Me entrego al silencio (2024) es la primera novela de la periodista Sofía Pinto Román y nos introduce en una historia fragmentada sobre el silencio, el ruido y la introspección. El texto bien podría leerse como una novela o un ensayo. En cuanto novela, propone el tránsito de su narradora desde el medio urbano a un balneario fuera de la temporada de verano. La mudanza y las dudas por dejar todo atrás para dar comienzo a una nueva etapa, en la que el abismo la encuentra siempre en la escritura y la reflexión, son la línea principal en esta lectura.
Como ensayo, nos propone un análisis sobre habitar lo urbano y su toxicidad sonora. La vida en la ciudad puede acercarnos a la sociabilidad, a la diversión, al trabajo y a la experiencia vital del movimiento constante; sin embargo, este escenario se plantea como un espacio en el que la contaminación sonora lo vuelve todo desapacible.
Metáfora acústica
Así, la descripción de la vida urbana está focalizada en lo peyorativo. La sociabilidad desemboca en desencuentros e inestabilidad emocional. El volumen del televisor del vecino, las bocinas y los gritos crean un escenario infernal en la narradora, en la voz de Sofía, que a medida que pasa el tiempo se ve más apabullada y sin salida.
La voz parece atrapada por un deber ser que direcciona la problemática de un país centralista, como Uruguay: si no estás en Montevideo, no existís. La narradora se ve enfrentada a persistir en la ciudad por cuestiones laborales y sociales, pero su deseo está en La Paloma, Rocha.
Me entrego al silencio transita entre el diario íntimo, el género epistolar y la poesía. Naufraga, como lo hace la mente de la narradora, a través del discurso fragmentado de su propia crisis por su devenir, y también sobre la construcción de su propia historia, que en la urbanidad tóxica se desarrolla a través de tejidos de la memoria unidos por eslabones afectivos.
No conocemos a quienes se les envía las cartas, tampoco con quiénes vive la narradora ni a quienes están dirigidas las poesías. Lo que sí se nos muestra es la introspección, la voz de una mujer joven que se cuestiona sobre la salud mental, la escritura y el amor propio. Las entradas de un diario, así como las palabras dirigidas a un receptor desconocido, son las formas por las que la intimidad se va dibujando en torno al dolor y al acto de escribir.
Una particularidad de la obra es su despliegue ante la figura del lector, no sólo porque le habla a él directamente, sino porque lo invita a intervenir con su propio silencio, a través de las menciones y homenajes al compositor John Cage desde la escritura, el silencio y la imposibilidad de aislarnos del ruido. De este modo, la narradora nos plantea, en referencia a la obra más famosa del músico: “Cada interpretación de ‘4’33’ es única. Es una obra sobre la escucha, exterior e interior”. Es, a la vez, una forma de definir su propia obra y también al acto de leer, que nunca puede estar alejado del entorno sonoro y de nuestra voz interior, la cual puede ser una compañía placentera pero también enjuiciadora y cruel.
Por eso, la narradora nos dice: “Me da miedo llenar el silencio con pensamientos que acaben por destruirme. Pasar tanto tiempo conmigo misma me va a enfrentar a la realidad de cómo me hablo, de cómo me escucho. Este miedo no es nuevo, lo agarro fuerte porque lo reconozco: no quiero perder el control”.
Registro de la pandemia
La fatalidad del tono no es algo que sólo se presente como una característica de la obra, sino una marca generacional: el hastío es la norma. Sin embargo, hay otro elemento que le brinda hondura trágica al texto y es lo transitado en la crisis sanitaria entre 2020 y 2021. El adentro y el afuera se volvieron difusos, las voces del interior y del exterior también, así como la delgada línea que puede separar lo privado de lo público.
En este sentido, el texto abre una puerta que nos conecta con la soledad compartida, con la escritura como momento de reflexión que se presenta en un aquí y ahora. La voz de la narradora transita en la escritura, al mismo tiempo que nos convoca a compartir lo angustiante de la incertidumbre. Esta es una escritura in situ, que toma el tiempo, los silencios y los sonidos como una clave para entender nuestra propia finitud.
“Te mando un abrazo para atravesar esta tormenta que nos azota”, apunta la narradora. Y es así como este libro híbrido en su género y estructura funciona como un abrazo para temerles menos a los fantasmas de nuestros silencios.
Me entrego al silencio, de Sofía Pinto Román. 190 páginas. Emecé, 2024.