Artista icónico de Montevideo y tan universal como es posible, con fuertes raíces latinoamericanas, Joaquín Torres García fue un viajero eterno que trascendió fronteras para convertirse en un pintor reconocido en todo el mundo con su escuela del Universalismo Constructivo. La editorial argentina Calibroscopio –cuyas cuidadas ediciones siempre son una promesa– acaba de sacar del horno Joaquín Torres García: arte en construcción, que forma parte de su colección Pinta tu Aldea (en la que, bajo el lema “Vidas, obras y mundos trazados por artistas latinoamericanos”, lo anteceden los títulos dedicados a Florencio Molina Campos, Xul Solar, Benito Quinquela Martín y, de reciente aparición, Cándido, pintor de la guerra infame, sobre quien retrató como nadie la Guerra del Paraguay, la de la vergonzante Triple Alianza entre Argentina, Brasil y Uruguay). Para ello convocó a ocho escritores argentinos y uruguayos y los invitó a jugar y crear a partir de una pintura de Torres que cada uno debía elegir de una selección propuesta por los editores. Colocándose en las antípodas del libro de divulgación que se limita a proveer datos de manera más o menos atractiva, lo que se plasma en este libro es la pasión torresgarciana por el juego mediante un movimiento: el de poner a los creadores en acción a partir de la observación y el disfrute de la obra del maestro de la Escuela del Sur.
Los ocho convocados conforman un conjunto sólido, cuya fortaleza se sustenta en cierto equilibrio en la diversidad de miradas y en que cada uno es un pilar que se sostiene por sí mismo con un trabajo reconocible, continuo y de calidad. Son los argentinos Eduardo Abel Giménez, Didi Grau, Iris Rivera y Laura Escudero, que trabajaron, respectivamente, con Pueblo numerario (1927), Páginas del cuaderno “Dibujo Escritura” (1933), Tres figuras constructivas primitivas (1937) y Nature norte (1928); y los uruguayos Horacio Cavallo (Olimpia, Augusto e Ifigenia, 1919), Germán Machado (Ferroviario, 1928), Mercedes Calvo (Constructivo Piramidal, 1943) y Magdalena Helguera (Constructivo con calle y gran pez, 1946). Desde el vamos, tanto el concepto como la elección de los compañeros de tarea son dos aciertos del equipo editorial conformado por Walter Binder, Judith Wilhelm y Carolina Calabrese. Sólo queda recorrer las páginas y ver.
El libro consta de dos partes claramente diferenciadas. La primera nos sumerge sin preámbulos en la creación hija de la observación. Es el núcleo, en el que se suceden los ocho cuentos breves a partir de sendas pinturas de Torres. La segunda, titulada “Galería de arte”, presenta, en orden cronológico, otros 17 cuadros del pintor, acompañados por textos breves, en un recorrido que permite tener un panorama de su trayectoria pictórica y vital, incluidos sus numerosos desplazamientos por distintos países. Ubicada en la segunda mitad del libro, esta galería se deja contaminar por la primera parte, lo que le otorga una nueva posibilidad: la de que el lector eche mano de lo que aquí se expone para hacer su propia experiencia de dejarse conmover por alguna de esas pinturas y ponerla en movimiento creativo. Por último, se incluye una cronología detallada, que enmarca el recorrido del artista en su momento histórico y lo pone en relación con el periplo de artistas contemporáneos con los que la obra dialoga.
Ocho cuentos
La primera mitad del libro está estructurada en ocho dobles páginas con el texto a la izquierda y el cuadro-disparador a la derecha. Las pinturas pertenecen a distintas etapas de la carrera de Torres y no están ordenadas por un criterio cronológico ni taxonómico. Más bien parece haber una preocupación por lograr cierto equilibrio en la sucesión de color, abstracción, materiales. O quizá no haya que buscar un orden en la pintura sino en los textos que cada una suscitó. Veamos.
Arranca Eduardo Abel Giménez por todo lo alto con “Pueblo”, en el que instala un poblado cuyos vecinos llevan los nombres de pila de pintores de diversas épocas y procedencias, aunque predominan los del siglo XX, contemporáneos de Torres. El pueblo muda cada noche, algo que intriga a sus habitantes; “Pablo sale de su casa y descubre que la cambiaron de lugar”, empieza. Todo ese lío, que evoca –igual que el Pueblo numerario del que parte– las infinitas posibilidades de los niños jugando con piezas para armar que se cambian de acá para allá, puede leerse como una mirada a los vínculos y las influencias que pone en juego la creación. El descubrimiento de que todos están involucrados en las mudanzas clandestinas da lugar a un final gozoso: “uno se ríe y, como en cascada, los demás también”.
El cuadro elegido por Horacio Cavallo es atípico: una pintura figurativa en la que aparecen los tres hijos del pintor, que dan nombre a la pieza. Cavallo hace un desplazamiento de la situación de crear a partir del cuadro que se le propone hacia dentro del cuento, en el que tres niños deben actuarlo, a propuesta de su padre, una noche de apagón en la que improvisan entretenimientos. Una carta que uno de los niños escribe a su abuela replica a su vez la operación de interpretarlo en la clave del título: “¿Por qué esas caras?”.
En “El deseo único del hombre de azul en la casa cúbica de techado cónico”, a partir de la pintura de Torres, que opone abstracto a concreto, Didi Grau se pone a jugar con las palabras. Ni más ni menos. En un remedo de la “Mazúrquica modérnica”, de Violeta Parra, echa mano de las esdrújulas –y hasta se permite inventar una “escalérica”– para contar la historia del hombre de azul, valiéndose de cada uno de los elementos incluidos en la pintura de Torres. El resultado es un crescendo en el que estas palabras de entonación tan peculiar redoblan su frecuencia, dándole al texto un sonido peculiar y juguetón.
“En el tren”, el texto de Germán Machado, es tremendo en su contundencia. Parte de una composición en figuras de madera que incluye un hombre, un gallo y un perro. El hombre, acompañado por sus dos animales, sube al tren, ante el asombro tranquilo del narrador, la naturalidad del controlador de boletos y el estupor y malestar de numerosos pasajeros. Esa reacción intolerante es la que desencadena los acontecimientos, de la mano de la fantasía: el hombre saca un lápiz de carpintero cuyos trazos intervienen la realidad y la trastocan.
Lo sigue el bellísimo “Soy yo”, de Iris Rivera, una suerte de cosmogonía constructiva de la vaca, en la que todas las vacas del mundo forman la vaca una, que las contiene a todas y que el pintor toma como modelo para pintarla y en la que cada una se reconocerá. Un relato breve que, en su sencillez, es toda una reflexión estética que va al hueso de lo que entraña la creación artística.
Un pez estaba llamado a ser el protagonista del relato de Mercedes Calvo. Porque sí. Y ahí estaba, en la cima del cuadro, en el ángulo superior izquierdo, para dar pie a “Sur”, un relato tan breve como intenso. El pez desobediente del destino prefijado. El pez que salta adonde quiere, que hace oídos sordos a los cuchillos para poner los mapas de cabeza. Un pez Torres, quizá, que recorre el cuadro desde abajo hacia arriba y se dispone a emprender lo imposible.
“Joaco”, de Magdalena Helguera, es conmovedor. La autora elige situarse en la realidad de afuera del cuadro, mirarlo desde el ahora y a través de los ojos de un niño, de otro Joaquín que imagina mundos y futuro. Un niño que vive en un hogar, que bucea en las dificultades que le tocan y, niño al fin, sueña y hace planes. El cuadro que colgaron en el pasillo es para él un vehículo para salir, para aventurarse, es el camino que se abre ante sus ojos.
El cuento que da cierre a esta primera parte es “El pintor y el pájaro”, de Laura Escudero. Mientras que en el primero aparecía un pueblo de pintores, en este somos testigos de la intimidad de un pintor en particular, que tiene su casa junto al río. “El patio y la selva se saludan”; así resume Escudero la descripción poética y minuciosa de ese mundo privado y universal del pintor. El cuento entero funciona como síntesis y cierre perfecto del libro y, llegados a la última línea, ya tenemos ganas de empezar de nuevo desde el principio.
Todo el libro es deslumbrante. Sus puntos fuertes son la diversidad de voces y ese espíritu, entre aventurero y libérrimo, de dejarse llevar por la creación para jugar y recrear. Algo tan propio de la infancia y que seguramente dejaría satisfecho al maestro.
Joaquín Torres García: arte en construcción | Textos: Eduardo Abel Giménez, Horacio Cavallo, Didi Grau, Germán Machado, Iris Rivera, Mercedes Calvo, Magdalena Helguera, Laura Escudero. Calibroscopio, colección Pinta tu Aldea. Buenos Aires, 2018. 32 páginas.