De niña, Valerie Miles (1963) soñaba con la extrañeza. Y aunque nació en Nueva York y creció en Pensilvania, quiso vivir en otro país, cruzar el océano hasta que la tierra se volviera extranjera e intentar encontrarla. Así fue como se instaló en la España posfranquista, y confirmó una secreta armonía entre el lenguaje y la realidad: lo que cuenta es buscar, siempre, la extrañeza. Y si empezó entrevistando a escritores como Joyce Carol Oates, Julian Barnes y Richard Ford, o a cineastas como David Lynch, luego comprendió que no era una testigo inocente y quiso hacer su aporte: como directora editorial (Galaxia Gutenberg, Emecé, Alfaguara) publicó importantes obras de Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo, Yasunari Kawabata y John Cheever, y rescató a autores inéditos en el mercado español. Además, es crítica literaria en The New York Times, tradujo al inglés a Ida Vitale, Milena Busquets y Enrique Vila Matas, entre tantos, investigó la obra de Roberto Bolaño y fue reconocida por la Feria del Libro de Buenos Aires como una de las personas más influyentes del mundo editorial.
En 2003, impulsada por Richard Ford, decidió fundar –junto con Aurelio Major– Granta en español. Siete años después, esta prestigiosa revista publicó una selección de los mejores escritores en español, dando a conocer a grandes autores que eran casi desconocidos fuera del medio (los argentinos Pola Oloixarac, Federico Falco y Samanta Schweblin, el uruguayo Andrés Ressia).
Meses después de que Miles dialogara con Ida Vitale en la Feria del Libro de Montevideo, la editora conversó con la diaria sobre la nueva selección de Granta 2021 (ver recuadro), y la necesidad de detenernos a observar para así poder recordar.
En estos años, ¿qué autores uruguayos te han interesado?
La que más me ha interesado es Ida Vitale. A ella y su marido, Enrique Fierro [1941-2016], que también era un muy buen poeta y tiene mucha obra inédita que se está trabajando, los conozco desde hace mucho tiempo.
¿Qué destacás de su obra? En la Feria del Libro te referiste a su curiosidad.
En su libro De Plantas y animales tiene una frase que dice: de la “atención detenida”, de la “naciente curiosidad nacen muchas cosas: para empezar, su propia intimidad. Yo diría que en ella renace la civilización”. Esto me hizo detenerme y pensar, y me recordó una famosa frase de [JW] Goethe, “¡detente, instante, eres tan hermoso!”. Esa idea de detener el tiempo y observar una cosa con atención, y absorber... Así es como se llega a hacer memoria. Porque muchas veces la vida pasa y no nos detenemos, y por eso no recordamos. Pero este detenerse en el detalle y en el instante hace que forme parte de nuestra memoria; recordamos porque nos hemos detenido. Eso es lo que tiene Ida; reencanta el mundo cotidiano, porque no puede caminar una cuadra sin que haya parado dos veces a mirar algo. Esa gran curiosidad y capacidad para detenerse es lo que luego crea ese pozo de conocimiento, y siempre puede volver a él porque existe en su recuerdo. Esta es una de las cosas que he aprendido de Ida Vitale.
Hablando de detener el tiempo, de adolescente vivías cerca de una comunidad amish.
Sí, cerca de donde son ellos originalmente. Mi padre admiraba mucho su estilo de vida sencillo, y yo crecí en ese ambiente de Pensilvania. Mirar esos mundos es muy interesante, y como mi padre tenía un gran amor por la naturaleza, pasábamos mucho tiempo en el bosque, entre la nieve y el jarabe de arce. De modo que mi infancia tuvo mucho que ver con una naturaleza salvaje, no domesticada. Esto determina muchísimo, porque uno aprende de sí mismo de una forma distinta, sin la necesidad de la aprobación social. Es una relación distinta con el entorno, pero sin ser new age, sino nabokoviana y científica, porque también permite comprender las pautas matemáticas del universo. Es un conocimiento sensorial muy distinto del urbano.
¿Cómo es que esa fantasía por Gertrude Stein y la generación perdida decantó en la edición y la literatura?
Desde chica el lenguaje me excitaba y, a su vez, me generaba frustración, porque sentía el extrañamiento de nombrar las cosas y nunca saber si esas cosas realmente eran las que nombraba. Siempre sentí una extrañeza en cómo nombro el universo y cómo es el universo.
O su representación.
Exacto, la representación de la realidad. Recuerdo que antes de saber deletrear perseguía a mi madre diciéndole letras, porque quería aprender cómo funcionaban. Cuando descubrí que “e-a-r” era “oreja” fue como si se abriera un universo y obtuviera un código. Toda la vida sentí fascinación por el lenguaje, y en su momento me llamó la atención que toda la generación perdida no estuviera en Estados Unidos sino en otros países. Leerlos me encantaba porque era como añadir un nuevo paradigma. Leí a Borges sin saber que era una traducción, y recuerdo la sensación que me generó. La otredad siempre me causó una enorme curiosidad.
¿Por ese camino llegaste a la literatura en español, a Borges, a Hebe Uhart?
Eso mismo; me condujo a la búsqueda de otras cosas. Con el tiempo, y el dominio del idioma, empecé a comprender que yo sólo tenía una manera de nombrar el mundo, y en esos espacios había muchas más.
Años después, ¿cómo se dio tu rescate de autores como Borges, Adolfo Bioy Casares o Silvina Ocampo en editoriales españolas?
Por casualidad. Después de trabajar en las páginas literarias de La Vanguardia, entré en la editorial Emecé, en un momento muy duro, porque la había comprado Planeta y ya había empezado a cerrar buena parte. En aquel entonces hice lo que pude para convertirme en la “campeona” de la literatura argentina y del Cono Sur, de alguna manera, y de aquellos que estaban en el catálogo de Emecé. Fue cuando empecé a intentar difundir este tesoro. Desgraciadamente, tras un par de años decidieron cerrar también en España y no pude seguir.
En entrevistas has comentado que la literatura hispana le aporta al mundo anglosajón “innovación sin densidad” y “capacidad para la experimentación formal”. ¿Cómo es esto?
Al menos en Argentina y en el Cono Sur, que es lo que más conozco: Borges y Bioy leían a un autor llamado JW Dunne, que tenía ideas muy particulares sobre los sueños y el tiempo. Y si leés los cuentos de Silvina Ocampo, muchas veces está jugando con esas mismas ideas. Ella también aplica a sus cuentos ciertos elementos formales, como ideas de tiempo y espacialización, que probablemente provengan de la pintura. Estos juegos con el tiempo son muy interesantes, y también los encontramos en escritores estadounidenses, pero en su caso suelen ser de género –como Philip K Dick– o aislados. Se los conoce como escritores de ciencia ficción, pero a Bioy nadie lo ubica dentro de la ciencia ficción. Simplemente, ha estado trabajando formalmente a partir de algunas ideas o algunos casos, que dialogan con Dunne y otros escritores. En Silvina veo esas cosas, pero no en escritores realistas estadounidenses, que no tienden a jugar tanto con estas posibilidades formales. Algo que sí vemos, por ejemplo, en un escritor como [Vladimir] Nabokov, que también leyó a Dunne. Fijate cómo ha influido formal y estructuralmente Dunne en sus obras. Y esto luego permite a escritores de otros idiomas y generaciones tomar ejemplos de variaciones dentro de un marco realista.
Con la extrañeza y lo onírico jugando distintos papeles.
Exactamente; es muy interesante esa realidad onírica. Esto también lo vemos en Bolaño, que era un gran lector de la literatura argentina, sobre todo, y, evidentemente, de Felisberto [Hernández]. Pero él actualiza algunos de estos formalismos, adoptando cuestiones que vienen, por ejemplo, de [William] Burroughs y otras variantes de los beats o del género detectivesco, renovándolos. El resultado es que un joven escritor estadounidense no puede no pasar por Bolaño. Quiero indagar un poco más en esto de Dunne porque me resulta muy interesante, porque al principio pensé que iba más por el lado del filósofo [Henri] Bergson, pero de repente te das cuenta de que todos estaban leyendo a Dunne.
¿En la literatura latinoamericana percibís algún modo particular de interrogar al presente?
Sí, pensando en mis lecturas más próximas, como Bolaño o Fernanda Trías, que nos escribió un cuento maravilloso para Granta [“Crónica de una desaparición”], que tiene mucho que ver con el presente, ya que se pregunta qué hace un escritor en la época del tiempo digital contabilizado: se pregunta cómo conciliar la creación con la presión de tener que producir, porque hoy en día el tiempo está muy contabilizado y exigido; debe valer algo. El cuento de Fernanda demuestra que la mejor manera es resistir esa necesidad de productividad cuando estamos en un campo que es la creación. Bolaño lo hace desde una mirada irónica de la tragedia política de su generación, que tuvo grandes aspiraciones, pero él siente que fueron traicionadas por políticos que no estuvieron a la altura de las aspiraciones de los jóvenes. A pesar de que Bolaño habla explícitamente de su generación, en realidad podríamos preguntarnos si esto no es aplicable a todas: los jóvenes y sus aspiraciones, y los mayores que se corrompen, aceptando que las cosas son como son, en vez de proponer nuevas costumbres o maneras de concebir el mundo. El círculo de la historia. Creo que una parte de Bolaño es esto. Sigo pensando en que lo que hace necesaria la lectura de Bolaño –y que es romántico, aunque no del todo– es que él reconoce que las cosas son así, pero cree que nunca hay que perder la esperanza de poder mejorarlas.
En cuanto a los jóvenes, en 2021 Granta publicará su segunda selección de escritores en español. ¿Qué nos podés contar?
Es una gran responsabilidad, y decidimos componer un jurado con personas de varios países. Apostamos, además de al talento, a la originalidad en la temática o el abordaje. No hay cuotas por países ni por géneros, porque esto nos permite mirar una generación venidera, estudiar si hay temas coincidentes o no, si hay movimientos en determinados países. Permite, simplemente, una mirada relámpago acerca de lo que podría ser una generación que está llegando a su mayoría de edad, y cuáles son sus preocupaciones, temas, coincidencias o divergencias. Es muy interesante como ejercicio. Y siempre es sugerente mirar hacia atrás y ver quiénes estuvieron y quiénes no, a quiénes deberíamos haber añadido y quiénes no llegaron a desarrollarse.
Con la selección de 2010 muchos descubrimos a Federico Falco, por ejemplo. Tuvo un nivel muy alto. ¿Cómo creés que impactó?
Todavía recuerdo el primer cuento que leí de Federico Falco, sobre una señora que vive cerca de un zoológico y mira a los animales, hasta que un día decide entrar [“Las aventuras de la señora Ema”]. Me impactó de tal manera que quise saber quién era esa persona. El peruano Carlos Yushimito era otro escritor que para mí era desconocido, y cuando leí “La isla” también me sorprendió muchísimo. Son dos escritores que me alegro mucho de haber contribuido a que se les prestara mayor atención. Porque eso es lo que genera la selección.
“A _2666_ y su locura lo veo como un aleph; es el mundo entero dentro de un libro. Y es una obra sumamente moral, sobre todo por lo que dice sobre las muertas de Juárez. Hace unos años, cuando estuve con Patti Smith, me enteré de que obligaba a sus músicos a que lo leyeran si querían tocar con ella”.
¿Seguís creyendo que 2666 [Bolaño, 2004] es uno de los mejores libros de literatura en español?
Sí, lo firmo. Cada vez que releo Los detectives salvajes [1998] le encuentro nuevos guiños, sin saber si son intencionales o no. Y su estructura es de una perfección impresionante. De esta forma, a 2666 y su locura lo veo como un aleph; es el mundo entero dentro de un libro. Y es una obra sumamente moral, sobre todo por lo que dice sobre las muertas de Juárez. Hace unos años, cuando estuve con Patti Smith, me enteré de que ella obligaba a sus músicos a que lo leyeran si querían tocar con ella. Es imposible que te deje indiferente. Y eso es la literatura; no es para hacerte sentir bien, sino para tomarte por las solapas.
Hablando de traducción, uno siempre tiene presente aquello de Borges, que traducir implicaba crear una nueva obra, pero para vos se trata de una imitación. ¿Por qué?
Depende de la obra, ya que cada libro que traduzco requiere un modo diferente, y parte del trabajo del traductor es encontrar ese modo. Añadiendo una tercera opción a lo que decís, también está el caso de [Gabriel] García Márquez y su traductor, Gregory Rabassa: García Márquez decía que Rabassa debía rehacer y reinterpretar lo que él escribía, porque debía hacer su libro. Y eso es verdad, porque hay cosas que son intraducibles. Siempre es necesario reinterpretar, buscarle la vuelta para que mantenga el efecto, aunque se diga de otra manera. Lo que no se puede hacer es una literalidad, porque es imposible.
Como decía Ida, “Las palabras son nómadas, la mala poesía”, o la mala traducción, en este caso, “las vuelve sedentarias”.
Es así. Por eso digo que se trata de una imitación, porque buscás una manera de decir lo mismo pero en otro idioma. Entonces, sí estás creando una nueva obra, porque cuando hablamos de ficción no vale sólo traducir frases. Otro caso son los ensayos o la no ficción, que tienen una necesidad mucho mayor de apego al original, porque ya no es una cuestión de traslado de un sentimiento o idea –en el sentido de imitatio–, sino de traducir para conocimiento. Dentro del campo de la ficción, debés tener un poco más de libertad para trasladar el efecto de lo que leés a otro idioma.
En tus comienzos te propusiste aprender otro idioma para poder distanciarte del inglés y así reflexionar sobre el lenguaje. Después publicaste un libro en el que trazaste un canon desde la mirada de los escritores [Mil bosques en una bellota, 2012]. A fin de cuentas, tu recorrido parece derivar en la aventura por la extrañeza.
Sí, la verdad que sí. Porque, al igual que de pequeña, sigo en busca de esa extrañeza y enajenación. Ver el mundo desde un punto lejano. Si no, es como si alguien pusiera algo delante de tus ojos: hay que distanciarse para poder observar. Muchas veces la gente no se da cuenta de que cuando utiliza palabras crea sentido. La mayoría no se detiene a pensar en eso. Y si cambiamos las palabras, cambiamos el mundo. Los que formamos parte del mundo de las letras y las humanidades lo tenemos muy claro, pero hay muchos que no, y en la época digital, en la que priman el big data y los números, ¿qué sucede con las palabras? El lenguaje modifica. Y volvemos a Ida: para poder ver hay que extrañarse. Esto sólo podemos hacerlo a través del lenguaje. En el número de Granta dedicado al agua ella dice “una de las cosas que más me gustan sobre el agua son todas las formas de decir la misma palabra”, y enumera todos los modos de llamarla en distintos idiomas. Todos esos signos arbitrarios que asignamos a una misma cosa me resultan fascinantes, porque ahí es donde contamos la historia de nuestra existencia.
Convocatoria
Continúa abierta la convocatoria de la revista Granta para integrar su segunda selección, que se publicará a comienzos de 2021. Los interesados deben ser escritores latinoamericanos o españoles, menores de 36 años, y tienen tiempo para postularse hasta el 15 de mayo www.granta.com
.