En las últimas horas del domingo entró en vigor el alto el fuego entre Israel y la organización palestina Yihad Islámica, negociado por representantes del gobierno egipcio con el beneplácito del gobierno de Hamas en la Franja de Gaza, que evitó involucrarse en esta escalada. Este lunes la vida cotidiana se iba normalizando paulatinamente en el suroeste de Israel y en Gaza, después de poco más de 48 horas de bombardeos y misiles.
¿Qué fue lo que inició esta escalada? Desde la semana pasada, los voceros del gobierno de Israel venían anunciando una supuesta represalia de la Yihad Islámica tras la captura de uno de sus dirigentes políticos en una incursión del Ejército israelí en el campo de refugiados de Yenín, al norte de la zona autónoma palestina en Cisjordania. De manera poco usual, la prensa israelí y los voceros militares y gubernamentales dieron gran difusión a cualquier declaración amenazante por parte de voceros de la Yihad Islámica. El miércoles pasado Israel decretó el estado de alerta en el suroeste del país, en un radio de cerca de diez kilómetros en torno a Gaza, cortando el tránsito en carreteras y paralizando todas las actividades laborales, para prevenir una supuesta acción de represalia de la organización palestina armada.
Pasaron más de 48 horas y la Yihad Islámica no había actuado, aunque sí, percibiendo cómo se paralizaban los poblados israelíes más próximos a Gaza, se atrevió a declarar que si se liberaba a varios de sus presos (entre ellos un preso político administrativo, o sea, sin juicio) se iba a abstener de atacar. Esta “escalada verbal” fue respondida en la tarde del viernes por un ataque sorpresa de la fuerza aérea israelí a varios objetivos en Gaza, supuestamente pertenecientes a la Yihad Islámica. En el ataque inicial fue abatido un dirigente político-militar de la organización junto a varios militantes de su entorno. También civiles no involucrados fueron alcanzados por los bombardeos israelíes: murieron una niña de cinco años y una anciana, y hubo más de una decena de heridos. A las pocas horas la Yihad Islámica inició el lanzamiento de misiles, mayoritariamente hacia poblados israelíes próximos a Gaza, pero también algunos hacia la costa central de Israel, incluyendo ciudades ubicadas al sur de Tel Aviv. La escalada comenzaba, en esta ocasión debido exclusivamente a iniciativas israelíes en territorios palestinos, primero en Cisjordania y luego en Gaza.
En otras ocasiones, en escaladas previas, las críticas a Israel se referían a la desproporción letal de sus contraataques contra Gaza. Pero esta vez no se trató de un contraataque, ya que no hubo ningún hecho previo que sirviera de pretexto. Por eso llaman la atención las declaraciones del sábado –en medio de la escalada– tanto del ministro de Defensa, Benny Gantz, como del jefe de Estado Mayor del Ejército Israel, el general Aviv Kochavi, que dijeron que actuarían con mano dura contra todo aquel que “ponga en amenaza la soberanía israelí”. Viendo la forma cotidiana en que patrullas y comandos del Ejército israelí penetran en territorios bajo la jurisdicción de la Autoridad Palestina y provocan incidentes violentos, atentan contra militantes palestinos, realizan arrestos no sólo de supuestos terroristas o guerrilleros sino también de dirigentes políticos, pareciera que, para quienes dirigen el Ejército israelí, toda Cisjordania es considerada “territorio soberano” israelí, contradiciendo los acuerdos que establecieron la Autoridad Palestina y el derecho internacional.
¿Por qué esta actitud tan beligerante por parte de un gobierno israelí que supuestamente no representa a las alas más nacionalistas de la derecha?
En lo inmediato, en estos días, la decisión concreta de provocar deliberadamente una escalada bélica ante la Yihad Islámica parece obedecer a dos consideraciones: en primer lugar, Yair Lapid, el primer ministro temporario, que disputará el gobierno frente a Benjamín Netanyahu en las próximas elecciones, carece de credenciales militares, uno de sus puntos débiles ante la opinión pública israelí, cuya mentalidad es muy militarista.
Con esta iniciativa bélica Lapid está demostrando que “no le tiembla el pulso” y gana puntos en la campaña electoral. En segundo lugar, el reciente acercamiento de Israel con Turquía y con Arabia Saudita, y el interés de Catar por mantener la estabilidad en toda la región, parecen limitar el margen de acción militar de Hamas, el movimiento islámico palestino conservador que gobierna Gaza. Por eso Israel consideró que estaban dadas las condiciones para golpear y aislar a la Yihad Islámica, una organización político-militar radical, más próxima a Irán en su orientación internacional que a las dinastías del golfo.
En una mirada más amplia, pareciera que el actual gobierno de Israel, basado en la polarización interna y constituido por casi todas las fuerzas políticas anti-Netanyahu, desde la derecha autoconsiderada “decente” (que se diferencia de la corrupción y el populismo conservador de Netanyahu y de los fanáticos nacionalistas religiosos), la centroderecha, el centro, el laborismo y la izquierda sionista, prosigue la misma estrategia que Netanyahu ante los palestinos: mantener el conflicto a fuego lento, avivándolo cada tanto, para así eludir cualquier posible negociación de paz, perpetuando y ampliando la colonización israelí en Cisjordania. Es una estrategia de muy largo plazo que ocasiona un paulatino desplazamiento de poblaciones palestinas cuyas tierras son confiscadas por la fuerza ocupante y por artimañas legalizadas por juzgados israelíes que actúan como si fuera territorio soberano israelí, sobre la base de decretos militares unilaterales, creando en Cisjordania un verdadero régimen de apartheid, con poblaciones regidas por diferentes normas legales y con derechos diferenciados.
¿Normalidad?
Con todo, no hay agresión que no cobre algún precio político al agresor. No me refiero al sufrimiento de la población israelí en las cercanías de Gaza, cuya vida cotidiana vuelve a convertirse en un infierno al ser constantemente bombardeada. No son ellos los agresores sino los rehenes –conscientes o no– de una política cínica de su gobierno que los condena a ser carne de cañón de escaladas destinadas a servir otros intereses. Por ahora es muy temprano para medir todas las consecuencias políticas, israelíes, palestinas e internacionales, de esta conflagración. Sí me refiero en este caso a algo mucho menor que cualquier vida humana pero muy preciado por parte de los voceros y propagandistas justificadores del militarismo israelí: la imagen de normalidad. Como es sabido, la impotencia de la Autoridad Palestina, y la falta de involucramiento de la comunidad internacional a la hora de defender los derechos palestinos avasallados diariamente por la colonización en Cisjordania y los bloqueos a Gaza, ha llevado a organizaciones civiles palestinas y de militantes solidarios en todo el mundo a realizar una campaña de boicot contra Israel (conocida como BDS por sus siglas en inglés), acusando a los gobiernos israelíes de imponer un régimen de colonialismo y apartheid.
Ante estas campañas, que incluyen el llamado al boicot cultural y deportivo, los voceros de Israel y sus propagandistas responden que Israel es un país “normal”, “como cualquier otro”, y acusan de antisemitismo a quienes llaman a boicotearlo. Como parte de esa intención de irradiar una imagen de “normalidad” se invierten muchos esfuerzos en atraer a Israel eventos internacionales de relieve, entre otros, competencias deportivas de alto perfil mediático y presentaciones de artistas destacados. El domingo iba a realizarse uno de esos eventos, un amistoso de muy alto perfil entre Atlético de Madrid y Juventus. Las casi 30.000 entradas estaban vendidas, el público estaba ávido de ver fútbol de gran nivel (incluyendo el autor de estas líneas), y los equipos estaban a punto de subir a sus vuelos; parecía todo listo, cuando las noticias de la escalada con Gaza y, con ellas, la posibilidad de que un ataque de misiles interrumpiera el partido, obligó a los organizadores a cancelarlo y trasladarlo a Turín. La situación creada el fin de semana hizo evidente la anormalidad de la vida en Israel, producto de la perpetuación del conflicto con el pueblo palestino.
¿Quiénes ganaron y quienes perdieron?
De acuerdo a los voceros israelíes, sus ataques fueron preventivos e impidieron atentados de la Yihad Islámica desde Gaza como respuesta a la detención de su dirigente en Yenín. La operación habría cumplido sus cometidos con la muerte de dos jefes militares de la Yihad y al obtener garantías de que el fuego no se reanudará. Según esta misma versión israelí, fue rechazada la exigencia de liberar al dirigente político yihadista detenido la semana pasada y a liberar al preso administrativo en huelga de hambre.
Por el contrario, fuentes egipcias divulgaron que Israel se comprometió a revisar en el futuro cercano la situación de ambos presos y a permitir acceso e información sobre su estado. Por su parte, los voceros de la Yihad Islámica son optimistas respecto de la futura liberación de ambos presos y recalcan que quedó demostrado ante Israel que no puede emprender ofensivas contra su organización política en Cisjordania sin sufrir consecuencias desde Gaza. Desde ese punto de vista, la parálisis de las actividades cotidianas en el suroeste de Israel por varios días y la conmoción ocasionada en las ciudades al sur de Tel Aviv son consideradas un elemento que obligará a Israel a reconsiderar sus planes ofensivos en el futuro. Pareciera que estas formas divergentes de resumir la breve escalada bélica responden más a los intereses propagandísticos del gobierno de Israel y de la Yihad Islámica que a un verdadero análisis de la situación creada. Observadores más críticos recalcan que nada fundamental fue modificado en esta escalada y que las condiciones están dadas para futuras y no muy lejanas hostilidades.
Lo que nadie puede negar es el costo humano de esta relativamente breve y pequeña conflagración: 44 palestinos muertos, 15 de ellos niños, decenas de heridos en Gaza, varios heridos no graves en Israel, daños materiales, y cientos de miles de personas en ambos lados que sufrieron, nuevamente, días y noches de miedo y ansiedad.
Gerardo Leibner, desde Tel Aviv.