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El destino es un hacha: sobre Invitado a una decapitación, de V Nabokov

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La inconmensurable (y deficitaria, según el editor Jorge Herralde) Biblioteca Nabokov de la editorial Anagrama acaba de sumar a su catálogo Invitado a una decapitación, novela escrita en ruso cuando su autor vivía en Berlín, en 1935, aparecida por entregas en París, en una revista editada por emigrados, traducida 24 años después al inglés por Dmitri Nabokov, bajo la atenta supervisión de su padre, y publicada en Estados Unidos por GP Putnam’s Sons, en 1959. Según expresa Nabokov en el prefacio de la edición norteamericana, la traslación de la novela al idioma que se había convertido en su nueva lengua mantiene no sólo el estilo de la prosa original sino que se enriquece al requerir una pirotecnia menos rebuscada que en ruso. La oportunidad le permite a Nabokov, de paso, reflexionar sobre el difícil arte de la traducción: “Mi hijo resultó ser un maravilloso traductor congénito y había quedado establecido entre nosotros que la fidelidad al autor es lo primero, no importa lo raro que sea el resultado (vive le pedant y abajo con los gaznápiros que creen que todo está bien si se conserva el ‘espíritu’ mientras las palabras se van solas de ingenua y vulgar parranda por los suburbios de Moscú, por ejemplo, y Shakespeare es reducido otra vez al papel de fantasma del rey)”.

Desde su publicación original en ruso, Invitado a una decapitación ha sido señalada, con la proverbial estrechez de miras de muchos críticos, como la novela “más kafkiana” de Nabokov, incluso luego de que el propio autor se cansara de afirmar que, al momento de escribirla, no sabía alemán, desconocía absolutamente la literatura germana moderna y no había leído aún ninguna traducción inglesa o francesa de la obra de Kafka. Las conexiones entre la que sería una de las últimas obras que Nabokov escribiría en su lengua materna (a Invitado... le seguiría Risa en la oscuridad, antes de iniciar su período de escritura en inglés con La verdadera vida de Sebastian Knight) y El proceso (1925) y El castillo (1926), las grandes obras inmediatamente póstumas de Franz Kafka, se agotan en ciertos aspectos de sus respectivas ambientaciones. Con el mismo criterio, otros exégetas trasnochados han pretendido establecer vínculos entre esta novela de Nabokov y su posterior Barra siniestra (1947) con los universos de George Orwell, para escándalo del novelista ruso, que consideraba a su par británico un mero “abastecedor popular de ideas ilustradas y ficción publicitaria”.

En la celda de una prisión edificada sobre un promontorio, Cincinnatus C aguarda la ejecución de su pena de muerte, condena que de acuerdo a la ley del país le ha sido comunicada por el juez en un susurro, entre las sonrisas de los empelucados miembros del jurado. El reo protagonista de esta historia tiene cierto parentesco con el Humbert Humbert de Lolita (1955), que al igual que Cincinnatus C languidece en una celda por un crimen abominable. Las esperas (de la sentencia en un caso, de la ejecución en el otro) propician el relato de los hechos que los llevaron a su actual situación. Pero si en Lolita es Humbert Humbert quien le cuenta la trama a su abogado a través de la larga carta que conforma la novela, las penurias de Cincinnatus C son referidas por una tercera persona que se entromete en la mente del protagonista, que lo despista (y con él al lector) con elaboradas trampas visuales y que se permite, dos por tres, algún gesto misericorde: “‘Y sin embargo se me ha diseñado con tanto esmero...’, pensó Cincinnatus mientras lloraba en la oscuridad. ‘La curva de mi columna vertebral se ha calculado tan exacta, tan misteriosamente... Siento con frecuencia, comprimida en mis pantorrillas, la enorme cantidad de kilómetros que aún podría correr en mi vida. Mi cabeza es tan cómoda...’”.

Un puñado de personajes interactúa con el condenado durante los días que anteceden a la decapitación; seres fantasmagóricos, irreales, que cuando realizan acciones banales refuerzan su ridiculez en el decorado. El guardia, el abogado, el compañero de celda, el bibliotecario, el director de la prisión y la hija del director (una nínfula que antecede en cierta forma a Lolita) entran y salen de escena como actores de reparto, confundiéndose incluso en los papeles asignados. Cincinnatus C sabe que su destino es el hacha, contingencia que ha asumido con entereza, pero sufre por desconocer la fecha exacta de la ejecución. Para engañarse y prolongar mediante su voluntad la llegada de la fatídica hora, Cincinnatus C enfrentará el caudal de tiempo que le queda por intermedio de la lectura de la novela Quercus, una obra de 3.000 páginas que cuenta la historia de un roble a través de los siglos y que es considerada la cima del pensamiento moderno. La conclusión es desoladora: “¿Qué me importa todo esto, distante, engañoso, muerto; a mí, que me estoy preparando para morir?”.

Pieza de difícil obtención para el anaquel de cualquier biblioteca nabokoviana, Invitado a una decapitación ha tenido una intermitente vida editorial en español. Al año siguiente de su aparición en inglés, la publicó la editorial Sur en Buenos Aires, con la misma prístina traducción de Lydia de García Díaz que ahora recupera Anagrama. Algunos años después, la editorial Alfa Argentina publicó otra traducción, firmada por Rubén Masera e igualmente cuidada. Es de celebrar, pues, la reaparición en el mercado librero local de esta novela que sigue desafiando todos los reduccionismos ideológicos que ha enfrentado con las décadas, para concretar aquello que el propio Nabokov expresó en una entrevista: “Como artista y hombre de letras prefiero el detalle específico a la generalización, las imágenes a las ideas, los hechos oscuros a los símbolos claros, y el fruto silvestre descubierto a la confitura sintética”.

Invitado a una decapitación. De Vladimir Nabokov. Barcelona, Anagrama, 2021. 224 páginas. Traducción de Lydia de García Díaz.

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