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Vicenzo Latronico.

Foto: Mara Quintero

El italiano Vincenzo Latronico y su novela sobre la gentrificación interior

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Una conversación sobre Las perfecciones

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La renovación urbana con elementos estandarizados puede tomarse como una señal de varios procesos que afectan a las sociedades globales, afirma el escritor romano Vincenzo Latronico, quien en esta entrevista no oculta su vínculo y sus diferencias con la literatura experimental de la década de 1960.

El elemento más llamativo –y perturbador– de la novela Las perfecciones (Anagrama), que el escritor romano Vincenzo Latronico (1984) presentó recientemente en la 46ª Feria Internacional del Libro de Montevideo, es su omnipresente contemporaneidad. No sólo el relato de la vida de la pareja protagónica –Anna y Tom– es un flujo constante de presente puro, sino que el mundo que se describe está pautado por las marcas más notorias de la cotidianidad, ese sello que nos unifica como ciudadanos globales, al margen de vivir en una gran capital europea o por estos andurriales del mundo: la interacción permanente con las redes sociales, el consumo desenfrenado basado en los planes de las tarjetas de crédito, el idéntico sabor de la comida de las cadenas internacionales, la misma disposición espacial de las habitaciones rentadas por una aplicación con el celular, la preocupación masiva por un puñado de causas sociales (que se manifiesta compartiendo en nuestras bios, muros y estados un mismo llamamiento o un idéntica indignación) y, desde luego, la incapacidad sostenida de mantener una conversación prolongada cara a cara sin evitar la consulta al celular para enterarnos de la última notificación que nos ha llegado.

La apuesta de Latronico no es especialmente novedosa; él mismo explicita en los agradecimientos finales que “esta novela se concibió como un homenaje a Las cosas, de Georges Perec; lo que pueda tener de bueno deriva de ello”. La modestia exhibida en la frase oficia, además de como una suerte de paraguas abierto ante la eventual acusación de filiaciones no reconocidas, como un reconocimiento a la primera novela del inclasificable escritor francés y como una puesta a punto de la mirada sobre el presente que aquel libro fijó.

En Las cosas. Una historia de los años sesenta (tal su título original), publicada por Perec en 1965, 13 años antes de la aparición de su obra mayor, La vida instrucciones de uso, y mucho antes de convertirse en un fatigador de los juegos formales, un maestro en la experimentación con el lenguaje y en el miembro más destacado del OuLiPo (acrónimo de “Ouvroir de littérature potentielle”, en español “Taller de literatura potencial”), la mirada del autor adquiere una pátina sociológica. Al momento de contar el día a día de Sylvie y Jérôme, que trabajan como encuestadores para agencias de publicidad, el narrador de Perec desmenuza el presente de París a mediados de la década del 60 como marco y escenario de las peripecias de la pareja protagónica.

En Las perfecciones, Latronico, en aras de la mirada global de la que se habló antes, no circunscribe la acción a una única ciudad –la Berlín que habitan Anna y Tom–, sino que salta a Lisboa y Sicilia, al tiempo que borra las marcas de nacionalidad de sus personajes, en lo que parece ser otro rasgo insoslayable de nuestra cotidianidad.

En los agradecimientos finales de Las perfecciones señalás que la novela es un homenaje a Las cosas, de Georges Perec. Quisiera saber cómo llegaste a ese libro en particular y cuál es tu relación con la obra de Perec en general.

Tengo una relación muy profunda con la obra del OuLiPo en general. Cuando tenía 23 años escribí una serie de cuentos inspirados en Cent mille milliards de poèmes, de Raymond Queneau. Leí Las cosas cuando tenía unos 20 años y no la comprendí mucho. Pasaron los años y yo quería escribir una historia que hablara del lado digital de nuestras vidas, algo que me parece muy difícil de escribir en una novela porque nos faltan los mecanismos narrativos para contar esas historias. Una novela tiene escenas que transcurren en un espacio y un tiempo precisos, y la esencia de la vida digital es otra, es algo que si lo escribes no tiene una dinámica de cuento. Las horas que a diario pasamos sobre los objetos digitales, que escroleamos en Instagram y Twitter, por ejemplo, forman una parte muy importante y larga de nuestra vida y la novela no tiene los instrumentos para contar todo eso. Durante muchos años yo pensé en cómo escribir una novela que hablara de ese lado de nuestra vida. En 2019 volví a leer Las cosas y de pronto me dije “está aquí, todo eso ya está aquí”. Y así surgió Las perfecciones.

Personalmente, creo que Las cosas es la mejor obra de Perec, porque en ese libro aún él no era Perec y no se preocupaba por ser Perec. Es una obra muy libre, que tiene su interés para la descripción por los procesos formales, pero no es una obra tan reglada como La vida instrucciones de uso, que es un gran libro pero algo abstracto. La vida... es vertical, es una idea que se desarrolla en una novela; Las cosas, en cambio, es una novela.

Entre los múltiples asuntos que trata Las perfecciones está la cuestión de la gentrificación en las grandes ciudades de Europa y el asunto de la vivienda en sí. ¿Cómo te vinculaste con el tema? ¿Hay una experiencia personal, biográfica, detrás?

En su primera versión, la novela transcurría en Milán, no en Berlín. El primer capítulo habla de una casa, que puede ser la misma casa en Milán, en Berlín, en Estocolmo o en Buenos Aires, porque todas son iguales. Ayer, por ejemplo, vi un apartamento por Airbnb en Palermo, Buenos Aires, que tenía exactamente el mismo look de la casa de Las perfecciones. Esa es una de las características de la gentrificación: todo es igual.

Vicenzo Latronico.

Cuando yo era adolescente vivía en Milán, en un barrio llamado Isola, que fue el primer barrio de la ciudad que se gentrificó. Allí formé parte de un colectivo que, a través del activismo político, se enfrentó al proceso de gentrificación de la ciudad. Cuando ese colectivo se disgregó, nos fuimos todos hacia otras ciudades europeas. Yo, por ejemplo, me fui a vivir a Berlín.

Ahora bien, yo creo que el proceso de gentrificación es sólo el aspecto urbano de un fenómeno más vasto. Las perfecciones habla de una suerte de gentrificación del alma. El horizonte interior de la generación que ha crecido con lo digital es exactamente igual en todos los países, de la misma manera que ocurre con las habitaciones. O sea, creo que la gentrificación en las ciudades es apenas un aspecto de un problema mucho más amplio.

Un elemento clave al momento de contar el día a día de Anna y Tom es la cuestión de las redes sociales, la vida que se vive a través de la virtualidad. El narrador describe ese mundo pero no lo juzga, no toma partido. ¿Cómo te ubicás como autor ante ese entramado virtual y cómo condiciona o convive eso con tu escritura?

Ahí hay algo que marca la diferencia principal entre la novela de Perec y la mía: el narrador de Las cosas juzga y yo no lo hago. No hay que olvidar que Perec tenía una perspectiva política; su novela, de hecho, termina con una cita de Karl Marx. Yo decidí no meterme en ese terreno porque no sé cómo salir de la dimensión digital y superficial de la existencia, porque es la mía también. No sé dónde está la puerta de la prisión, yo sólo pude describir la celda desde el interior. Sin embargo, creo que lo digital también plantea un problema político más amplio, que tiene que ver con el uso de las redes sociales. El negacionismo contra la covid, el retorno del fascismo en Italia o el ascenso de Donald Trump, por ejemplo, no se explican sin la influencia de las redes sociales. Y aunque se plantea como un problema individual –puedes salirte de Instagram, por ejemplo, si no estás de acuerdo–, en realidad es un problema colectivo. El calentamiento global no termina porque vayas en bicicleta y no en auto; no es un problema individual, es colectivo.

En cuanto a cómo todo ese entramado virtual de las redes sociales afecta mi escritura: sí, me distrae. Aunque también, debo decirlo, viví durante 15 años en Alemania y gracias a las redes sociales no perdí contacto con la cultura italiana, no dejé de saber quiénes eran los nuevos escritores que iban apareciendo, por ejemplo.

Las perfecciones capta este momento preciso en que vivimos, por lo que puede decirse que es una novela plenamente contemporánea. Lo que les pasa a sus personajes en Berlín y Lisboa les sucede al mismo tiempo a otras personas en cualquier otra gran ciudad. Hay una suerte de homogeneidad pautada por el consumo, el tráfico virtual y una serie de temas comunes que nos vinculan a todos…

Sí. Y es espantoso. Anteayer caminaba por Palermo Hollywood en Buenos Aires y era como estar caminando por el barrio Isola en Milán o por otras ciudades de Europa. Lo más extraño de todo esto es que estamos acostumbrados a pensar la homogeneidad como algo vertical, como sucede con McDonald’s: la sede central de McDonald’s decide que todos los McDonald’s del mundo lucirán iguales. Pero esta homogeneidad en la que vivimos no es vertical, sino que va de abajo hacia arriba. Todos pensamos que tenemos ideas individuales: el bar con el menú escrito a mano y con las plantas como adorno, por ejemplo. Ese bar, que puede ser un puesto de comida artesanal en Montevideo, un local de café orgánico en Berlín o una tienda de vino natural en Milán, en realidad son iguales, con los mismos manteles, etcétera. Pero las personas que crearon cada uno de esos emprendimientos no lo hicieron desde una sede central como en McDonald’s, sino que cada uno lo hizo creyendo que estaba haciendo algo único, auténtico, original e individual. Esa individualidad es la que se imprime en el mercado. Y esa es la gentrificación interior.

Además de tu trabajo en la escritura, enseñás y también traducís textos literarios. ¿Cómo se vinculan todas esas tareas? ¿Es la escritura la más importante?

Veo todo como una unidad. Durante muchos años me dediqué a enseñar y traducir porque no ganaba dinero con mis libros. Aunque ahora es un poco diferente, igual no quería dejar de traducir o de dar clases, porque todo forma parte de un trabajo literario. Para mí todo es un continuum. Veo mi trabajo como una participación en una comunidad literaria. También es cierto que mi escritura no está atada a la periodicidad, a publicar un libro por año. Yo no sé cuándo va a aparecer mi próximo libro.

¿Es posible determinar un momento inaugural en tu formación como escritor, el momento en que dijiste “este será mi camino, voy a ser escritor”?

Sí. Yo tenía 15 años y leía sólo manga. Un día encuentro en una de esas historias un personaje que estaba leyendo los cuentos de Edgar Allan Poe. Salí obsesionado a buscar un libro de Poe y recuerdo empezar a leerlo de tarde y haber pasado toda la noche leyéndolo sin parar. Por ese tiempo, también, mi abuelo, que era un gran lector, me pasó dos libros que me marcaron: Memorial del convento, de José Saramago, y Cien años de soledad, de García Márquez. Fue por esa época cuando supe que iba a ser escritor.

Las perfecciones. 168 páginas. Anagrama, 2023.

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