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Arroyo Tarariras, Piriápolis este miércoles.

Foto: Natalia Ayala

Ambientalistas y académicos del CURE realizarán un monitoreo participativo en la cuenca del arroyo Tarariras

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Afirman que los vertidos de la planta de OSE en Pan de Azúcar y la actividad ganadera son fuentes de un creciente “deterioro ambiental”.

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El arroyo Tarariras nace en la Sierra de las Ánimas y corre hacia el mar, hasta desembocar en la zona de Playa Verde. El “deterioro ambiental” de su cuenca es denunciado por agrupaciones vecinales desde hace meses, convencidas de que el problema “se agrava año a año”.

“Es una situación compleja y de varias fuentes. La principal son los vertimientos de agua de la planta de OSE en Pan de Azúcar, que se suma a los coliformes fecales detectados, a los nutrientes productos de uso agrícola, y a los saneamientos defectuosos de las viviendas linderas”, indicaron las comisiones vecinales de Playa Verde y de Cerro de los Burros, en la convocatoria para un encuentro realizado el sábado 20 en el Castillo Pittamiglio.

Consideran que las advertencias y los reclamos planteados ante diferentes organismos no han tenido resultado y por eso organizaron la reunión, donde resolvieron diseñar un monitoreo participativo sobre la calidad del agua en la cuenca del arroyo Tarariras, con la colaboración de académicos y estudiantes avanzados del departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional Este (CURE) en Maldonado.

“Los monitoreos participativos no son novedad, lo particular es la cantidad de profesionales que viven en esa zona y la cantidad de gente comprometida con la conservación del medioambiente. Este tipo de monitoreos va llegando e instalándose a medida que hay cada vez más masa crítica comprometida con el medioambiente”, dijo a la diaria el doctor en Ciencias Naturales Javier García Alonso, profesor agregado del citado departamento universitario, que ya orienta a los vecinos.

Por el momento, el plan de acción para el monitoreo -que se realizará a modo de “piloto”- apunta a enseñar los protocolos de extracción y conservación de muestras a las personas interesadas, hasta que puedan ser analizados en las instalaciones del CURE. El investigador comenzará a instruir a los vecinos el 10 de junio y estima que la actividad será sencilla, debido a esa cantidad de científicos que participan en los colectivos vecinales y que, en cierto modo, ya actúan como educadores comunitarios.

Paralelamente, ayudará a definir en qué puntos de la cuenca tomarán las muestras, en qué momento del año lo harán y qué tipo de estudios realizará el CURE. “En todo caso, la idea del monitoreo participativo es que no sea muy exigente, que la gente no se desgaste”, precisó el profesor.

La mira en OSE

A pocos metros del arroyo, en la cañada Tarariras, un caño proveniente de una planta de OSE vuelca los efluentes de la población de Pan de Azúcar, “tratados en forma primaria”. Según supo la diaria, las autoridades de la Unidad de Gestión Desconcentrada (UGD) de OSE en Maldonado fueron advertidas y exhortadas a tomar las medidas para no contaminar, mientras ejercía el exministro de Ambiente Adrián Peña.

Por el aspecto del agua que observan, aun en los meses de invierno, más análisis particulares realizados, los lugareños suponen que el organismo no ha cumplido con las indicaciones ministeriales. “Incluso en esta época puede verse mucha turbidez, espuma y manchas aceitosas en el agua, que se suman a la preocupación por las floraciones algales que no alcanzamos a analizar durante el verano para saber si eran cianobacterias”, comentó a la diaria la activista Déborah Díaz, integrante del Proyecto Naturalmente Piriápolis y Zona Oeste.

“Varios puntos de la cuenca son lugar de recreación para familias que viven lejos de la playa. Y, si se confirman las sospechas de los vecinos (en cuanto a una contaminación por coliformes fecales), quizás el riesgo mayor estaría en pueblo Las Flores, cercano a ruta 73. Allí hay una zona recreativa, con piedras y monte nativo, ubicados a pocos metros de donde se recibe la descarga de OSE”, identificó el profesor García Alonso.

“El riesgo son los patógenos, bacterias, virus y parásitos, si el agua que se vuelca no está bien esterilizada. No alcanza con unos chorritos de hipoclorito para matar todo eso. Los niños, en particular, pueden sufrir de conjuntivitis, dolor de oídos, manchas en la piel y hongos, entre otros diagnósticos vinculados con la contaminación fecal”, advirtió.

Un sitio especial

Al margen del monitoreo del agua, la comunidad también está preocupada por la gestión territorial de la cuenca del Tarariras, ubicada entre una ladera de la Sierra de las Ánimas, otra del Cerro Pan de Azúcar y otra del Cerro de los Burros. La zona, codiciada por desarrollistas de proyectos turísticos residenciales no sólo tiene valor recreativo y natural por su biodiversidad -allí pueden avistarse unas 80 especies de aves, comentó Díaz, a modo de ejemplo-, sino también un alto valor arqueológico.

El Cerro de los Burros y el valle del arroyo Tarariras presentan registros de ocupación humana desde hace aproximadamente 13.000 años y son conocidas las gestiones realizadas por la Comisión de Vecinos del Cerro de los Burros para que el área fuese declarada Patrimonio Departamental (2013) y Monumento Histórico Nacional (2014).

“Las características naturales y patrimoniales de la microcuenca del Tarariras, junto con las presiones de actores locales, motivan la necesidad de implementar un sistema integrado de manejo que preserve su calidad”, advertían varios científicos del CURE en un trabajo publicado por la revista Innotec en 2017 con el objetivo de generar aportes para ese manejo integrado de la cuenca. Sobre esa base es que, en los próximos meses, también pretenden trabajar en cuestiones de gestión de suelos y ordenamiento territorial.

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