A muchos escritores no les gusta hablar de dinero. En diálogos con lectores, con periodistas o con sus pares, en congresos sobre equis tema, en mesas redondas y ferias de libros, se hacen los otarios, los desentendidos, los incontaminados por el mundanal tintinear de las monedas porque de eso se encargan otros, porque un asunto tan material corrompe el aura de su creación, porque el arte esto y el arte lo otro. Por actitudes como esas es que el escritor percibe un miserable diez por ciento en el reparto de la torta de su obra, como si el que escribe no comiera, no se vistiera y no tuviera que hacer cola cada mes en un local de cobranza (con el debido distanciamiento social). Claro que tampoco falta el avivado de turno que le pide al escritor un prólogo, una contratapa, una ponencia o un artículo y pone el grito en el cielo cuando el autor, tímidamente, desliza la posibilidad de percibir alguna remuneración, perorando luego en conversaciones con otros iluminados como él comentarios despechados sobre ese miserable que osó pedir plata por su escritura. En medio de tal contexto de ruindad, la mayoría de los escritores labra su obra.
Ante tamaño panorama, nunca hay que despreciar un libro como Sus...pense. Cómo se escribe una novela de misterio (traducción con pretendido gracioso agregado al título original, Plotting and Writing Suspense Fiction) de la escritora estadounidense Patricia Highsmith (1921-1995), una suerte de manual escrito con claridad, experiencia y una calculadora a mano.
Impronta
Autora inevitable de ese ente conocido como “novela policial”, que año tras año arroja al mercado productos de primera línea junto a innumerables chucherías en serie, reducir a Highsmith a una escritora de género es, además de una comodidad de reseñista, un alevoso gesto de miopía. En sus libros –Extraños en un tren (1950), El talento de Mr. Ripley (1955), El grito de la lechuza (1962), La celda de cristal (1964), El diario de Edith (1977), El hechizo de Elsie (1987), entre otros–, el Mal, así, escrito con mayúsculas, se erige siempre en la fuerza detonante que explota en tramas cargadas de giros y de desgracias.
El trasfondo épico y el componente existencial de las novelas de Highsmith tiene poco que ver con los modelos canónicos del género made in USA, a saber, Dashiell Hammett, Raymond Chandler y Ross MacDonald, sino que se emparenta más con los auténticos reventados del sistema: la maldad ontológica de los seres asediados de Jim Thompson (El asesino dentro de mí, 1.280 almas, Hijo de la ira) y las víctimas desoladas de David Goodis (Viernes 13, Fuego en la carne, Disparen contra el pianista). Highsmith, además, brilló como pocas al relatar el proceso de corrupción gradual que sufren los compartimentos en que se incrusta la vida de un hombre, a saber, el matrimonio, la paternidad, la amistad o el trabajo. Todo lo que parece estable de pronto se resquebraja y, a partir de ahí, no hay pero que valga.
Experiencia
Sus...pense. Cómo se escribe una novela de misterio, publicado originalmente en 1983, navega entre el manual de autoayuda para escritores y la autobiografía parcial de la autora, conformándose en un libro bastante atípico, emparentado con El simple arte de escribir (2000), de Raymond Chandler, y Mientras escribo (2000), de Stephen King. Por supuesto que Highsmith habla de su propia experiencia en el oficio, pero en todo momento se preocupa por establecer algo parecido a una fórmula, de la que ella es la primera en señalar su arbitrariedad. Los títulos de los capítulos (“El germen de una idea”, “El primer borrador”, “Las revisiones”) ayudan a ordenar el proceso de trabajo con el libro en ciernes, desde la iluminación inicial hasta el eventual peloteo con el editor.
Todo el trabajo creativo que describe Highsmith en este libro encuentra su cauce en el mercado de revistas de género en Estados Unidos (Black Mask, Dime Detective, Ellery Queen’s Mystery Magazine y un larguísimo etcétera), un universo en sí mismo, que le dio espacio y le permitió comer con aceite a la mayoría de los escritores del rubro. En ese sentido, la autora no se anda con vueltas y es más que precisa, como al afirmar que “cuando uno se propone escribir algo para una revista, conviene que antes se asegure de la extensión exacta que debe tener el relato. Si se le coge el tranquillo, el mercado de las revistas es muy rentable. A menudo, el precio de una novela corta, de ochenta páginas, puede superar el adelanto que pagan por una novela de suspense de longitud normal”. La calculadora de Highsmith nunca da números rojos.
Uno de los capítulos más interesantes es el que la autora dedica a contar el germen, la escritura y la publicación de su novela más poderosa, La celda de cristal (1964), la sórdida historia de un hombre injustamente condenado a la cárcel y su posterior regreso a la vida civil en condiciones peores a las que perdió. A partir de una carta que le enviara un lector preso, Highsmith se interesó por las condiciones de la vida carcelaria y pergeñó esta historia de degradación con tintes dostoievskianos, más negra que la noche más negra y que se constituye, en verdad, en un alegato contra el hacinamiento, el salvajismo y la corrupción moral que esperan a cualquier ser humano que caiga en una cárcel, por más discursos edificantes que sobre el punto enuncien ciertos gobernantes.
No es seguro que alguien que lea Sus...pense. Cómo se escribe una novela de misterio desarrolle desde entonces mejores relatos policiales, o mejores relatos a secas, pero la oportunidad es única para conocer de primera mano el taller de trabajo de una de las escritoras más importantes del siglo XX. El libro puede servir, también, para desalentar nacientes carreras de escritores al enrostrarlos con un oficio serio y continuado, que se practica con tenacidad y sin temor al fracaso, no redactando tonterías para compartir con sus amigos en las redes sociales.
Sus...pense. Cómo se escribe una novela de misterio. De Patricia Highsmith (traducción de Jordi Beltrán). España: editorial Círculo de Tiza, 2015. 164 páginas.