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Wolf Erlbruch (1948-2022): Hasta la muerte está triste

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El escritor e ilustrador alemán falleció el domingo, a los 74 años.

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La mañana del lunes llegó con la noticia de la muerte, ocurrida el domingo, del escritor e ilustrador alemán Wolf Erlbruch, a la edad de 74 años.

Erlbruch fue galardonado con el premio Astrid Lindgren en 2017 y la fundamentación resumía: “Wolf Erlbruch hace accesibles y manejables cuestiones vitales a lectores de todas las edades. Con humor y calidez enraizados en una filosofía humanista, su obra muestra lo pequeño en lo grande. Domina de forma magistral el arte del dibujo con base en una tradición larga que abre nuevas ventanas creativas”. Antes, en 2006, IBBY le había otorgado el Hans Christian Andersen de ilustración. Entrevistado por Gustavo Puerta Leisse para la revista Educación y Biblioteca, el autor decía sobre la obtención de este galardón, el más importante de la literatura infantil y juvenil (LIJ): “¡Puf! No lo sé. Todo el mundo dice que es un honor. Vale, es un honor. Pero si una persona le da un premio a otra, uno siempre debe preguntarse cómo se ha llegado a esta elección: qué asuntos políticos habrán mediado, quién lo otorga, cuál es el perfil de los miembros del jurado y si ellos son de verdad los más apropiados para juzgar lo que se hace. Con un premio nunca se sabe, así que no significan mucho para mí. Para mí es más gratificante cuando siento que mis libros circulan y que la gente los lee. Que lleguen a los niños y los adultos, eso es lo que me parece más importante. Está muy bien ganar el Andersen, claro, es un honor. Somos los únicos animales de la Tierra que nos damos premios. Lo dije en mi discurso. Ningún conejo le daría a otro conejo un premio por saltar más alto. Los humanos nos damos premios los unos a los otros para enseñar a los demás lo importantes que somos. Es algo muy nuestro, pero no son tan importantes. Es más importante aquello que hacemos. Sería bueno no darles los premios a hombres mayores que ya son famosos. Los premios deberían darse a los jóvenes, para motivarlos”.

Egresado en diseño gráfico por la escuela Folkwang de Essen, trabajó como ilustrador en las revistas Stern y Esquire. Se adentró en el ámbito de la LIJ en 1985, cuando el editor Peter Hammer le encargó que ilustrara Der Adler, der nicht fliegen wollte (El águila que no quería volar), de James Aggrey. En aquel entonces, acababa de nacer su hijo Leonard y la paternidad le dio un motivo más para involucrarse en ese universo; incluso el pequeño inspiraría poco más adelante el título que lleva su nombre sobre un niño y su vínculo con los perros.

Lúcido e irreverente, en las antípodas de quienes consideran que a los niños hay que ofrecerles una literatura lavada y condescendiente, Erlbruch no rehuía los temas “difíciles” y miraba el mundo desde una perspectiva a un tiempo filosófica y tierna. Sin pelos en la lengua, convencido de que sus historias tenían que ver con su pensamiento y no con llegarle a un segmento específico, opinaba: “La literatura infantil en general considera a los niños infantiles, con un nivel más bien bajo, y trata asuntos estúpidos. Mis libros te pueden confrontar con asuntos que normalmente no están en los libros para niños. Yo los ideo de forma que también puedan motivar a los padres. Me interesa propiciar un diálogo entre hijos y padres; con preguntas, como es normal. Pero no es fácil. Hay muchos prejuicios, hay mucha basura. Aun así, creo en el diálogo. Creo que el diálogo entre padres e hijos es bueno para ambos. Por un lado, los padres se dan cuenta de que, a menudo, los pensamientos de los niños son muy profundos, extraídos de sus experiencias del mundo. Por otro, los adultos han vivido más tiempo y pueden darles una explicación más satisfactoria a algunas cosas gracias a su experiencia”.

De la vasta obra de Erlbruch, que reúne una decena de títulos como autor integral y más de 50 en los que realizó la ilustración, hay dos títulos que se han convertido en clásicos y son verdaderos imprescindibles en toda biblioteca: El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza, de Werner Holzwarth e ilustrado por Erlbruch, publicado en 1989 y traducido al español en Libros del Zorro Rojo; y El pato y la muerte, de 2007, publicado en español por Bárbara Fiore. Sobre este último, comentaba el autor en una entrevista para la editorial: “Empezó por algo muy sencillo, por un marcapáginas que pinté para un amigo. En él puse tres figuras juntas: dos patos y la muerte. Me pareció que era una bonita imagen, así que hice una copia para mí. Le di el marcapáginas a mi amigo, le gustó y me olvidé. Eso fue hace muchos años, alrededor de 1994. Hará unos seis años, encontré mi copia en un cajón. Entonces pensé que sería una buena idea hacer un libro con esos tres personajes, pero no sabía exactamente qué. Lo devolví al cajón y nuevamente pasó el tiempo. Dos años atrás volví a ello, intenté escribir algunas historias, pero todas terminaron siendo muy complicadas, muy largas; las imágenes estaban llenas de detalles y no conseguía llegar a la esencia de la historia. Intenté simplificar el argumento lo más posible. Al mismo tiempo, las ilustraciones se hicieron más y más simples. El pato y la muerte es una historia simple, sin un final. No soy alguien que diga que sepa qué es la muerte, que sepa qué pasará después. Más bien, quería mostrar cómo la gente maneja sus creencias. Como sucede con otras cosas, la muerte también tiene sus imágenes (por ejemplo, la de ir al cielo), pero nadie sabe si realmente es así. Yo tampoco. No cuestiono las imágenes existentes, sino que manifiesto que no lo sé”.

Afortunadamente, ambos se consiguen en las librerías, así como El milagro del oso, La gran pregunta, La señora Meier y el mirlo, Leonardo, Los cinco horribles, Y esto, ¿qué es?, entre otros. O se convertirán en obsesiones para buscadores de joyas de papel y tinta.

Y hoy la muerte seguro se haya sentido, incluso, un poco triste. Pero así es la vida.

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