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Con Tabaré Gómez Laborde, a 43 años y 9.000 tiras de Diógenes y el Linyera

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El dibujante uruguayo, radicado en Argentina desde 1974, repasó con la diaria su vida y su obra y contó por qué comenzó a vender sus dibujos originales.

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Leído por Lola Livchich
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Hace muchos años el humor era rentable. En ambas márgenes del Río de la Plata existían programas de televisión cuyo primer y a veces único objetivo era provocar la risa entre los espectadores. Y una visita a cualquier quiosco permitía encontrar publicaciones de aquí y allá que agrupaban la labor humorística de escritores, guionistas y dibujantes, tanto de humor gráfico como de historietas.

En las revistas de aquí y allá había una figurita repetida, que había nacido acá (en La Paz, en 1948) pero se había radicado allá en 1974. Sus personajes eran fácilmente reconocibles por las narices grandes, los ojos ojerosos, las panzas omnipresentes. Eternamente en bares o deambulando por villas y rancheríos, recibían su merecido y lo transformaban en enseñanza, como en los cómics de terror con moraleja que publicaba EC Comics. Aunque aquí los castigos solían ser de índole sexual.

Era la época de oro de Tabaré Gómez Laborde, conocido simplemente como Tabaré, un oriental que triunfaba en el exterior y que nos inflaba el pecho de orgullo antes de desinflárnoslo con la primera carcajada. Supo descollar en la mítica revista Humor (Hum®, o Humor Registrado), además de pulular por publicaciones de este lado del río.

Tabaré no solamente continúa en actividad, sino que desde 1977 mantiene una tira cómica diaria en el diario argentino Clarín: la mítica Diógenes y el Linyera, que pasó por varios guionistas, incluyendo a Jorge Guinzburg, hasta que el dibujante se la adueñó por completo en el lejano 2008. La cuenta indica que lleva más de 9.000 ediciones de las aventuras reflexivas del vagabundo y su perro.

Pero volvamos atrás varias décadas, hasta su Canelones natal y Pedro el Pita Laborde, el tío que le enseñó de dibujo y un poco de la vida. “Él era muy bohemio. No le gustaba hacer acto de presencia en ningún lado. Vivía, no como un linyera, pero sí muy solo”, contó el dibujante a la diaria. “Yo iba a una casita que tenía cerca de las canteras de La Paz y él calentaba la caldera para tomar mate con sus dibujos. ¡Me volvía loco!”.

En esa misma ciudad conoció el boliche, eterno escenario de sus Historias de no contar. “Antiguamente, lo que había para hacer era ir al boliche. El boliche clásico de billar y bochas. La gente iba ahí, se juntaba ahí, se reunía ahí todos los días. Y mi viejo me llevaba al boliche de chico. De ahí ya me agarró el gusto, no el gusto por el vino, tan chiquito, pero yo me crie en un boliche. Ahí hacías vida en sociedad”, recordó.

Pasaron los años y un joven Tabaré hizo sus primeras armas en el mundo laboral trabajando en agencias de publicidad, aunque no en respuesta al llamado de la vocación sino al de la necesidad. “No me gustaba. Lo que pasa es que no me gustaba estudiar y no iba a seguir ninguna carrera, así que abandoné en tercero del secundario”, dice, con la contaminación de décadas viviendo en Argentina. “Me consiguieron trabajo como ayudante en Imperio Propaganda, la agencia de Carmelo Imperio. Ahí estuve cuatro años y después estuve tres años más en Amarelli Publicidad. Y después me rajé para acá”.

Uruguayos que triunfan en el exterior

Precisamente, su desembarco en Argentina no fue el más sencillo. Lo intentó por primera vez en 1969. “Me fue pa’ la mierda”, confesó. Luego en 1973, pero también se volvió. Finalmente, viajó en 1974 “con trabajo” y se afincó, por más que siempre regresó una y otra vez a La Paz, en donde queda poco boliche y menos parroquianos. “Los amigos que tenía se han ido al tacho, se han mudado, o se han casado y hacen vida hogareña”.

En los años previos al viaje definitivo ya había conseguido empleo como dibujante. “Allá [por Uruguay] hacía las caricaturas de fútbol del diario Hechos, de Zelmar Michelini. Después hacíamos revistas como La Balota y La Chacota con Pancho [Francisco Graells], Néstor [Silva], Blankito [Luis Blanco], esos dibujantes históricos. Y hacíamos una página de humor para el diario Noticias de Argentina; así arranqué y después me vine. Acá empecé en Satiricón o Humor, ya no me acuerdo. Tantas revistas había... Había mucho laburo”.

Para entonces ya había encontrado su inconfundible estilo, pero la búsqueda había llevado varios años. “Yo afanaba a [Saul] Steinberg. Lo robaba. Porque encontré un libro suyo una vez y lo afanaba a dos manos. En Imperio uno de los muchachos me había dicho: ‘Loco, buscate un estilo, estás robando demasiado, es muy evidente’. Y después acá, con Hermenegildo Sábat y otros que me guiaron, busqué mi estilo, que es lo que tenés que tener. Porque si dibujás igual que otro nunca vas a llegar”.

El trabajo en aquellos tiempos era tan abundante, que Tabaré necesitó de la ayuda de guionistas para poder cumplir con sus obligaciones. “Era tanto lo que había... Yo dibujaba para Humor, Superhumor, Sexhumor, las tiras del diario... ¡No daba abasto! Tenía que tener guionistas. Con el que me enganché mejor fue con Fabre [Aquiles Fabregat], un genio. Con él hicimos montones de historietas. Las más famosas fueron El cacique Paja Brava, que alguna vez se publicó en Uruguay, y el Romancero ilustrado del Eustaquio, hermosa”.

El primero de estos personajes es definido por el dibujante en su sitio web como “el más valiente de los indios. Sin embargo, sus conquistas jamás llegan a concretarse en el terreno que él más desea”. Es por eso que, después de cada aventura escrita en verso, se lo puede ver en “los densos pastizales” haciendo honor a su nombre.

Eustaquio, por su parte, era un tímido hombrecillo de lentes y moñito, que solía deambular por rincones suburbanos demasiado violentos para él. Siempre terminaba cruzándose con algún lugareño enorme, quien respondía a sus interrogantes inocentes con un sonoro “¡Berp!” y lo invitaba (sin opción a negarse) a actividades inenarrables que le dejaban algún nuevo apodo.

Durante la dictadura argentina había personajes “que no se podían tocar” por estar relacionados con el gobierno de facto, como César Luis Menotti, Guillermo Vilas o Carlos Reutemann. “El deporte lo usaba mucho la dictadura como propaganda, y estos tipos no se podían tocar”.

Sin embargo, mientras las críticas solapadas se colaban en algunos de sus textos, la parada de carro llegó por la tontería más pequeña. “Una vez dibujé al Linyera en el diario revolviendo tachos de basura. Una pelotudez. Había moscas, y recomendaron que sacara las mosquitas. Cosas de milicos, increíble”.

Con respecto a lo picaresco de su obra, ahí jamás tuvo problemas. “Uno ya sabía los límites. Un diario va a toda la familia, así que sexo, humor negro y pornografía, no podés. En una revista especializada en eso, como era Sexhumor, hacías lo que querías. Aparte el director, Andrés Cascioli, no te daba órdenes. Todos los dibujantes teníamos una libertad bárbara. Humor la rompió hasta la crisis económica, porque como les daba con un caño a las empresas nacionales y extranjeras, no tenía avisadores. No entraba un mango. Eso sí, se vendían 300.000 ejemplares, pero era complicado llevar esa empresa adelante”.

¿Bien o te cuento?

El año 2020 también afectó a Tabaré. “Esto de la pandemia me mató. No pude viajar más a Uruguay, que cada dos o tres meses iba hasta Colonia o hasta La Paz. Pero esto me mató y a veces te trabaja la cabeza. Lo mismo la monotonía de todos los días, porque acá está todo cerrado, no es como allá. Es complicado”.

“Estás repodrido de estar en tu casa; no podés hacer todos los días lo mismo. La rutina te aplasta, te cambia el bocho. Es jodido”. De todos modos, Diógenes y el Linyera no puede darse el lujo de detenerse, y su creador lo sabe. “Ha sido toda la vida igual. A veces estás una semana que la rompés y una semana que no te sale nada. Lo que pasa es que el personaje lo tengo tan metido en el bocho, que le busco la vuelta y lo encuentro. A veces hago tres o cuatro por día, a veces paso tres o cuatro días que no me sale nada. No es como hacer chorizos”.

Eso no significa que la frescura se mantenga desde hace 43 años. “Al personaje lo he querido cambiar algunas veces, para no hacer siempre lo mismo, pero el diario no ha querido. Remover un poco las telarañas, hacer otra cosa. A esta altura del partido ya no, porque está muy incorporado, pero en una época me hubiera gustado cambiar. El diario no quiso, dejémoslo ahí”.

Tabaré supo trabajar para publicaciones de Italia y España. “Había revistas a patadas y se pagaba muy bien. Ahora no hay nada. Se ha cortado casi todo, o soy yo que me quedé en el tiempo. Yo sigo con el lápiz, la goma, la Rotring y la cartulina, después no sé hacer más nada. No sé ni usar un celular; no me puse a ver cómo funciona porque no va a cambiar mi vida. Trato de hacer lo que me gusta en el día a día y no planificar mucho el futuro”.

Con la cantidad de trabajo que ha producido, es casi un delito que sea tan difícil conseguir libros recopilatorios de su obra, que apenas se pueden encontrar en ferias y librerías de usados, si uno tiene muchísima suerte. “Nunca me ocupé de ir a una editorial a decir: ‘¿Qué te parece si hacemos libros de Diógenes y el Linyera’? De Paja Brava, de lo que sea. No me ofrecieron y tampoco me ocupé”. ¿Y si lo hicieran? “Si me ofrecieran, sí, más bien”.

Material es lo que sobra. “Estoy arreglando algunos cajones y encuentro cosas del año del pedo que ni sabía que las tenía. Tengo un despelote de originales desparramados por todos lados, soy un desastre. Pero me gusta lo artesanal, sentir el papel en la mano”.

“Acá, en la habitación donde estoy hablando ahora, se me caen los dibujos por todos lados. Amarillos, la mayoría. Pero no estoy arrepentido de todo lo que hice; al contrario. Hice lo que me gusta, viví haciendo lo que me gusta, y eso es algo aparte de la vida”.

Tabaré. Foto: difusión

Tabaré en venta

Lo que podría sonar al título de un libro con su trabajo es una decisión bastante reciente del autor y de su entorno: a través de sus redes (ver recuadro) se ha puesto en venta una enorme cantidad de dibujos originales. “Tengo tanta cosa, tanta cosa... ¿Qué hago con todo esto, para qué lo quiero? Sí les hago una fotocopia y me los guardo, para no perder esa imagen. Después, lo original lo vendo”.

“El precio lo hablamos en familia, con mi hija y mi señora, para que no sea muy elevado. Porque si no, no vendés nada. Tampoco regalarlo, porque es histórico, pero no es una obra de Van Gogh. Para algunas personas tendrá valor, según cómo el personaje le haya tocado en la vida. Se está viviendo una época económicamente muy dura en el país, así que dependerá de la disponibilidad económica en el bolsillo. ¿Compro originales o cambio el auto? Bueno, cambio el auto”, reflexionó con humor.

“Me da no sé qué desprenderme, pero la situación económica de un dibujante gráfico antiguo no es fácil ahora. Así que vamos a agarrar para ese lado o tengo que poner una verdulería”. Eso sí, no esperen una gran campaña publicitaria. Lo anunció en sus cuentas de Instagram y Facebook, y aparece apenas mencionado en su sitio oficial. “No sé hacerlo, soy un tipo muy tímido. Tengo pánico escénico”. Es cuestión de contactarlo y comenzar la negociación.

Le gustaría que lo buscaran de algún museo u organización, para quedarse con parte de su obra, pero tampoco es que le quite el sueño. “Yo igual voy a la feria a venderlo, no hay problema. Voy a Tristán Narvaja, no tengo problema. La cosa es encontrar el precio”.

Sus redes sociales

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