Libros Ingresá
Libros

Imprimir en Venecia: “Los primeros editores”, de Alessandro Marzo Magno

2 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago
Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Es muy simple: quien tenga sus dudas acerca de que la historia de los primeros editores venecianos pueda ser fascinante, que lea Los primeros editores, de Alessandro Marzo Magno. No hay mucho más que agregar en ese sentido; el italiano elabora una serie de historias que nos transportan hasta fines del siglo XV y todo el XVI, y lo hace con gracia y elegancia. Uno de los ejes del libro es la labor de Aldo Manuzio, fundador de la industria imprentera veneciana y, a todos los efectos, el padre de esta tal y como la seguimos (en gran medida) entendiendo hoy en día; así, el título de “primer editor” es presentado de manera convincente y entusiasta, e incluso en aquellos capítulos no centrados en Manuzio la proyección de su figura fundante y su trabajo seminal establece el fondo conceptual y narrativo del libro.

Pero en realidad es un poco más complejo, porque en Los primeros editores hay más que un relato sobre las peripecias de estos antiguos imprenteros y editores. Entre líneas, a veces incluso más explícitamente, Marzo Magno nos lleva a reflexionar sobre la relación entre cultura y tecnología de una manera sutil y refrescante. Por ejemplo, en el octavo capítulo, “La edición musical”, leemos acerca de las primeras dificultades a la hora de imprimir notación musical en general y partitura en particular, pero la cosa no se detiene en el problema de imprimir las líneas del pentagrama primero, las figuras después y los textos finalmente, sino que se desprende la reflexión acerca de la influencia –sobre el proceso mismo de la música– de la posibilidad de disponer de un repertorio abundante de canciones en todo hogar que pudiese permitirse la (entonces carísima) adquisición de libros musicales.

Si ahora damos por sentada la presencia de la música en nuestras vidas (e incluso, desde las plataformas digitales en la red, la “desmaterialización” del soporte, tanto como si se dijera que hacer sonar música es tan fácil, o más, que abrir una canilla), es especialmente iluminador leer sobre los procesos de relación entre tecnología (en este caso la impresión) y arte, cultura y vida cotidiana, y pensar así en una época en la que no sólo era necesaria la presencia física de los músicos sino que, incluso, tampoco era fácil disponer de un repertorio amplio de composiciones a tocar. Los primeros libros impresos lanzados al mercado, en los albores de los albores de la modernidad, sirvieron para ampliar el acervo musical de cualquier músico, aficionado, aprendiz en proceso de dominar el arte, o incluso de un ejecutante o compositor más consumado; si Johann Sebastian Bach, dos siglos más tarde, recorrería Alemania en busca de viejas partituras, viejos maestros y nuevas tecnologías (nuevos órganos que había que poner a punto, pianofortes que había que probar) y, de alguna manera, hacía de su música una suma enciclopédica de artes compositivas tanto pasadas como capaces de mirar al futuro, el proceso en el que cabe pensar esos esfuerzos tiene un momento de especial relevancia en esa primordial inundación del mercado con libros que recopilaban decenas de composiciones. Cada músico, ayudado por la tecnología de la imprenta, esa memoria externa bio-USB empezó a ser capaz de acceder a un corpus en expansión, lo cual no sólo incidió en la “amenización” de las reuniones familiares de la burguesía sino, naturalmente, en las propias prácticas compositivas, así sea nada más que por la capacidad de tener más y más material para inspirarse y aprender.

Pero hay más procesos culturales vueltos visibles desde este libro: las relaciones entre el islam y Occidente, por ejemplo, aparecen en los capítulos dedicados a las primeras impresiones del Corán, del mismo modo que la historia de la literatura o incluso la escritura –que es inextricable, por supuesto, de la de la imprenta y, secundariamente, de la de la edición– se espesa en el relato de las circunstancias de Pietro Aretino. Así, si Aldo Manuzio había sido presentado como el “primer editor”, Aretino pasa a ser el primer autor en el sentido de “personaje público” o figura, incluso diríamos “pop”, con sus hordas de fans, sus controversias y sus chismes. Toda esta narrativa densa o, mejor, esta serie de novelas potenciales, está en el libro de Marzo Magno, que se lee de un tirón y con placer, y con no pocas oportunidades de reflexionar.

Los primeros editores. De Alessandro Marzo Magno. Barcelona, Malpaso. 251 páginas.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

¿Te interesan los libros?
None
Suscribite
¿Te interesan los libros?
Recibí cada dos martes novedades en lanzamientos de libros, recomendaciones y entrevistas.
Recibir
Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura