Formerly Known as Negroes– by a Non-American Black”) sobre esas diferencias y, de paso, sobre la percepción de la “raza” en la sociedad estadounidense. Eventualmente Ifemelu regresa a Nigeria, y ahí encontramos una descripción apabullante del país, la corrupción de sus gobernantes, las pretensiones de sus clases altas y las tensiones étnicas internas. Hilvanando todo esto hay, naturalmente, una historia de amor y, de paso, una buena dosis de humor no necesariamente negro (perdón por el chiste).
Historia reciente
Recordarán los lectores la corta vida de la República de Biafra (1967-1970) y la guerra civil que siguió a su intento de secesión, con la catástrofe humana que trajo aparejada en términos de hambrunas y enfermedades. Tras la independencia de Nigeria de Reino Unido (1960), las secuelas de la depredación colonialista no tardaron en hacerse sentir, en particular en la exacerbada división étnica entre igbos (mayoritariamente al sureste del territorio), yorubas (suroeste), hausas y fulanis (al norte). En 1966 un grupo de militares de etnia igbo dio un golpe de Estado y asesinó al entonces primer ministro; siguieron un contragolpe organizado desde el norte y una gran matanza de igbos en esa región, que desembocó, tras el fracaso reiterado a la hora de proponer una organización federal para el país, en la secesión de la región ancestral de los igbos bajo el nombre de República de Biafra. El gobierno militar de Nigeria, entonces, acometió el reclamo del territorio, lo que dio comienzo a la guerra civil.
La trama de Medio sol amarillo (cuyo título evoca la bandera de la República de Biafra) comienza poco antes de los hechos referidos recién y se prolonga hasta el final de la guerra, y narra la vida del matrimonio de Odengibo (profesor universitario que se opone al panafricanismo y defiende un anticapitalismo tribalista) y Olanna (hija de un jefe tribal), más Richard Churchill, un periodista británico que estudia el arte igbo, un grupo de profesores universitarios que funcionan para contrastar las ideas tribalistas de Odengibo, y un reparto de figuras digamos secundarias que atraviesan las clases sociales (y, minoritariamente, las diferencias étnicas y religiosas) del país. Las reflexiones sobre colonialismo, racismo, religión y feminismo, que en Americanah aparecen ante todo en el blog de la protagonista, en esta novela se desprenden casi siempre de diálogos, mayoritariamente aquellos que involucran al personaje de Odengibo. Es, acaso, un recurso más simple, pero no menos efectivo, potenciado por los múltiples puntos de vista en juego.
Queda La flor púrpura (Purple Hibiscus, literalmente “El hibisco púrpura”), primera novela de su autora y una novela más enfocada en construir una historia de familia profundamente afectada por la violencia doméstica a manos de un padre fanático religioso. La narración, en primera persona, está a cargo de la hija menor de la familia, con una perspectiva infantil especialmente cuidada que vuelve un poco más sutil (como si la autora se viese movida a hablar más explícita o claramente en sus libros posteriores) el trabajo sobre los temas que parecen centrales al libro: la religión, las secuelas del colonialismo y la naturaleza nigeriana. Esto último aporta algunos de los momentos más desoladores del libro, en particular a la hora de describir el cruento harmatán y sus efectos.
Leer las tres novelas en su orden de escritura es quizá la experiencia más recomendable, pero los lectores que prefieran elegir apenas una harán bien en concentrarse en Americanah, que ofrece, por apelar a una metáfora gastronómica (y la comida es un tema recurrente en la obra de Adichie), un menú más completo que las otras dos, aunque estas, acaso con menos platos que ofrecer, incluyen los más ricos y especiados, los más “exóticos” en el contexto de cierta representación de “lo africano” pensada desde Occidente. Pero se comience donde se comience, o se lean los tres o apenas uno de los libros de esta escritora, la lectura es siempre fascinante y entretenida. Vale la pena, entonces, seguir a Chimamanda Ngozi Adichie: pocas voces de la narrativa contemporánea –no importa en qué lengua– logran su brillante equilibrio entre trabajo sobre temas acuciantes, empuje político, talento narrativo y atractivo pop.