Entre otras cosas, la novela policial, al margen de estilos y tramas, del reflejo de la realidad social de una época determinada y de la inscripción o no en sagas o proyectos más amplios, ha construido diversos arquetipos, todos maleables e incluso contradictorios, de la figura del detective, de aquel que lleva adelante una investigación, tanto de forma institucionalizada (estableciéndose en representante cabal de la Justicia) como por fuera, en el borde de los parámetros legales (la variopinta fauna de los investigadores privados). El film noir se encargó de convertir en imágenes y ponerle rostro y movimiento a la figura más arquetípica del investigador privado, como demuestran el semblante hierático y la voz extraterrestre de Humphrey Bogart como Samuel Spade en El halcón maltés (John Huston, 1941) y la cara macilenta y mal afeitada de Robert Mitchum como Philip Marlowe en Adiós, muñeca (Dick Richards, 1975), así como en las disímiles variantes televisivas que durante décadas visitaron y visitan los hogares, desde el Columbo de Peter Falk al Derrick de Horst Tappert, desde la reportera del crimen Jessica Fletcher de Angela Lansbury al Pepe Carvalho personificado por Eusebio Poncela en la España posfranquista.
El género policial, que en la actualidad goza de buena salud, ha seguido nutriendo la ficción con innúmeros investigadores que, cada uno con su impronta, horada argumentos y cierra libros para ser consumidos por ávidas masas de lectores. El ex policía Charlie Parker del irlandés John Connolly, el comisario Montalbano del reciente finado Andrea Camilleri y el inspector Kurt Wallander del sueco Henning Mankell son algunos de los ejemplos más notables y publicitados. Y también está el comisario Kostas Jaritos, de la Policía de Atenas, creado por la pluma del escritor griego Petros Márkaris.
Comisario en ascenso
El comisario Kostas Jaritos mostró por primera vez la jeta en la novela Noticias de la noche (1995, publicada en español en 2000 por Ediciones B, con traducción de Ersi Marina Samará Spiliotopulu, la traductora habitual de Márkaris al español), el relato de una sórdida investigación de un doble crimen que luego se duplica y, con ello, los problemas. En una primera persona cansina y puntillosa, el propio Jaritos contaba la historia, intercalando el avance de la investigación (llevada adelante por él y su equipo de colaboradores) con la interna de la Jefatura (especialmente el vínculo con su superior directo, Guikas) y la convivencia con su esposa Adrianí y su hija Katerina.
El éxito de aquella novela inicial se desparramó en una saga sólida y persistente, con títulos como Defensa cerrada (1998), Suicidio perfecto (2003), El accionista mayoritario (2006), Muerte en Estambul (2008) y Offshore (2016), entre otras, hasta llegar a la que a la fecha es la última, Universidad para asesinos. Si bien cada novela desarrolla un caso diferente, una investigación particular emprendida por Jaritos, de forma paralela el detective cuenta su propia biografía, ensamblada con los casos policiales, salpicándose y alimentándose mutuamente. Y ya que estamos en el tema, también se habla mucho de comida, porque Jaritos es un apasionado de la comida griega, que lastra de forma pantagruélica, dedicándole varias páginas a describir platos, ingredientes y presentaciones.
Nivel terciario
Universidad para asesinos reencuentra a Jaritos enfrentado a una serie de problemas domésticos –el primer nieto en camino, la invasión hogareña de las nuevas amigas de su esposa, la jubilación de Guikas, su superior, que lo deja al frente de la oficina, etcétera– que corren a la par de la investigación central: una serie de crímenes de profesores universitarios que en algún momento abandonaron la academia para pasarse al lodazal de la política.
Al igual que en las anteriores novelas de la saga, se mezcla la investigación policial, poblada de testigos, sospechosos, soplones, reporteros y pistas, con la vida doméstica de Jaritos y sus allegados, intercalando capítulos que transcurren en la Jefatura con otros que suceden en la casa del comisario. El procedimiento, una marca de estilo de Márkaris, le otorga al conjunto una densidad especial que puede terminar hartando al lector más veloz y menos paciente, pues situaciones en principio anodinas, que no suman nada a la trama policial, ocupan páginas y páginas de diálogos y cavilaciones. Así, el destino laboral de la secretaria del antiguo jefe de Jaritos, por ejemplo, que constituye un trámite más dentro de la administración pública, merece varias páginas de análisis, así como el nombre del nieto del comisario o la cantidad de vegetales requerida para hornear la mejor tarta de verduras.
Entre toda la tramoya de lo mínimo, de lo aparentemente insustancial, avanza la investigación de los crímenes que han puesto en vilo a la comunidad académica ateniense. Y ahí también Márkaris se desprende del resto, pues el comisario Jaritos parece no tener mucha idea de nada en relación con el caso, y su pesquisa se va armando de manera aleatoria, en base a lo que le informan sus ayudantes o, incluso, a lo que en un momento le cuenta una periodista. No hay complejos procedimientos ni sesudas cavilaciones para atar cabos, no aparecen subtramas que entroncan con la principal ni sospechosos que luego se descubren inocentes; al final, el relato del comisario Jaritos es como la redacción de un inmenso archivo administrativo que va sumando situaciones y declaraciones de manera cronológica, sin demasiado espacio para la sorpresa.
El noir doméstico tiene, en definitiva, esa virtud como marca de distinción: dejar dormir la investigación entre el papeleo para volver a casa y paladear una buena cena. Mañana será otro día y quizás se atrape al asesino. Y si no es mañana, será pasado.
Universidad para asesinos. Petros Márkaris. Buenos Aires, Tusquets, 2019. Traducción de Ersi Marina Samará Spiliotopulu. 324 páginas.