En su versión en español de la novela de William Faulkner Flags in the Dust (1929) –Banderas sobre el polvo (Seix Barral, 1981)–, el traductor José Luis López Muñoz aclara en una nota al pie que, al momento de traducir el lenguaje de los negros del sur de Estados Unidos, optó por no reproducir sus peculiaridades sintácticas y fonéticas. Señala que el artificio sería más evidente si los negros en cuestión hablaran en su traducción como andaluces o cubanos a atribuirles un castellano sin peculiaridades regionales. O sea que en la versión en español de la prosa faulkneriana llevada adelante por este traductor, las marcas dialectales de los negros desaparecen, asimilándose al habla de los blancos. Tamaña determinación lingüística y estética no puede ser reducida a una mera decisión de legibilidad o, eventualmente, de verosimilitud a la interna de la trama, sino que hace al permanente trapicheo que los escritores (editores, traductores, críticos, docentes, etcétera) realizan a diario con el lenguaje, materia viva, siempre indomeñable, en permanente ruptura y expansión.
Lo anterior viene a cuento del particularísimo tratamiento del lenguaje que el escritor Pablo Trochón (Montevideo, 1980) despliega en su reciente novela #LaViudita (al margen del hecho de ser el primer libro de ficción vernáculo, al menos hasta lo que yo sé, que incorpora el símbolo de hashtag en su título). Pero antes de referirnos a la novela en sí, conviene ubicar a Trochón en el mapa de la literatura uruguaya contemporánea, espacio en el que ocupa una posición de outsider, difícil de encasillar o convalidar con los nombres más reconocidos de tamaña entelequia.
Siguiendo una clasificación pionera realizada por José Gabriel Lagos en el artículo (copiosamente citado) “Nuevas generaciones de narradores uruguayos”, aparecido en la argentina Revista Todavía (n° 22, 2009), en la que los escritores que comenzaron a publicar luego del año 2000 se dividen en serios, intimistas y pop, puede ubicarse a Trochón entre estos últimos por el despliegue de referencias al mundo de la televisión, el cine, la música y los deportes, incluyendo la farándula uruguaya y, sobre todo, argentina, además, como ocurre en la novela que acá se pretende comentar, de la terminología propia de las redes sociales.
Hay en Trochón, además, un puntilloso trabajo sobre los modos de habla y de producción cultural de determinadas tribus, que van desde los académicos de Letras en la novela Manual de literatura uruwasha (Correlato Editoras, 2007) a la comunidad jíbara en la voz de su máximo poeta, como sucede en la delirante La mancha mongólica. Estudio arqueópata (edición de autor, 2012).
En #LaViudita, la tercera novela de Trochón, que acaba de aparecer de la mano de la editorial platense Malisia, el lector volverá a encontrarse con la misma desmesura –léxica, argumental– de sus dos ficciones anteriores, aunque a diferencia de Manual... y La mancha... la historia (el nudo) fluye por un carril más clásico, sin las permanentes desviaciones y eventuales giros truncos (adjetivo empleado acá sin valoración negativa) de aquellas.
#LaViudita está narrada en primera persona por Camila Reyes, una joven liceal serial killer montevideana que contacta y engatusa a sus víctimas a través de las redes sociales para luego asesinarlos en pleno estertor poscoital de las formas más violentas imaginables. La novela tiene una progresión argumental medida, en la que el cerco legal se va cerrando sobre la protagonista, pero todos los hechos son referidos por la avasallante voz narradora, que hibrida en su tono y modulación, de a ratos despersonalizado, de a ratos introspectivo, los registros de otros dos homicidas de ficción que también cuentan su historia: el yuppie Patrick Bateman de American Psycho (Bret Easton Ellis, 1991) y el sheriff adjunto Lou Ford de El asesino dentro de mí (Jim Thompson, 1952).
Más allá del relato de los días y las noches de #LaViudita, y del trasfondo policial que estructura de forma espiralada la historia, el gran logro de Trochón es la construcción y puesta en voz del lenguaje de su protagonista, un relato furioso, desinhibido, repleto de energía y furia que constituye un especialísimo idiolecto, inédito hasta ahora en las letras uruguayas. La voz de Camila Reyes, una “wacha”, como se presenta varias veces, incorpora a su antojo las marcas idiomáticas del submundo plancha, atravesándolas con los códigos comunicacionales propios de los chats en redes sociales (algunos de los cuales aparecen diagramados como tales entre las páginas del libro) y permanentes referencias culturales que pueblan el día a día de los personajes (en un arco que va desde Game of Thrones a Lucas Sugo).
En un momento de enojo, por ejemplo, Camila Reyes puede tener explosiones como esta: “Arrancá como una moto de mi territorio, embrollera, negra del Sunca, sos una cualquiera, una putitaaaa mááásss. Flotás en ácido, trola. Tipo no vengas a poner tus pezuñas por acá que estoy primero, ¿sabía? Morite muerta antes de atreverte a desafiarme; no sabés quién soy, pedazo de basura, tipo coso pum. No te quiero ver otra vez mandando Whatsapp a las tres de la mañula a ninguna de mis vergas, ¿sacás? Vení acá y sosteneme la paciencia que te cago a trompadas”.
Irreverente pero no por la irreverencia en sí, como mera exhibición de un submundo, sino como despliegue de una voz que difícilmente podría llegar a la literatura como entidad propia, #LaViudita se constituye en una más que atendible novela dentro de la literatura uruguaya reciente, una novedosa manifestación de ese género por siempre condenado a reinventarse a sí mismo.
#LaViudita, de Pablo Trochón. 176 páginas. Malisia, 2024.