Se volvió una figura notoria en 2020 cuando ganó el premio Goncourt, el más prestigioso de las letras francesas, por la novela La anomalía. Para entonces, Hervé Le Tellier había trabajado como corresponsal de guerra, había hecho divulgación científica, se había doctorado en lingüística, había llevado una columna de humor de actualidad en Le Monde y había publicado una treintena de libros, más decenas de emprendimientos en la frontera entre lo académico y lo periodístico.
De ellos, el más impactante es su pertenencia a la usina Oulipo, el “taller de literatura potencial” fundado en 1960 por el escritor Raymond Queneau y el matemático François Le Lionnais con el objetivo de estimular la creación a partir de reglas similares a las de los juegos. Especie de club prestigioso –lo integraron Georges Perec, Marcel Duchamp e Italo Calvino– y a la vez tangencial, desde 2019 el Oulipo tiene a Le Tellier como su presidente. Fue el primer miembro del taller en recibir el Goncourt: “Perec ganó el Médicis con La vida instrucciones de uso y Queneau fue miembro de la Académie Goncourt, que es jurado del premio, pero él nunca lo obtuvo”, explica Tellier a modo de reivindicación colectiva.
La anomalía, la obra que posibilitó el acto de justicia, tiene algo de thriller de ciencia ficción: un avión que hace el trayecto París-Nueva York atraviesa una turbulencia y las vidas de los 243 pasajeros se modifican, al principio imperceptiblemente, luego de manera impactante: el vuelo los ha duplicado. El libre albedrío, el rol de la religión y el papel de la ciencia asoman detraś de un puzle de microhistorias y posibilidades narrativas.
Mientras aguarda el visto bueno de HBO o Netflix para llevar La anomalía a formato serie, Le Tellier estuvo en Uruguay la semana pasada como parte de un tour por el Cono Sur que incluyó una presentación en el festival Puerto de Ideas, en Valparaíso, y una charla en la Alianza Francesa de Montevideo.
¿Cuáles son las obligaciones del presidente de Oulipo?
No hay obligaciones, sólo representar a Oulipo cuando sea necesario. Y en las reuniones, simplemente mantener el orden. No es mucho trabajo. Oulipo es un grupo pequeño: en total, 15 personas vivas y quizás 12 trabajando, porque los demás son demasiado mayores. Cada uno tiene un trabajo independiente, que muy a menudo no tiene nada que ver con lo que hacen los demás. Tenemos diferentes tendencias, diferentes formas de escribir y diferentes formas de entender lo que es Oulipo.
Pero ¿podemos decir que el juego es un tema central para todos?
Sí, claro. Hay una razón por la que estamos en Oulipo. Pero la comprensión de lo que es el juego con el lenguaje, lo que es lo lúdico, es diferente para cada uno de nosotros. Personalmente, nunca juego, por ejemplo, con letras.
Como hacía Perec.
Sí, Perec hace eso. Él trabaja mucho con palabras, con letras y cosas así. Personalmente, trabajo mucho con tableros, como tableros de ajedrez. En La anomalía no usé un tablero, sino una cadena. Pero siempre tiene algo que ver con la semántica mucho más que con la lingüística. Uso los personajes, uso el estilo de un tipo de novela. A veces la organización y la estructura de mis libros son muy de tipo Oulipo, porque la forma en que están estructuradas. No hablemos más de amor está basada en un juego de dominó.
El hecho de que, por ejemplo, Queneau y usted tuvieran formación en matemáticas ¿cómo incide?
No creo que tenga tanta importancia. Creo que me ayudó a unirme a Oulipo, porque estaban buscando un matemático y un escritor, y yo era matemático y escritor. Al mismo tiempo, el lugar de las matemáticas dentro de mi trabajo es pequeño. Es aritmética, una forma muy fácil de hacer matemáticas.
Y topología.
Un poco de topología. Pero cualquiera puede hacer eso. Es topología fácil. Es jugar con un cubo de Rubik.
Hizo humor de actualidad y sigue involucrado con lo que ocurre en el mundo. Recientemente se pronunció sobre la paz en Ucrania y sobre el genocidio en Gaza. Es el tipo de cosas que no vienen inmediatamente a la mente cuando se piensa en un autor de Oulipo.
Es complicado porque desde el primer momento Oulipo estuvo integrado por personas que vivieron la guerra y que estuvieron en la resistencia: Queneau, Calvino, que fue partisano y que incluso escribió un libro sobre ello, El sendero de los nidos de araña. Hay una cierta tendencia bastante fuerte a ser de izquierda en Oulipo. Así que no es una contradicción en absoluto. Quiero decir, la política es otra cosa, pero no hay una contradicción entre el gusto por las estructuras, las restricciones, la literatura, y la necesidad de decir cosas sobre Gaza y sobre Ucrania. No hay contradicción para mí. Cuando era joven, cuando tenía de 15 a 26, 28 años, estaba muy involucrado en la política.
Además, el último libro que escribió, que justo está siendo traducido al español por Pablo Martín Sánchez, El nombre en el muro, es sobre política y es un libro político. Trata sobre un joven que muere a los 20 años durante la resistencia francesa, en 1944. ¿Fue una persona real?
Sí. Su nombre estaba en una pared de mi casa. Alguien lo escribió, no con una lapicera, sino grabado. Descubrí que era un muchacho que murió durante la guerra porque su nombre estaba en el monumento, así que decidí hacer un libro sobre él. Hice una investigación y tuve la suerte de que conocí a algunas personas que me dieron una cajita sobre él. Todo el mundo lo había olvidado, pero una organización de la memoria de la resistencia en Francia había guardado esta cajita sobre André Chaix. Dentro de esta caja había fotografías suyas, de su prometida, panfletos, un pequeño trozo de un libro, cartas a sus padres. Estaba su carné de identidad, su permiso de caza, su carné de trabajo, porque era aprendiz de cerámica. Era hijo de un panadero. Probablemente comunista. Y todo eso me dio la idea de hacer una historia sobre este joven que muere a los 20. Pensé que era una buena idea contar su historia y hablar sobre el fascismo y la resistencia, para las generaciones jóvenes, para explicar la guerra.
Y fue interesante porque había ganado el Goncourt, y La anomalía tenía un millón y medio de copias vendidas. Hacer un libro sobre un joven de la resistencia era algo muy diferente, ahora que yo era conocido, porque ayudó a hacer visible la historia. Me gustó hacer el libro y además tuvo una muy buena acogida, lo cual no es fácil para el primer libro después del Goncourt: normalmente los críticos te matan.
¿Percibe que la memoria de la Segunda Guerra Mundial y todas las atrocidades se está diluyendo en Francia? Sería una manera de explicar el ascenso de la extrema derecha.
Por supuesto, se está desvaneciendo porque se olvidan. Dicen que han cambiado. El apoyo a Netanyahu en la derecha es enorme. Los mismos que mataron a millones de judíos ahora apoyan la política judía supremacista porque odian a los árabes incluso más que a los judíos. Cuando has pasado toda tu juventud, como yo, luchando contra el antisemitismo, luchando contra el racismo, esto es muy molesto. Más que molesto.
¿Sospechaba que La anomalía iba a ser un libro tan exitoso? Porque a la novela dentro de la novela, que también se llama La anomalía, le va muy bien.
Sí. Cuando fui a ver a mi editora, Karina Hocine –todavía no estábamos en Gallimard–, le dije: “Esto podría ser un éxito porque voy a escribirlo como un best seller, con los temas de un best seller y con la dinámica de un page-turner”. Tenía planeado jugar con los tópicos de un page-turner, con cliffhangers, con muchas historias al mismo tiempo y poner elementos de muchos estilos...
... y un poco de sexo.
Sí, dentro de lo lógico. Cuando se pone sexo, tiene que ser lógico, tiene que servir al propósito de explicar al personaje. En la novela usé el sexo sólo dos veces. Lo usé para el personaje André y su apetito por Lucie, y lo usé una segunda vez con Lucie y su apetito por el sexo con un hombre que no ama, Raphaël. Lo usé para mostrar las diferencias entre ellos. Tengo 68 años, así que la situación de un hombre que envejece y se hace mayor y tiene la idea de que todo va a parar muy pronto es muy fuerte en mí. Poner sexo en la historia tenía este propósito. De todos modos, todos los personajes seguían una cierta dirección y la idea del destino, la idea de la muerte, la idea del amor era posible para ocho personajes diferentes que estaban duplicados y que tenían su propio destino, más otros tres personajes que quería mucho: Adrian, que es un matemático; Meredith, la otra matemática, y, por supuesto, la mujer que está a cargo de todo, y que, como ves, es lesbiana y se va a San Francisco para ocupar otro puesto para el FBI. Tenía un currículum muy extenso para cada personaje, y de vez en cuando ponía una gota en la historia para que los lectores, como en un page-turner, aprendan algo. Cada vez que aprendes algo nuevo tienes la tendencia a seguir y seguir.
Me encantaba mi plan, así que le dije a Karina: “Creo que va a ser un best seller”. Ahora, “best seller”, para mí, eran 50.000 como máximo; resultó ser 30 veces más. Realmente, no esperaba tener tanto éxito.
¿Y la aclamación de la crítica? ¿Se veía venir?
En Francia los premios son muy importantes. El Goncourt es el más importante, pero yo estaba en la lista de finalistas de los seis premios literarios más importantes. Se puede hacer eslalon y no conseguir ninguno, pero sería una verdadera casualidad. Tenía dos oportunidades de tres, porque al principio hay 12 personas para cada premio.
¿Pensaba en probabilidades?
Como todo el mundo. Pensaba “el Médicis es un buen premio; si no, el Renaudot”, y así sucesivamente. El Goncourt es más lindo, porque se conoce en todo el mundo. Es una explosión, es el libro que aparece en el árbol de Navidad. Cuando se regala un libro, casi siempre es el Goncourt. Hubo gente que me dijo que le habían regalado La anomalía dos veces.
El escritor dentro de la novela, Miesel, ¿cuánto tiene de usted?
Diría que es una mezcla de muchas personas, de mí y también de dos amigos que murieron antes de que yo escribiera el libro. Uno de ellos es un traductor del inglés, Bernard Hœpffner; tradujo a Mark Twain, tradujo a Robert Burton, tradujo a Joyce. Se ahogó, se dejó morir en el Mar de Irlanda. Era un muy buen amigo, fue el que me hizo conocer la casa con el nombre en la pared. El otro amigo es un escritor francés, que está muerto, Édouard Levé. Murió en 2007 y hay un homenaje a él en la historia. Decidí mezclar a ambos y hacer este personaje de Miesel, que es una mezcla de mí y ellos. La parte mía es cuando Miesel habla de los críticos. Me sorprendió mucho que esos párrafos no hayan afectado la recepción de la novela, porque son afirmaciones fuertes en contra de los críticos, pero no hizo daño. Claro, es la posición de Miesel, pero se entiende que es la mía. Pero bueno, los premios no están tan mal.
Al leer La anomalía uno tiene la impresión de que están pasando muchas cosas y de que, además, hay muchos homenajes, citas, guiñadas, pero no interfieren en la lectura; por ejemplo, cuando dice “todos los vuelos agradables se parecen, pero cada viaje turbulento lo es a su manera”, uno puede captar la referencia a Tolstói, pero si no lo registra, no hay problema.
Es un juego. Si el lector encuentra que la frase es un giro sobre Tolstói, le pude parecer divertido, pero la complicidad con el lector funciona de muchas maneras. Si uno mira de cerca, hay muchas frases como esta. El traductor al inglés me preguntó: “¿Esto es Dickens?”, y le dije que sí, y me contestó: “Pero lo retorciste, ¿no?”. Es divertido hacer eso, y usarlo en el lugar correcto, así el juego con la cultura no detiene al lector. Me encanta eso. Tenía esta idea de que la restricción nunca debe detener la lectura y siempre debe servir a la ficción. Por eso quizás el libro fue un best seller, porque también tenía esta dimensión.
También hay homenajes explícitos, como al escritor Romain Gary, que se menciona muchas veces. Ganó el Goncourt dos veces, la segunda con otro nombre.
Sí, y se suicidó antes de revelarlo. Era lituano. Luego fue a Polonia, luego a Francia. Se hizo francés, vivió en Niza. Después de eso, se fue a Inglaterra, porque fue combatiente durante la guerra como piloto, luchó durante la batalla de Inglaterra. Y en su escuadrón todos murieron, excepto tres. Después regresó a Francia, fue parte de la Liberación. Fue cónsul de Francia en Los Ángeles. Y luego se casó con la actriz Jean Saberg. E inventó a Émile Ajar. Le pidió a su sobrino que interpretara el papel de Émile Ajar al recibir el premio. Es muy conmovedor ver a su sobrino en la televisión diciendo que es Émile Ajar y que escribió el libro. Y todo el mundo le creyó. Después de que Gary se suicidara, fue una enorme sorpresa, y el pobre Paul Pavlovich, su sobrino, tuvo que admitir: “Nunca fui Émile Ajar, siempre fue mi tío”. Creo que es una historia única en la literatura. Un tipo que pudo engañar a todo el mundo durante seis, siete años, con libros increíbles en ambos casos. Escribió libros como Romain Gary, que eran muy buenos, y escribió libros como Émile Ajar, que también eran muy buenos. En total, hay cinco libros de Émile Ajar, y todos ellos son increíbles, incluyendo un libro que se llama Pseudo, en el que Émile Ajar insulta a Romain Gary. Todo lo que escribe sobre Romain Gary es correcto, y son insultos, de verdad. Es un libro increíble.
Boris Vian también inventó a Vernon Sullivan y dijo que era su traductor.
Hubiera sido miembro de Oulipo, pero murió antes. Era amigo de Queneau y todos dentro del grupo lo adoraban. Sus dos biografías están escritas por miembros de Oulipo. Y Oulipo terminó su novela inconclusa, que nos dejaron sus herederos. Así que No hay manera de escapar está firmada por Boris Vian y Oulipo. Mantuvimos los cuatro capítulos y continuamos con el mismo estilo de Boris Vian. Fue divertido.
Y usted mismo creó al escritor portugués Jaime Montestrela. ¿Quién es?
En un libro llamado Eléctrico W, que escribí hace unos 15 años; mi narrador era un traductor que descubría un libro, Contos aquosos, de Jaime Montestrela, y decidía traducirlo. Así que dentro del libro había fragmentos traducidos de Jaime Montestrela. Ocurrió que un crítico dijo: “Eléctrico W es muy bello, y hay algo aún más bello dentro del libro: el redescubrimiento del famoso escritor portugués Jaime Montestrela”. Y procedía a contar la historia de Montestrela a partir de la página de Wikipedia que yo había creado. Así que decidí que, si era posible, escribiría más relatos cortos de Montestrela. Como ya había hecho su historia para Wikipedia, simplemente la desarrollé e hice un libro independiente de Jaime Montestrela, que se llamó Contos aquosos. Se suponía que el libro contenía 1.000 relatos cortos, pero decidí que el traductor sólo haría una selección de ellos. Así que sólo hay 366 relatos cortos de Jaime Montestrela. Lo divertido es que, por un momento, nadie supo que no existía. Ganó el premio de humor negro Le Prix de l’Humor Noir. Por supuesto, la gente del premio sabía que yo lo había escrito, pero se lo dieron a Jaime Montestrela y a mí como su traductor, que no hablo portugués. Fui muy feliz, porque es un premio muy bonito, y muchos de los escritores que amo lo ganaron, Raymond Queneau y Jean Tardieu obtuvieron el premio.
Ahora va a Buenos Aires. Usted aprecia los juegos de Jorge Luis Borges.
Tiene mucho humor, aunque siempre se le presenta como alguien muy hierático. Al mismo tiempo, es el tipo que le dio la mano a Pinochet. Así que es un personaje complejo. Era muy conservador y a la vez escribió tantas cosas divertidas, como “Pierre Menard, autor del Quijote”. Lo usé para muchas cosas, como a “El Aleph”. Creo que es uno de mis escritores favoritos. Y al mismo tiempo, es el tipo de escritor que te encanta leer, pero que no escribirías como él. En cambio, Italo Calvino: me encanta su escritura, y me encantaría escribir como él. Lo mismo Romain Gary. Pero la idea de tener el estilo de Borges no estoy seguro de que exista. Es un pintor de ideas.
En español mucha gente ha intentado escribir como él.
Sí, claro, pero creo que es pastiche. Él sabía que estaba haciendo pastiche. Es interesante, porque es una forma de manejar las palabras, que es diferente de escribir en el lenguaje natural. Así que él tenía su propio lenguaje, por supuesto. Y probablemente es difícil de traducir, porque tienes que encontrar dentro de cada idioma el equivalente de la forma de Borges de hablar español, y creo que esto es algo que no se hace en la traducción. Así que probablemente tengo una idea equivocada de cómo escribía Borges, porque no lo leo en español. Pero, al mismo tiempo, tengo un amigo que es mi traductor al griego, Achilleas Kyriakidis, que también tradujo a Borges. Pasó alrededor de una semana con él, cuando ya estaba ciego, de gira con él en Grecia. Me dijo que tenía un verdadero sentido del humor, muy solemne, pero muy presente. Y Achilleas me dijo que una vez le preguntó a Borges por una de sus frases, y Borges la escuchó y le dijo: “Realmente no tengo idea. ¿Cómo lo tradujiste?”, y Achilleas le dijo cómo lo había hecho. Y Borges dijo: “Sí, probablemente quise decir eso”.
El final de La anomalía, en el que el discurso se va recortando, es una pesadilla para los traductores.
No si explicas lo que es y cómo se hace. El final mismo sí es complicado. En francés es sable fin. En español sería “arena fina”. Pero “fin” es también final, como en español. Así que quedó “arena al fin”. En otros idiomas hay otros procedimientos. El resto es fácil. Es sólo una larga descripción del mundo. Te das cuenta de cuáles son las letras que faltan. Y cuanto más avanza, hay algunas letras que se mantienen y otras que van desapareciendo. Así que lo importante es mantener una forma de pensar sobre las letras que se usan y cuáles no. Es bastante fácil. Hice una descripción de todo el libro para los traductores para que supieran cómo traducir esto. Había que hacer 50 traducciones, así que no iba a tener una discusión con 50 traductores. Así que hice un documento que se compartió con todos. Tenía tres o cuatro notas por página, lo que son unas 1.000. Pero está bien, porque 1.000 notas no son muchas. Expliqué, por ejemplo, “esto viene de Tolstói, esto viene de Sartre, esto viene de Nietzsche”, para que buscaran dentro de la traducción correcta del libro en sus idiomas, para que no se alejaran demasiado de la frase original.
Hablamos de pastiche, de citas, de homenajes. ¿Qué es la originalidad en la literatura hoy?
Creo que todos estamos sentados sobre hombros de gigantes. Todos hemos leído. No podemos escribir como si nunca hubiéramos leído nada. Así que naturalmente hacemos pastiche. Ya tenemos una idea del escritor en el que estamos pensando cuando escribimos. Creo que no es muy importante. Hay una frase de un escritor francés, que está olvidado, Jean Paulhan... Jean Paulhan era un tipo importante. Estuvo a cargo de la Nouvelle Revue Française y era amigo de todos los escritores. Y dijo algo que siempre recuerdo: el sentimiento más estúpido en la literatura es el miedo a ser influenciado. Así que nunca hay que tener miedo a ser influenciado, porque es así como escribimos. Estamos bajo influencia y está bien. Si no tuviéramos ninguna influencia, significaría que nunca hemos leído nada, lo cual sería peor.
La influencia nos hace ricos y nos hace aún más originales, porque encontramos nuestro camino en un bosque hecho de árboles muy grandes. Vamos a ser otro árbol pequeño al final de un bosque. Así es como veo mi trabajo. Creo que está bien ser influenciado y me encanta la gente que es influenciada. Queneau fue influenciado. La importancia de François Villon en la obra de Queneau es enorme y Queneau tiene una enorme influencia como poeta para la siguiente generación. Siempre encontramos en algún lugar raíces que no son nuestras, pero que hacemos nuestras. Creo que intentar ser original o nuevo no es bueno, es un error. La creatividad no está en la originalidad: es algo diferente.
La anomalía. Seix Barral, 2021. 366 páginas.