El 16 de julio de 1989, en horas del mediodía, Delfor Guillermo Machado, obrero de la construcción, de 31 años, se encontraba en una plaza con su amiga Mónica Tejería disfrutando un almuerzo de pan con mortadela y vino, cuando ambos fueron abordados por efectivos de la seccional 15 que se los llevaron detenidos. Su amiga fue liberada horas más tarde, pero Machado fue reencarcelado. A las 20.30 saldría de la comisaría, pero al CTI, en estado de coma y con paro cardiorrespiratorio, observándose posteriormente daño cerebral severo. Tenía hematomas en el cuello, que en un principio las autoridades de la seccional quisieron atribuir a un intento de suicidio, lo cual fue desmentido por las pericias forenses. El fallecimiento se constataría a las 21.00 del 24 de julio, ocho días después.
No fue un hecho aislado, aunque tuvo consecuencias. Probablemente la más importante haya sido el llamado a sala y la posterior renuncia del ministro del Interior, Antonio Marchesano. Para el responsable más directo de los hechos, el subcomisario Basilio Duarte, las consecuencias fueron irrisorias: 70 días de prisión bajo la carátula de privación de libertad. El Sunca (Sindicato Único de la Construcción y Anexos) convocó a un paro el día del sepelio, al cual, según el diario La República, concurrieron 38.000 personas. 5.000 personas más, convocadas por la Coordinadora Antirrazias, se concentraron en el Cerro de Montevideo en la Marcha de las Antorchas.
Pese a la activa militancia de Machado en el Sunca y el Partido Comunista, sus simpatías políticas no fueron el motivo de su detención. Se trataba de una razia, una práctica policial corriente de la época: detenciones arbitrarias dirigidas en general hacia personas jóvenes, especialmente si su aspecto o actitudes no encajaban en una idea muy acotada de lo que era una persona “de bien” (Machado, según declaraciones de los policías que lo detuvieron, iba “mal vestido”). Las razias fueron bien conocidas por quienes participaron en las primeras movidas del rock uruguayo de los 80, por las tribus urbanas de esa época y por la comunidad LGBT, pero sus alcances en otros sectores de la población, más marginales o menos organizados, aún no han podido ser evaluados.
Si agregamos que Machado tenía una hija que entonces contaba con cinco años de edad y que el día de su muerte lo esperaba con un regalo, que actualmente integra la Comisión de la Memoria y Derechos Humanos del Sunca, que dirige su Biblioteca Central y archivo histórico, y que editó un libro recopilando testimonios sobre su padre, sabemos que hay cosas que no se le pueden pedir a Humanas bestias: que sea imparcial, que sea apolítico y que no apele a la emotividad.
En el libro de Cecilia Machado no hay margen para datos y hechos objetivos. Se incluyen al final documentos oficiales sobre el caso, como los autos de procesamiento del subcomisario Duarte, y el libro se abre con una serie de entrevistas a historiadores que cumplen la función de introducirnos en el contexto y que, si bien no dejan de tomar postura, parten de un trabajo de investigación sobre los hechos. Aquí no se trata de negar u omitir una subjetividad, sino de asumirla, de saberse parte de la historia que se cuenta y no perder tiempo en pretender una opinión imparcial o desapegada que no resultaría creíble.
El libro se divide en cuatro secciones; la dedicada a los testimonios es medular, aunque las entrevistas a los historiadores resultan oportunas y necesarias, ya que los testimonios, como es de esperarse, serán fragmentarios, y, tratándose en general de personas políticamente muy activas, evocarán momentos de peso histórico que se traducen para ellas en un gran impacto emotivo. No sólo se recuerdan eventos relativos al caso de Guillermo Machado, sino también hitos como el Río de Libertad, el plebiscito por la ley de caducidad, las epopeyas de Germán Araújo y Wilson Ferreira Aldunate, el asesinato de los militantes comunistas de la seccional 20, las celebraciones clandestinas del 1° de mayo prohibidas por el gobierno militar… Hasta querrá la casualidad (o alguna causalidad ignota) que una maestra de escuela de Machado, que reconoció su nombre en los medios y estuvo en su velorio y sepelio, sea hermana de la mártir estudiantil Susana Pintos.
La autora intercala fragmentos de su propia experiencia con la persona entrevistada o con lo que le cuenta. A veces serán sus propios y remotos aunque vívidos recuerdos de su padre, otras veces reflexiones sobre ese momento histórico y sobre el rol de la memoria. La intensa emotividad que se desprende de muchos fragmentos no olvida que en definitiva se trata de un alegato político, que el caso de Guillermo Machado obedeció a una circunstancia histórica, una transición democrática incompleta en un Estado que aún mantenía estructuras represivas de la época dictatorial, y que en su caso y otros más generaron consecuencias trágicas.
Tampoco se omite que la base ideológica que sustentó ese accionar represivo sigue presente en la sociedad uruguaya. Algunas de las entrevistas, y presumiblemente el prólogo de Óscar Andrade, datan de 2019, cuando se debatía la reforma constitucional propuesta por Jorge Larrañaga, y aluden a dicha circunstancia. Y aunque esa iniciativa haya fracasado, una de las entrevistadas para Humanas bestias, Soledad Platero, en un artículo publicado en la diaria, evocaba la muerte de Machado en el caso de otro Guillermo, de apellido Marenales, que falleció a los 20 años, baleado por efectivos policiales en una “zona marginal muy fuerte de Carrasco Norte” en una fecha tan cercana como el 7 de julio de 2020.
Humanas bestias, de Cecilia Machado. 232 páginas. Sunca, 2023.