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Francisco Gordalina y Soledad Stasienuk, en la parroquia de la iglesia San Francisco de Asís de Piriápolis.

Foto: Virginia Martínez Díaz

Ver a Piriápolis sin lentes de sol: la experiencia de Soledad Stasienuk y del padre Paco

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En 2021 la olla popular y feminista Manos Abiertas de la Parroquia de Piriápolis cocinó para 200 personas.

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Leído por Abril Mederos.
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Los primeros instantes en que lo vi, sentado detrás de la mesa sin el cuello clerical, antes de escucharlo hablar, no sé si por su gestualidad o por mi mero prejuicio, me había parecido algo distante, duro, o quizás introvertido. Sin embargo, luego lo vi reírse, decirme entre carcajadas “eso no va” tras hacer algún chiste y también lo vi llorar. Le dicen padre Paco y su nombre secular es Francisco Gordalina. “En 2008 vine a Piriápolis. En realidad me mandaron”, corrige entre risas. “Acepté la propuesta”, aclara y cuenta que su forma de vivir la religión es a través del “compromiso con la sociedad y con la realidad”.

Francisco es el nombre de Piria, del santo que da nombre a la parroquia (San Francisco de Asís) y también del hijo de Soledad Stasienuk, quien hizo de nexo entre el sacerdote y la militante social, un día de 2012 cuando jugaba al fútbol en la vereda. El cura pateó la pelota para devolverla y así se conocieron. “Hacía rato que veía la iglesia, pero estaba bastante enojada. Un día entré a la misa y lo escuché. Fue algo muy liberador y sanador”, recuerda ella. En 2013 crearon juntos el merendero de la parroquia.

“A mí me encantan los niños, soy muy gurisera”, aclara. Más tarde dirá: “Tengo una personalidad medio maternal, ¿no?”, y Paco levantará las cejas y abrirá los ojos como diciendo: ¿medio? “Los niños me eligieron. Estábamos jugando en la vereda. Había muchos niños porque era feriado y no había escuela”, recuerda ella sobre el día en que decidió crear el merendero. Como no había escuela, tampoco había comedor. Uno de los niños dijo que le dolía la panza y después que tenía hambre.

“Cristiana, feminista y militante social”, es como se identifica Soledad en una búsqueda por sortear las aparentes contradicciones que eso implica y los cuestionamientos que le llegan desde la militancia y desde la comunidad religiosa. Hace tres años también inició la olla popular y feminista Manos Abiertas, en la que cocinan 12 mujeres.

Paco es de la escuela del padre Cacho y de Perico Pérez Aguirre, a los que admira y a quienes llegó a conocer. Soledad me cuenta que van al 8M y a la Marcha del Silencio, que en la parroquia defienden los derechos humanos y la diversidad.

La otra Piriápolis

La ciudad que creó el alquimista Francisco Piria entre el mar y la sierra, con sus castillos y sus hoteles, esconde a la vista del turista una cara menos esplendorosa: “La otra realidad”, dice Soledad. En los últimos años la cantidad de personas en situación de calle ha crecido debido a la crisis sanitaria, observó.

Foto: Virginia Martínez Díaz

Pero lejos de generalizar la pobreza en la pandemia como algo abstracto, Paco y Soledad cuentan historias como las de Marcelo, un hombre en situación de calle que llegó a la parroquia sin saber su nombre y su origen; o la de la mujer que pasaba las horas con su beba en la terminal de ómnibus después de huir de su pareja y agresor. Ahora ella está trabajando y pudo alquilar una casa a través de un subsidio de alquiler que otorga el Ministerio de Desarrollo Social (Mides) a mujeres que sufren violencia de género y es una de las 12 que integran la olla. “A veces la escucho y es otra persona. Hace poco hablábamos de algo personal y ella me aconsejaba. Me dijo: ‘Esto es lo que vos me decías a mí’”, comenta Soledad.

Entre las personas que llegan a la parroquia hay gente de otros departamentos del interior que vienen a Maldonado con la ilusión de trabajar en temporada para juntar dinero o para poder quedarse. Algunos lo logran y otros descubren que las temporadas no son lo que eran y que no son para todos. Por eso algunos de ellos pasan a vivir en la calle, dice Soledad. También están los de siempre, los que nacieron en Piriápolis pero no se asoman a la rambla.

“A veces hablamos de la franja costera y de todo su encanto. Mucha de esta gente nació en Piriápolis y no hace uso de ese paraíso por vergüenza. Se sienten excluidas en la ciudad que las vio nacer. Esas cosas hay que trabajarlas. Ahora hemos ido a la rambla y nos hemos apoderado de ese lugar”, cuenta Soledad.

“¿Dónde están los pobres de Piriápolis de los que tanto habla?”, inquirió una fiel durante una misa que ofició el padre Paco. “No se ve lo mismo desde un palacio que desde una choza”, reflexiona él. “Vaya y diga que va de parte del padre Paco”, le respondió a la señora. Antes de caer en la tentación de juzgarla -había que usar la frase, dada la temática de este artículo-, vale contar que exponer el prejuicio la hizo darse cuenta y desde entonces comenzó a colaborar, en este caso, con dinero. “No todas las personas están hechas para lo mismo. Desde la fe creemos que todos tenemos dones y capacidades diferentes. Lo importante es ponerlo al servicio de los demás”, dice más tarde Paco.

“Socialmente marcamos una distancia desde lo edilicio, por la ropa que llevamos y por las posibilidades que tenemos. Cuando las personas pasan por la puerta se dan cuenta de que pueden no sólo recibir, sino también dar. Ahí empiezan a mirarnos de otra forma”, señala.

Según Paco, Jesús se identificaba con la persona que enfrenta algún tipo de necesidad, algo que se reflejaba en sus palabras. “Él hablaba de alimento, de salud, de vivienda, de libertad. Las oraciones sirven, la lectura de la Biblia sirve, pero en la medida en que nos llevan al compromiso con los hermanos. Si no, queda en algo vacío, en un ritualismo”, piensa.

Manos Abiertas

Este año las 12 mujeres que integran Manos Abiertas cocinaron para 200 personas. Hace tres años, cuando comenzó la olla, se preparaban 80 porciones. El 31 de octubre dejaron de cocinar por miedo a que el calor de la primavera fermentara la comida, pero continúan con las canastas y con el merendero.

La olla está compuesta por mujeres “organizadas para construir una sociedad más justa”, un grupo que defiende el derecho “básico y elemental” a la alimentación y a la vivienda y que repudia toda forma de violencia contra las mujeres, niños, niñas y adolescentes, así como defiende “el derecho a elegir y amar libremente”.

Al principio las unía el hecho de ser madres de algunos niños que van al merendero, pero ahora son un colectivo de “mujeres en construcción de feminismo”, cuenta Soledad.

Las donaciones para la olla llegan de vecinos de Piriápolis, cuenta el Padre Paco, de integrantes de la comunidad de la parroquia y también de gente atea que “quiere dar una mano”.

Por parte del Estado, únicamente reciben donaciones de carne del Municipio de Piriápolis, a cargo del alcalde René Graña. “Entiendo que el Estado tiene que estar presente desde otro lugar. No puedo decir que acá estuvo del todo ausente porque estuvo a través del municipio, pero solamente”, comenta Soledad.

La Intendencia de Maldonado envió 23 viandas el año pasado con adhesivos en los que se leía “Construyendo futuro”, el lema del intendente, Enrique Antía. Los empleados que se encargan de la distribución querían sacar fotos del momento de la entrega, pero Soledad se negó. “Acá no hacemos religión ni política partidaria. Tampoco cambiamos fe por alimento. Entiendo que política es todo y que mi religión va conmigo, pero quienes vienen a la parroquia lo hacen movidos por su necesidad”, explica.

Desde la oficina territorial del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) en Maldonado llamaron a la parroquia y pidieron datos sobre las personas que retiran alimentos. “La excusa era que [lo hacían] para beneficiar a las personas. Sabía cómo venía la mano: la Intendencia y el Mides cruzan datos y si te dieron una, no te corresponde la otra, y a nosotros no nos importa que levanten la canasta del Mides, les informamos que les corresponde”.

Religión y diversidad

Soledad dice que se reconcilió con la iglesia cuando vio a Paco “poner sobre la mesa” los errores que ha cometido la institución y pedir perdón. Cree que es una forma de “sanar” y se lo agradece.

Si bien se reconcilió con su fe, a veces se vuelve a enojar con una “parte de la iglesia”, como el día en que montaron el merendero dentro del templo porque estaba lloviendo y una mujer no se atrevía a entrar porque estaba por hacer “algo malo”. “Pensé: 'Va a matar al marido', porque conocía la situación que ella vivía”, cuenta. Le preguntó qué le pasaba y le dijo que estaba embarazada, pero que no lo quería tener. Hablaba de sí misma usando los peores calificativos, recuerda Soledad. Hacía tiempo que sufría la violencia de su pareja y le había contado que cuando el hombre llegaba de trabajar en el puerto tenía dos opciones: acostarse con él o dejarse pegar. Soledad habló con ella, pero recién entró a la parroquia cuando Paco le “transmitió paz”. “No era lo mismo que lo hiciera yo a que un representante de la iglesia le quitara esa culpa y le dijera que Dios la seguía amando. ¿Puedo tener algo para cuestionar a esa mujer? No, al contrario, hay que acompañarla en ese proceso. Lo iba a hacer igual, pero con la ley lo hizo de la manera más segura. Es un derecho que las mujeres tenemos y hay que defenderlo, pero desde ese lugar. No es un invitación a hacer un aborto, es decir que nunca se sabe”, manifiesta Soledad.

Ella cuenta muchas historias, como la vez que Paco habló en la misa sobre un femicidio que había ocurrido hacía pocas horas y una fiel dijo: “No se olvide de los hombres que sufren violencia”. “¿Cuántas veces prendés la tele y ves que una mujer mató a un hombre?”, le preguntó él.

Sobre las tensiones internas dentro de la iglesia católica, en cuyos extremos se oponen las posturas más conservadoras y aquellas más cercanas a la teología de la liberación, Paco dice: “El día en que haya un solo pensamiento ya no será una iglesia, sino una secta”.

Lo que tiene la Biblia es que al presentarse como un texto de no ficción admite interpretaciones más o menos literales, que son pasibles de reinterpretar y resignificar. En esa tarea Soledad hace lo suyo con la imagen de María. La reivindica como la mujer de los “ovarios tremendos”, la que sufrió persecución política, la refugiada, la de carácter fuerte que probablemente fuera de Escorpio. No la ve únicamente como la madre que sufre al ver morir a su hijo o la “sierva”, como se la menciona en algunos cantos religiosos que ya no hacen parte de los cancioneros de la parroquia.

“Se sabe que Jesucristo era el único maestro que aceptaba a las mujeres como discípulas. Trato de hacer ver ese lugar que tuvo la mujer, un lugar que no se hizo ver por parte de algunos. Es bueno tenerlo en cuenta para que esa lectura sea integrada, más allá de que hay textos que podamos considerar machistas y misóginos -no voy a decir que no-”, plantea el padre Paco, por su parte.

De María Magdalena, Soledad rescata lo que llama el “manifiesto feminista”. Considera que Jesús le dio el lugar más importante al presentarse frente a ella tras la resurrección y cuestiona por qué la iglesia la “echó para un costado” por tanto tiempo.

Paco dice que la idea difundida de que María Magdalena era prostituta no es cierta y que fue un rótulo que se ganó con los dichos del papa Gregorio I, en el año 591. “Si hubiera sido no habría problema, porque él [Jesús] decía: ‘Los publicanos y las prostitutas llegarán antes que ustedes al reino de los cielos’, aclara.

Según publicó el Vaticano en su página web, en 2016 el papa Francisco nombró a María Magdalena santa “apóstola de apóstoles”, un título que le había dado Santo Tomás de Aquino por “anunciar a los apóstoles aquello que, a su vez, ellos anunciarían a todo el mundo”.

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