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Ilustración: Ramiro Alonso.

El vudú políglota de Rafael Courtoisie

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Mirada de neófito.

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Leído por Andrés Alba
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Incorporar. Así le llaman en el vudú o en otros cultos de raíz africana. Eso es lo que realiza el poeta Rafael Courtoisie en Antología inventada, el libro que a fines del año pasado publicó el Fondo de Cultura Económica (FCE), de México, y que pronto volverá a salir de imprenta, ahora traducido al inglés por Brenda Capuccio y al portugués por Thomaz Albornoz. Estas versiones siguen a las ya realizadas en italiano, por Emilio Coco, y en francés, por Jacques Aubergy.

A su modo, Courtoisie, el autor, también es un traductor en este libro. Un traductor raro, ya que no versiona desde otro idioma sino que lo hace desde aquello que las voces de otros poetas han labrado en su sensibilidad. Busca esas voces en su experiencia de poeta, las incorpora, las tamiza y, escribiéndolas, las antologa. Al situarse en ese hueso, Courtoisie se ha colocado en el lugar del oficiante. Desde ese sitio ha puesto su sensibilidad en tensión para hacer el ejercicio de la incorporación de esas otras voces poéticas que son sus poetas amados, y algunas veces odiados, para encontrar la respuesta a la pregunta de la poesía. Porque la única respuesta posible a la pregunta de la poesía es la poesía.

En este ejercicio le da forma poética a quienes nunca escribieron una línea lírica pero hicieron de su acto final un acto poético (como Baltasar Brum, presidente derrocado que se pegó un tiro en plena calle para marcar con fuego la dictadura terrista de 1933). O vuelve del revés a narradores como Franz Kafka, a quienes la muerte parece haber liberado de la prosa y mecerlos en el limbo perfecto del verso. Que el autor no esté muerto no es obstáculo: simplemente los versos “le llegan” en otro idioma, desde esa otra vida que es otra lengua, como el texto que atribuye a Michel Houellebecq, y entonces Courtoisie debe “traducirlo”.

El poeta incorpora las voces que le llegan, independientemente de que sean una voz femenina o masculina. Puede, así, sentir la vibración de Camille Claudel dándole, a su través, un mensaje póstumo a su Auguste Rodin, o de Alfonsina Storni haciendo lo propio con Horacio Quiroga.

En las palabras preliminares a esta Antología inventada el poeta postula que su acto de prestidigitación es una suerte de construcción de heterónimos “al revés”. No se despliega en nombres creados para tañer las diversas cuerdas que lo habitan, como fue el celebérrimo caso del portugués Fernando Pessoa o, en Uruguay, el caso del poliédrico Washington Benavides. Lo que hace en este libro Courtoisie es dejar que esas voces de los otros lo habiten a él. Habla así, pentecostalmente, en todas las lenguas.

El resultado es una celebración carismática de la poesía, ampliada aquí de lo que ya había adelantado en Antología invisible, del cual esta Antología inventada es una versión aumentada.

El conjunto se sostiene como una logradísima propuesta programática. Como un homenaje a la poesía desde la poesía. Como un libro que es, a la vez, una puerta para otras lecturas. Pero no una puerta cualquiera. Un arco trabajado y labrado con la paciencia y el duende de un oficiante comprometido.

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