Hay veces que para muestra vale una foto. Una foto de un señor con los pelos parados y una barba casi jasídica mirando con ojos transparentes de loco. Porque Perec estaba loco. Estaba loco y angustiado, como les pasa a los locos conscientes. Y para paliar la angustia, quien nació Georges Peretz, un judío hijo de polacos asesinados por el nazismo, se dedicó a leer y a jugar, y a escribir en clave de ausencias con una ferocidad, tenacidad y obsesión dignas de una persona que tiene que llenar vacíos dejando una de las obras más geniales de la segunda mitad del siglo pasado.

Coloquio rioplatense

Por primera vez, Cortázar y Perec estarán "oficialmente juntos": del 20 al 22 de marzo tendrá lugar en Buenos Aires un seminario que pone en diálogo la obra de ambos escritores. Marcel Bénabou, director del OuLiPo (quien visitó Montevideo en 2007) y la canadiense Danielle Constantin, experta en crítica genética y autobiografía, están entre los visitantes ilustres del evento organizado por el gobierno de la ciudad y la embajada francesa en Argentina.

Se murió de cáncer de pulmón el 3 de marzo de 1982, a los 45 años, y ya había escrito más de 30 libros, entre novelas, poemas, ensayos, obras de teatro y otros tantos escritos inclasificables que van desde tratados sobre el juego de origen chino Go hasta un intento por agotar mediante palabras un espacio de París.

Cuestión de clubes

El mismo muchacho que empezó a estudiar sociología sin mucho convencimiento obtuvo años después el premio Renaudot (en 1965) con su novela "Las cosas", en la que denunciaba en clave de burla las aspiraciones pequeñoburguesas de una sociedad que tiene un discurso “progre” sesentista pero se vuelve loca con los muebles de diseño. Por su estilo depurado y cierta experimentación narrativa, "Las cosas" fue integrada y bien aceptada por los popes del nouveau roman (movimiento de la “nueva novela” francesa), entre ellos sus admirados Robbe-Grillet y Michel Butor, a quienes menciona varias veces en su obra.

Pero Perec no era un nuevo novelista francés, o sí lo fue pero eligió otro club de experimentación poética al cual pertenecer. Del nouveau roman tomó sólo lo que lo sedujo: la mirada exhaustiva, el fetiche por los objetos, la capacidad de narrar en planos. Todo eso que para los franceses fue toda una revolución narrativa para este joven autor no era suficiente; había que llegar más lejos, cambiar la literatura desde adentro, hacerla explotar, recoger los pedazos y armarlos como un puzzle. Y encontró una familia.

Dos años después de la publicación de su primera novela, se unió al OuLiPo (Taller de Literatura Potencial, por sus siglas en francés), creado por Raymond Queneau y François Le Lionnais en 1960, y del que formaban parte escritores como Ítalo Calvino, matemáticos y artistas plásticos, entre ellos Marcel Duchamp. Ligado al Colegio de Patafísica, el objetivo del OuLiPo es (ya que sigue existiendo: ver la diaria del 31/08/2007) "la búsqueda de formas y de estructuras nuevas que podrán ser utilizadas por los escritores como mejor les parezca", por lo general mediante la unión de la literatura con las matemáticas.

Los principios del OuLiPo, que a priori podrían parecer un capricho de nerds ingeniosos y juguetones, tiene un trasfondo poético y filosófico que pone en tela de juicio el origen mismo de la creación literaria y la siempre problemática relación entre literatura (o cualquier arte) y la realidad. Algo que evidentemente obsesionaba al joven Perec, que aún no encontraba desde qué lugar escribir, cómo posicionarse como creador, cómo decir eso que el lenguaje no le permitía; la lucha permanente entre las palabras y las cosas.

Juego y restricciones

Lo que el OuLiPo le dio a Perec, además de un sistema para escribir, fue una identidad, algo que para un huérfano criado por los tíos no era poca cosa. El grupo partía de la negación de los preceptos del surrealismo de azar e irracionalismo creador. Raymond Queneau, que había sido surrealista y después se peleó (como la mayoría) con André Breton, rompió con el movimiento para instalarse poéticamente desde el lugar opuesto.

Según Queneau, la experimentación poética no nace de una musa inspiradora que puede venir o no, ni de esa masa viscosa y desconocida llamada inconsciente, sino de fórmulas, de restricciones y juegos (pero con reglas claras) que lejos de acotar estimulan y hacen explorar y explotar la creatividad. La restricción no aprisiona, libera. Ésa es la primera ley. El escritor ya no es más esclavo de lo que no sabe, sino que rompe conscientemente el pacto de referencialidad y deja volar su imaginación pero con reglas, que elige mostrárselas al lector, o no.

Georges Perec se tomó todo esto muy en serio y con muchísimo humor. Fue, sin duda, el exponente más salvaje del grupo y quizá el más talentoso. Con la aparición en 1969 de su primera novela en clave oulipiana, "El secuestro" ("La disparition" es su título original), hizo una entrada triunfal a su club con un relato de intriga, escrito en forma de lipograma, en el que no aparece ni una sola vez la letra e, la vocal más frecuente en francés. Las traducciones de esta obra respetan también semejante restricción: así, la versión castellana no incluye la letra a, por ser la vocal más usada en nuestro idioma.

Luego de esta novela escribe "Les revenentes" ("Las que vuelven"), algo así como una venganza de la letra “e”, ya que en toda esta novela es la única vocal que utiliza. Otra variante de este juego es su libro de poemas "Alphabets", en el que elabora 176 poemas a partir de dos reglas: se utilizan conjuntos de 11 letras y cada una de estas letras no puede volver a utilizarse hasta que hayan aparecido todas las demás.

Lo primero que el lector avisado puede pensar frente a este despliegue de locura verbal es que son libros carentes de sentido, simples divertimentos de uno de los mejores cruciverbistas de Francia (que lo fue) y sin espesor literario. Pero lejos de ser así, son obras de una profundidad admirable, que pueden ser leídas en varios grados, en varias claves, dependiendo de las ganas y la curiosidad del lector.

Todos los libros, El Libro

En la época en que inventaba estas fórmulas matemáticas y acumulaba toneladas de papel con notas y dibujos, Perec trabajaba como documentalista en un laboratorio médico, oficio que era muy acorde a su naturaleza obsesiva. Además de eso escribía los crucigramas semanales para el periódico Le Soir y con eso iba tirando. Vivir de la literatura no era una opción, pero estaba planeando su gran golpe.

En 1978, luego de diez años de trabajo, publica “La vida, instrucciones de uso”, novela total si las hay, comparable, por la ruptura estructural, experimentación, juego metaliterario y especular, a “Rayuela”, de Julio Cortázar. Con ese libro (debajo del título aclara y dice “novelas”, avisándole al lector que este libro, como aclara Cortázar, “es muchos libros”) logró, además de ganar el premio Médicis y poder dedicarse el resto de su vida a escribir tranquilo, crear una de las obras más disfrutables, geniales y complejas de la segunda mitad del siglo XX. Libro-enciclopedia, encierra todo el mundo Perec: su pasión por la pintura, por los puzzles, por los enigmas, por el naturalismo y, por sobre todas las cosas, por la literatura. El libro está surcado por infinitas historias que se desprenden de los innumerables personajes (algunos que ya aparecen en sus libros anteriores), habitantes (y ex habitantes) de un edificio parisino diseccionado en un instante. El tiempo está suspendido y cada capítulo es la descripción de uno de los apartamentos. Una novela llena de trampas y de juegos y de plagios (¡!) o “implicitaciones”, como le gustaba decir al autor.

“Quiero escribir un libro que pueda leerse tirado en la cama”, decía Perec, y lo que logró fue un monstruo que puede leerse en la cama, pero que hará saltar al lector al encontrarse pasajes textuales -sin comillas- de novelas de Flaubert, de cuentos de Borges, de textos de Melville, Michel Butor, entre otra decena de autores. Pastiche, collage o como se quiera, Perec quiso meter todo y a todos en su libro, pero se toma el trabajo de avisarnos de eso al final en uno de los múltiples anexos.

“La vida: instrucciones de uso” es, entre muchas cosas, la historia de una obsesión: la de un millonario aburrido, Bartlebooth, que decide, mediante la recopilación de acuarelas y su posterior conversión en puzzles, agotar el universo en un instante. Y, por supuesto, para eso se fija una serie de reglas complicadísimas, restricciones, claro. Y las restricciones de Perec para la escritura de este libro fueron tantas y tan complejas que lo resultante es una verdadera obra de ingeniería. Tan así que se publicó luego un libro donde se explican todas las reglas, fórmulas y combinaciones que utilizó con sus manuscritos a la vista. Un verdadero festín para la crítica genética pero que no es necesario para disfrutar de “La vida: instrucciones de uso”.

Perec pensaba en un lector activo (el “lector macho” que buscaba Cortázar) pero sin obligarlo a la acción. El lector de Perec puede acostarse y leer sus libros como las historias de “Las mil y una noches”, o entrar de lleno en la intertextualidad, sobresaltarse y devolverle las guiñadas, incluso 30 años después de muerto.