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La ciudad y La ciudad letrada

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Coincidieron en esta parte del año las reediciones de dos libros que son muy disímiles, pero que comparten la semejanza nominal que aproveché para titular este boletín. La ciudad es la primera novela de Mario Levrero; la escribió en 1966 y se publicó por primera vez en 1970, tras recibir una mención en un concurso organizado por el semanario Marcha en el que Ángel Rama actuó como jurado (el primer premio se lo llevó El libro de mis primos, de Cristina Peri Rossi). La ciudad letrada (1984) es un ensayo póstumo de Rama, y para muchos, su mayor aporte al estudio de la cultura latinoamericana.

La ciudad tuvo reediciones en Uruguay y Argentina, pero nunca fue un libro fácil de conseguir, hasta que sellos multinacionales adquirieron los derechos de la obra de Levrero. La primera vez que la leí, alentado por el entusiasmo de compañeros un poco mayores, fue en la versión de Banda Oriental, de letra apretada y renglones anchos, que acentuaba el clima kafkiano de la novela y que le daba un toque casi under muy adecuado al tipo de admiración que despertaba Levrero hacia el final de la década de 1980.

Hoy es más sencillo conseguirla, especialmente desde que Penguin Random House puso a circular en distintos formatos La trilogía involuntaria, que conforman, además de La ciudad, las novelas París y El lugar. Sin embargo, la cuidada versión que acaba de editar Criatura tiene un plus que se advierte desde la tapa: las ilustraciones de Alfredo Soderguit. Sobre ello, dice la editora Julia Ortiz:

“¿Qué habría pensado Levrero de los tres perros rabiosos en la tapa de esta edición de La ciudad? ¿Acaso eso no le habría resultado quizás más polémico que la posible eliminación de una coma o de una repetición involuntaria en el texto? No sé si Alfredo Soderguit se hizo esta pregunta ciega al enfrentar el encargo de ilustrar una obra que era parte de su memoria emotiva como lector. Es una novela muy visual, un continuo de imágenes oníricas, muy difícil de intentar reproducir, si ese hubiera sido el camino de Alfredo. Por eso combinó las doble páginas más impactantes, más surrealistas, con otras estampas más simbólicas, que invocan el espíritu de un pasaje y a la vez dan una atmósfera, recuperan la continuidad de lo real y lo fantástico que Levrero predicaba. La búsqueda llevó meses, en los que Alfredo viajó con el libro en la valija, marcando, volviendo, dejándose invadir. Claro que él puede contarlo mejor que nadie. El trabajo de Alfredo con la editorial fue maduro y lleno de descubrimientos, desde el entendimiento profundo de la obra y la evocación de sus imágenes”.

No lo aclaramos hasta acá, pero hay que consignar que la ciudad del título es en realidad un pequeño pueblo en el que abundan los detalles incongruentes, y al que el protagonista va a parar tras una serie de equívocos. La existencia de una misteriosa Empresa que posee todo el lugar no llega a apagar los sinsentidos ni, por supuesto, la angustia del héroe.

Julia Ortiz también nos explicó que se tomó el texto de una edición que había realizado Penguin Random House en 2008, prologada por el español Ignacio Echeverría: “Se corrigieron los aspectos ortotipográficos y las erratas que pudieron colarse en esa edición, sin alterar el uso de la puntuación propia de Levrero, desapegado de la norma, ni algunos otros mal llamados ‘vicios’ del lenguaje de los que se conversaría con un autor presente”. A partir de eso, reflexionó: “‘Da la impresión de que Levrero es partidario de que no se hable de nada, es decir, de evitar cualquier prólogo’, dice Echeverría en el prólogo de esa edición anterior, en su búsqueda de palabras para presentar La ciudad. Qué no pensaría entonces de la intervención de imágenes. Quién sabe. Ojalá le encanten”.

La de Criatura, que viene publicando una zona especial de la obra de Levrero, como sus historietas y su Manual de parapsicología, es una edición limitada que conmemora los 300 años de Montevideo (se nombra a nuestra capital al final de la historia, y es el único locativo comprobable, aparte de una mención imprecisa a Argentina). Se suma así a las novedades que trajo el 30 aniversario de la muerte de su autor.

Cuando a fin de la década de 1970, promediando su exilio, Ángel Rama pasó a trabajar en universidades estadounidenses, consiguió los recursos para darle forma a su obra, que hasta entonces constaba, por decirlo groseramente, de antologías de libros. De ese esfuerzo nació La ciudad letrada, una consistente reflexión sobre la articulación entre las formas de producción intelectual y los mecanismos del poder político en la América hispana, desde la Conquista hasta comenzado el siglo XX. Las urbes, esos centros irradiadores de control y cultura, son los núcleos que le permiten analizar de manera oblicua la conformación de élites y prácticas a lo largo de cuatro siglos, con un tipo de imaginación que colocó a su autor en una de las cimas de los estudios culturales.

La primera edición del libro tuvo lugar en Estados Unidos, luego se publicó en otros países del continente, mientras que en Uruguay hubo una tirada limitada en la década de 1990. La edición de Estuario aparecida en octubre no sólo viene a llenar ese vacío local, sino que además implicó un enorme esfuerzo de cotejo por parte de la hija del autor, Amparo Rama. El resultado amplifica el trabajo original, que ya era un prodigio de información puesta al servicio de una idea potente.

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