Fue en los primeros días de noviembre de 1918, mientras culminaba la Primera Guerra Mundial, cuando surgió en el estado de Baviera un gobierno popular que duró unos pocos meses y luego dio paso a una república soviética más efímera aun. Los gobernantes fueron poetas, profesores, dramaturgos, críticos de teatro y filósofos de café, que se propusieron desterrar a la monarquía y establecer un nuevo orden, más humanista y armónico, dentro de la República de Weimar. Los fines eran nobles pero no les daba el paño, por lo que los dirigentes de aquella empresa disparatada terminaron ejecutados, presos o exiliados mientras los fusiles y las botas, más expeditivos y brutales, restablecían el orden primigenio.
Cien años después de aquellos sucesos, el escritor, crítico literario y presentador televisivo alemán Volker Weidermann congregó en una especie de aquelarre a los sufridos protagonistas de la historia y los retrató en La república de los soñadores, un libro ágil y súper documentado, que se lee como una novela aunque fluye como una opereta.
En malón
La ciudad de Múnich, capital de Baviera, es el escenario donde transcurre la acción. Nunca mejor empleada la palabra “acción” que acá, pues el relato coral que ha compuesto Weidermann para narrar la historia del Estado Popular de Baviera y de la República Soviética de Baviera se sustenta en un frenético encadenamiento de hechos narrados en malón: todos caminan, vociferan consignas, discuten, votan, firman documentos, huyen y mueren al ritmo de la opereta de la que se habló antes.
Si bien son muchos los nombres que atraviesan la trama, con variable protagonismo según el momento, el libro presenta a dos figuras centrales, sobre las que se organiza el relato de los acontecimientos. El primero es Kurt Eisner (1867-1919), un periodista berlinés que supo ser editor del prestigioso diario Frankfurter Zeitung, organizador de la llamada Revolución de Noviembre, que derrocó a la monarquía de los Wittelsbach en Baviera, estableciendo el Estado Popular del que se convirtió en su primer ministro. Al frente de un gobierno novel, Eisner se reveló más chapucero en el cargo de lo que aparentaba, con un programa repleto de ideas utópicas y proyectos irrealizables, y al frente de un gabinete compuesto por otros sujetos tan delirantes como él. El 12 de enero de 1919, un par de meses después de su asunción, cuando el pueblo fue llamado a las urnas para ratificar la revolución, a Eisner le caería un baldazo de agua fría: sólo 2,5% del electorado votó por él. Un mes después, cuando iba camino al Parlamento para presentar su dimisión, Eisner fue asesinado de dos disparos por un oficial del Ejército, de extracción nacionalista.
La muerte de Eisner puso en escena al segundo protagonista del libro, Ernst Toller (1893-1939), un poeta y dramaturgo que durante el breve gobierno del periodista berlinés se desempeñó como vicepresidente del Consejo de Obreros y Soldados. De una mayor solvencia discursiva que Eisner, y más pragmático también, asumió como presidente del Consejo Central el 7 de abril de 1919, pero, en los hechos, su gobierno duraría apenas seis días, pues el Partido Comunista terminaría tomando el control, para implementar una serie de reformas de línea dura, directamente inspiradas en la Rusia bolchevique. Algunas semanas después, Toller fue encarcelado en la prisión de Niederschönenfeld, donde permaneció cinco años, dedicado a escribir algunas obras de teatro y un libro de poemas dedicado a las golondrinas que lo visitaban en la celda.
El elenco
Para conformar su compacta historia del Estado Popular y de la inmediata República Soviética de Baviera, Weidermann hace una gran pintura de época, hundiendo el pincel de la escritura en el reflejo variopinto del panorama cultural de su época. Así, a las figuras de Eisner y Toller suma una ristra de nombres vinculados de una u otra forma con la historia. Tal es el caso del novelista Thomas Mann (1875-1955), que desde su mansión de Herzogpark, entre el tintinear de la fina cristalería y el silencio monacal al que sometía a sus hijos para que no lo interrumpieran en su concentración, siguió de cerca por la prensa lo que ocurría en la ciudad, dudando entre adherir a la causa de los revolucionarios o mantenerse al margen, para terminar retomando finalmente la escritura de La montaña mágica, que había iniciado algunos años atrás.
Otros nombres cruzan la trama de aquellos meses convulsionados, como el del poeta Rainer Maria Rilke (1875-1926), que asiste consternado a las derivas de la barbarie; el escritor Hermann Hesse (1877-1962), que en aquel intenso año de 1919 publica uno de sus libros más famosos, Demian; o el gacetillero y pacifista Rat Marut, quien algunos años después reaparecerá en México, bajo el nombre del esquivo novelista B Traven (1882-1969), y publica libros tan poderosos como Puente en la selva y El tesoro de la Sierra Madre.
Y el del bigote
El 26 de febrero de 1919, cinco días después de su asesinato, miles de personas conformaron el cortejo que llevó los restos de Eisner al Cementerio del Este. La marcha fue lenta y bulliciosa, dice Weidermann mientras dirige la cámara hacia la masa de dolientes. De todos los rostros que componen el cuadro, decide detenerse en uno solo: “Entre la multitud también está aquel hombre delgado y pálido del bigote. ¿No es ese que después afirmará que en ese momento no se encontraba en la ciudad? Aquel pintor desorientado y fracasado que no tenía a nadie más que a su único amigo, el sindicalista Ernst Schmidt, y a los compañeros de su regimiento. Años después, estando encarcelado, escribiría esta frase: ‘Pero yo decidí entonces ser político’”. Por aquellos días del Estado Popular y la República Soviética de Baviera, sugiere Weidermann, el hombre del bigote estaba comenzando su lucha. Pero esa, tristemente, es otra historia.
La república de los soñadores. De Volker Weidermann. Traducción de Arnau Figueras Deulofeu. Barcelona, Arpa, 2019. 254 páginas.