Cuando María Moliner se propuso actualizar y mejorar el Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española (estando, según sus palabras no exentas de humor, “solita en casa una tarde”) y empezó a escribir lo que se convertiría en el Diccionario de uso del español (DUE), calculó que la tarea le llevaría unos tres años, que gradualmente se convirtieron en tres lustros de trabajo sostenido e infatigable, en un tiempo que para ella fue casi como una retirada del mundo, en parte obligada y en parte decidida o, al menos, aceptada por su carácter determinado y austero.
En 2018, cuando ya se habían cumplido 50 años de la clásica primera edición del DUE (Gredos, 1966-1967), la editorial Turner reeditó por primera vez la biografía más completa de Moliner, escrita por Inmaculada de la Fuente y aparecida en 2011. El libro, que lleva como elocuente nombre El exilio interior, es, en primer lugar, un completo compendio de la vida de una figura fundamental y, en algún sentido, oscura, de nuestra lengua, tan reconocida por su trabajo como por la polémica en torno a su posible introducción en la RAE, que hasta el momento nunca había tenido una académica mujer (a pesar de otras famosas querellas, de las cuales las más recordadas son las de Emilia Pardo Bazán) y que no la tendría hasta el nombramiento de Carmen Conde en 1979.
Nacida en Zaragoza, María Moliner (1900-1981) se mudó pronto con su familia a Madrid, que sería un centro magnético en su vida, al que buscaría volver constantemente a pesar de su suerte, a menudo adversa. A pesar de las estrecheces económicas de su familia, en esa ciudad y en sus primeros años de formación pudo asistir a la fundamental Institución Libre de Enseñanza (ILE), de carácter laico y de ideas “liberales” (según la terminología del momento), que había sido fundada en 1876. De la Fuente, con cautela y fundamentada en documentos y dichos de la lexicógrafa y de distintas personas más o menos cercanas, en la primera sección del libro se centra en la importancia radical que la ILE tuvo para Moliner, en quien siempre se podría ver la marca que dejaron profesores como Américo Castro, José Giner Pantoja y Manuel Bartolomé Cossío, que profesaban una inquebrantable devoción por el saber, un auténtico entusiasmo por la enseñanza y las letras, aun cuando se puedan cuestionar las posturas de algunos de ellos frente a ciertos temas y sus ideas estuvieran por momentos demasiado impregnadas de un positivismo algo ingenuo incluso para la época.
Recorridos
En todo caso, según De la Fuente, en su asistencia intermitente a la ILE, que tiene su origen en la precaria situación familiar (el nombre de Moliner aparece en algunas actividades para luego desaparecer, a menudo en beneficio del de sus hermanos Enrique o Matilde), la futura lexicógrafa aprendió, a la vez, a aprovechar los momentos de clase y a estudiar por su cuenta, con una autonomía auspiciada por sus docentes. De esta manera, una vez que el padre de los Moliner abandonó a la familia para irse a vivir con otra mujer a Argentina y debieron mudarse a Aragón, la joven de 15 años comenzó a dar clases particulares de distintas materias humanísticas por las que sentía una particular simpatía, mientras continuó con sus estudios de manera libre.
Luego de la partida de su padre, la vida de Moliner transcurrió de forma itinerante, entre Zaragoza, Simancas, Murcia –donde conoció a quien sería su marido, Fernando Ramón Ferrando–,y Valencia, ciudad en la que vivió sus años más fructíferos, hasta el fin de la Guerra Civil Española. En efecto, tras licenciarse en Historia en 1921 con honores, desempeñarse en archivos y bibliotecas y dar clases en la Universidad de Murcia (fue la primera mujer en hacerlo), Moliner se vinculó al proyecto Misiones Pedagógicas, a cargo de Cossío, y logró tener una participación activa y muchas responsabilidades, y también reflexionar sobre distintos asuntos junto a compañeros como Tomás Navarro Tomás y Teresa Andrés. De la Fuente, en consecuencia, dedica una parte importante del libro a ahondar en el alcance de esta política educativa casi sin precedentes en España, que en menos de diez años (desde 1931 hasta 1938) creó bibliotecas populares, y ahí es donde Moliner puso toda su experiencia e ideas, que volcó en la creación de un Plan General de Bibliotecas único en su país, que quedó trunco para siempre con la guerra; organizó lecturas, sesiones cinematográficas y musicales, exposiciones de arte, e impartió cursos para maestros en ciudades y pueblos de todo el país.
Es así que, tras la caída de la Segunda República, las actividades de Moliner –que nunca había sido una republicana ferviente pero simpatizaba con sus propuestas culturales y tenía fuertes vínculos con la ILE– fueron puestas en tela de juicio y, como consecuencia, fue castigada y se la degradó 18 escalafones, por lo que, prácticamente, debió volver a comenzar, tal como su marido, físico y profesor, que fue alejado de su cátedra y, cuando recuperó un puesto similar, fue en la Universidad de Salamanca, por lo que Moliner debió solicitar un traslado a Madrid para estar más o menos cerca. Sin embargo, en contraste con la aventura que supuso para ella su desempeño en las Misiones, que fueron un desafío auténtico a su capacidad de organización y de proyección, su nuevo lugar en la Biblioteca de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales fue una inmensa decepción, que llevó con estoicismo hasta su jubilación, en 1970.
De la Fuente, que a veces parece admirar a la lexicógrafa más de lo deseable y abunda en lo que parecen excusas por no ser lo suficientemente radical o progresista para el gusto actual e incluso busca anécdotas poco interesantes para resaltar su sentido del humor, propone que, frente a ese exilio interior que da título al libro, frente a esa vida anodina y gris de la dictadura de Francisco Franco, a la separación de su esposo y a su dedicación parcial a la casa y a la crianza de sus cuatro hijos, Moliner se entregó a las palabras y a establecer un orden en un mundo que parecía odiar lo letrado y que tendía a lo informe y a lo caótico, como un intento de preservarse.
Con una escritura rigurosa y cuidada, De la Fuente logra, a partir de documentos impensados, una biografía consistente y de estilo elegante, aunque por momentos hagan falta ciertas contextualizaciones y, al final, se extrañe algún tipo de reflexión desde la lingüística (que no necesariamente debería correr por cuenta de la biógrafa, que en un momento cita casi al pasar apenas a Ferdinand de Saussure) que ubique al pensamiento de Moliner en su tradición y, a la vez, permita ver con mayor claridad sus ideas con respecto a la lengua y el habla. No obstante, al final uno siempre puede volver con sus dudas al diccionario, obra mayor del siglo XX español, que Moliner llevó adelante casi en soledad y pronto se volvió el centro de su vida, su verdadero y más perdurable legado.
Innovaciones del diccionario
El DUE, conocido en general como el María Moliner, inspirado en cierto modo en el Learner’s Dictionary of Current English, de AS Hornby (1948), buscaba ser una herramienta para el uso del español, es decir, para el cifrado de mensajes. Con ese fin, y siguiendo a otros diccionarios, Moliner decidió combinar el orden alfabético con otro, que hacía un paréntesis en el alfabeto e incluía palabras que compartían raíz o campo semántico con la entrada principal. Así, si uno buscaba un concepto (el pasado es porque esta innovación fue alterada en la polémica segunda edición), siempre podía encontrar otros relacionados, que lo ayudaban a expresarse con mayor precisión.
Además de esto, y de eliminar la CH y LL, Moliner incorporó ejemplos en los que asociaba palabras (por ejemplo, sustantivos con adjetivos frecuentes), y marcó, en muchísimos casos, el contexto de utilización de los términos, rasgo común en los diccionarios pero no en tanta abundancia, y, en el caso de algunos conceptos claves (como “verbo”), redactó entradas extensas que ofrecían una reflexión gramatológica bastante más profunda que la usual. Por otra parte, el diccionario (que hoy se puede comprar en una preciosa edición aniversario) incluía algunas entradas curiosas, que decían mucho de la persona que estaba detrás, como chss, pufff y mmm, y otros conjuntos fonéticos que a su vez dan origen a muchas palabras, como c...r...c, y lo hacen, además de una referencia imprescindible, un texto de fascinante lectura en sí mismo.
El exilio interior. La vida de María Moliner. De Inmaculada de la Fuente. Madrid, Turner, 2018. 372 páginas.