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Rodajas de remolacha en una lata: sobre La enfermedad de escribir, de Charles Bukowski

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Leído por Andrés Alba
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Editar

En el cuento “Las listas de Metterling”, que abre el libro Cómo acabar de una vez por todas con la cultura (1971), de Woody Allen, se celebra la flamante edición emprendida por Venal & Sons de una nueva obra póstuma de Metterling, luego de publicadas todas sus novelas, obras de teatro, cuadernos de anotaciones, diarios y cartas. Así, Las listas completas de ropa de Hans Metterling, un volumen de 437 páginas profusamente anotado por Gunter Einsenbud, el principal estudioso de la obra del autor, presenta ante los ansiosos lectores el compendio más completo de listas de ropa que Metterling envió a la tintorería a lo largo de su vida. Allí puede leerse, por ejemplo, en la primera lista: “6 pares de calzoncillos, 4 camisetas, 6 pares de calcetines azules, 2 camisas blancas, 6 pañuelos. Sin almidón”.

Hay escritores que padecen la misma suerte de Metterling cuando, tras cometer la torpeza de morirse sin el tiempo suficiente para encender el incinerador, dejan sus escritos inéditos e inconclusos en manos de viudas, amantes, hijos, sobrinos, abogados, editores y una ristra de seres sin escrúpulos, ávidos de lucrar con cada papel que el finado garabateó en vida y que, una vez muerto, adquiere un renovado valor. Entre todos los ejemplos que pueblan la historia de la literatura, uno de los más caricaturescos es el del chileno Roberto Bolaño, de quien luego de su temprana muerte en 2003 se han editado casi tantas obras como las que publicó en vida. El caso del escritor alemán nacionalizado estadounidense Charles Bukowski (1920-1994) también merece inscribirse en la lista de póstumos compulsivos, tal como viene a reafirmar la flamante publicación de La enfermedad de escribir, una cuidadosa recopilación de la correspondencia inédita del autor de las novelas Cartero (1971) y Mujeres (1978), acerca del oficio de la escritura, sus maestros literarios y las diversas experiencias vitales que sedimentaron su arte, tales como la bebida, el sexo, los trabajos miserables y las carreras de caballos.

Publicar

La enfermedad de escribir se concretó en volumen por el esmerado trabajo de Abel Debritto, que buceó en bibliotecas, archivos personales y redacciones de revistas en procura de la correspondencia mantenida entre Bukowski y diferentes editores, escritores y lectores a lo largo de cincuenta años. En ocasiones las cartas aparecen completas y en otras se presentan extractos, aquellos puntualmente relacionados a lo que expresa el título del libro. En la mayoría, Bukowski habla de un tema central y casi excluyente, a saber, el propio Bukowski. El aire machacón que emprende el escritor, entre la queja y la monserga, entre el pedido de cuentas y la postura autosuficiente, lejos de distanciar al autor lo presenta en su faceta más humana y querible, poblado por innúmeras contradicciones, pisadas en falso, raptos de egolatría y precisas pinceladas de genio.

La principal preocupación del Bukowski corresponsal es la publicación de su obra, especialmente de los miles de poemas que redactó con los años y que tuvieron como destino las páginas de ignotas revistas, fanzines y periódicos, hasta que la edición de sus primeros libros de poesía –Flower, Fist, and Bestial Wail (1960) e It Catches My Heart in Its Hands (1963)– contribuyó a labrarle el mote de “escritor maldito” que persiste hasta este aguachento presente, en que el rótulo de malditismo puede caerle a cualquier banana. En ese contexto, leuda y se agiganta la figura de John Martin (1930), el legendario editor de Bukowski en Black Sparrow Press, uno de los principales destinatarios de las cartas de La enfermedad de escribir, que creyó en él cuando nadie daba un duro por su obra y que lo fue publicando con los años, intentando domesticar en ocasiones el particularísimo estilo de la gallina de los huevos de oro que vino a caerle en su gallinero. Una de las cartas más impresionantes incluidas en este volumen es la que Bukowski le dirige a Martin el 29 de agosto de 1978, harto de los manoseos a los que lo viene sometiendo el editor: “Te he sido fiel. He recibido ofertas de editoriales importantes de Nueva York y de la competencia, pero te he sido fiel. Muchas personas me han dicho lo muy estúpido que era pero me ha dado igual. Tomo mis propias decisiones. Me ayudaste cuando nadie más creyó en mí; conseguiste dinero con la venta de mis archivos a la universidad, me regalaste una buena máquina de escribir. Nadie llamaba a mi puerta. Soy leal, supongo que es por mi sangre alemana. Pero te pido que me dejes escribir tranquilo; lo único que quiero es escribir y beber vino y hacer cosas triviales”.

Fante y los otros

Así como las cartas incluyen acerados dardos hacia la beat generation, especialmente para Allen Ginsberg y William Burroughs, o algunas diatribas contra William Faulkner, al que en ocasiones le critica el excesivo uso de cursivas o sus regodeos que no terminan diciendo nada, Bukowski no pierde oportunidad de ensalzar a quienes considera sus maestros en la escritura. En una carta a Henry Miller, fechada el 16 de agosto de 1965, el mismo día en que cumplía 45 años, coloca al autor de Trópico de Cáncer (1934) a la altura de Céline, lo que le da pie para elogiar Viaje al fin de la noche (1932) y confesar que, tras su lectura, “me avergonzara de lo pésimo escritor que soy”.

El punto más alto en su demostración de admiración hacia otro colega lo alcanza en la carta que el 31 de enero de 1979 le dirige a John Fante, el ya entonces veterano autor de Pregúntale al polvo (1939), novela que Bukowski descubrió en su juventud en la Biblioteca Pública de Los Ángeles. “Tus libros me ayudaron, me hicieron creer que es posible escribir y dejar que las emociones salgan a flote”, escribe emocionado y con humildad, a sabiendas de que el destinatario es su auténtico maestro.

Sabiamente organizado en la cronología, el aparato de notas y la conformación de un estilo y una particularísima forma de enfrentar el arte de la escritura, La enfermedad de escribir muestra a Charles Bukowski detrás del mito, en pleno proceso creativo y lleno de vida, mientras envejece y reflexiona, sin nunca olvidar que “pronto seremos rodajas de remolacha en una lata”.

La enfermedad de escribir. De Charles Bukowski. Barcelona, Anagrama, 2020, 246 páginas. Edición y traducción de Abel Debritto.

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