Caballos, morsas y águilas, frijoles saltarines, dalias, algunos monstruos y un perro que se llamó Macedonio Fernández. Hongos y vacas, erizos, crisantemos “y, sobre todo, Ti Fú”. Animales fabulosos y londinenses, bestias de compañía, plantas salvajes y cebollas como ataúdes. El último libro publicado en Uruguay de Ida Vitale (editado originalmente por Paidós, en México, en 2003) está poblado de estos y más seres, que conviven en sus páginas organizados entre el capricho y el juicio, en torno a reinos (animal, vegetal, fungi) y siguiendo, aproximadamente, el alfabeto, a veces interrumpido por breves capítulos (¿o entradas?) más íntimos, fragmentos en los que se cuela un yo discreto que, por comodidad, identificamos con la autora de estos textos.
Así, el libro, que como se ha sugerido en la enumeración del comienzo recorre una serie amplia y antojadiza de criaturas, se revela como una suerte de autobiografía pudorosa, que rompe la cronología en favor de unas categorías que componen, lentamente, la exposición de una vida o de sus fragmentos y se cuenta como en diferido a través de lo Otro, ya sea bajo la forma de una rosa o de un sapo que, de un modo ligeramente desplazado, pero sin ser símbolos, dejan adivinar algo del sujeto de enunciación. Esto, que ya se veía en parte en El ABC de Byobu (también reeditado en Uruguay por Estuario, el año pasado) es en este libro más evidente, en fragmentos como: “De niña, fui consciente por primera vez de su belleza ante un ejemplar amazónico que me regalaron protegido bajo vidrio. Su prodigioso color mezclaba distintos tonos de turquesa y de azul en la textura de la más delicada de las sedas chinas. Parecía escapado de los cuentos de hadas que me nutrían. Luego, Murasaki Shikibu en las Genji monogatari me contaría...”, etcétera.
De este modo, la niña que recibe una mariposa amazónica (y a la que Murasaki Shikibu le cuenta) y la dueña de un conejo, la que se maravilla con tres simpáticos monitos que se tapan los ojos, la boca y los oídos, la estudiante que aprende sobre la introducción de la vaca en América, la mujer que vive en Punta Gorda, la que encuentra un perro en la playa en un día con amigos y, tras la llegada de la dictadura, se ve forzada a abandonarlo para exiliarse en México, la que vive en París y usa el balcón como heladera –donde deja manteca, para alegría y sustento de los pájaros–, la que vive en Austin con Enrique Fierro y pasa largas horas en la biblioteca universitaria, la que recibe una visita de Juan Carlos Onetti o de una amiga que llega con flores, la que describe los labradores de la hija; todas conviven fragmentadas en estas páginas, escritas con el lenguaje preciso y limpio característico de Vitale, que parece buscar una claridad de expresión clásica y limita las proliferaciones a las múltiples referencias librescas y a sus historias de vida, que se mezclan hasta confundirse.
Los retratos parciales salpicados en estos textos van armando poco a poco un cuadro intrincado, entre un torrente de citas eruditas que desafían la torpe omnisciencia de Google, nombres de libros, vidas de poetas, consejos y leyendas, palabras de naturalistas y anécdotas que, al final, terminan creando un mundo autónomo, como los que las enciclopedias y diccionarios saben crear para nuestro disfrute. Como esos libros, en efecto, De plantas y animales reclama un lector azaroso, no lineal, proclive a las interrupciones y a lo fragmentario, que se distraiga y sepa perderse, abandonarse a la experiencia misma de la lectura, que en gran parte encuentra el placer en la digresión, que la poeta controla por medio de su prosa pulida y su búsqueda de una mayor expresividad en la condensación.
En este sentido, si bien el libro se puede inscribir en cierta tradición, que va desde la Historia natural de Plinio el Viejo (aparecida en 37 tomos en la segunda mitad del siglo I d.C.) y los heterogéneos bestiarios medievales hasta las Historias naturales (1894) de Jules Renard, El libro de los seres imaginarios (1967), de Jorge Luis Borges o, incluso, hasta los posteriores Les animaux célèbres (2008), de Michel Pastoureau, o The Book of Barely Imagined Beings (2012), de Caspar Henderson, De plantas y animales logra imponerse como inclasificable y personal.
En su conjunción de registros, Vitale –que el 23 de este mes recibirá en Alcalá de Henares el Premio Cervantes 2018– propone una suerte de juego riguroso y distendido, con momentos de discreto humor e ironía, aunque no falten en el libro la reflexión y la advertencia, imposibles de ignorar en estos días, en los que el agotamiento de los recursos naturales y el peligro que corren muchas de las especies que con amoroso cuidado glosa la poeta son tema permanente en la conversación pública. En sus primeros capítulos, ya, Vitale deja clara su visión sobre la ecología y la fascinación que, aunque nuestro estilo de vida atente contra ellos, parecemos sentir hacia ciertos animales (y, por cierto, no hacia otros): “En las relaciones del hombre con los animales”, sostiene, “se pasa de la indiferencia o cosificación a la indulgencia. Los humanos se doblegan con gusto ante la creciente importancia de aquellos en la vida, afectiva o comercial. El animal se ve rodeado por la atención de una sociedad de la que es ya un miembro que exige y se beneficia. De pasible de maltratos pasa, por un previsible movimiento pendular, a ser una criatura con más privilegios que muchos humanos”. Así, el libro podría, también (aunque, ciertamente, no lo sugiere en ninguna parte), leerse como una suerte de manual para el futuro, un catálogo imposible de los seres que habitaron la Tierra, todos pasados por la mirada y la prosa de una de sus más atentas observadoras.
El libro será presentado por la autora, en compañía de las poetas Melisa Machado y Tatiana Oroño, hoy a las 19.30 en el Museo Nacional de Artes Visuales (Tomás Giribaldi 2283).
De plantas y animales. Acercamientos literarios. De Ida Vitale. Montevideo, Estuario, 2019. 336 páginas.