Escribo esta nota urgente volviendo a Tel Aviv de una conferencia de prensa realizada en Nazaret, organizada por el Comité de Seguimiento de la población árabe en Israel (organización que coordina y representa las actividades de la minoría palestina en Israel), para denunciar la prohibición policial de la realización de un acto de diálogo judeo-árabe en Haifa sobre la situación actual. El presidente del Comité de Seguimiento, Muhamed Barake (exparlamentario por la coalición Hadash), condenó los crímenes de Hamas y la masacre de gazatíes, agregando que “sólo trastornados y amorales pueden hacer distinción entre un bebé u otro. No aceptamos una guerra de venganza contra el pueblo palestino”. El expresidente del parlamento israelí (Knesset), el exlaborista Abraham Burg (que tenía programado participar en el acto prohibido en Haifa, junto a rabinos, escritores y otras personalidades judías), agregó: “Ante la ocupación y discriminación, sufrimiento y negación extrema y prolongada de derechos humanos en los territorios ocupados, los injustificables crímenes de Hamas no pueden ocultar esta realidad. Judíos y árabes afrontan juntos los intentos de acallar nuestras voces. Cuando suenan los cañones, la musa democrática debe hacer oír su palabra”.
La razón de esta protesta reside en que toda voz que se alce ahora en Israel a favor del cese del fuego y con preocupación por la situación humana en Gaza es considerada “traidora” y “quinta columna”. Hay juicios sumarios con despido contra decenas de ciudadanos, estudiantes, artistas, profesores y maestros, sobre todo árabes, pero también judíos. En la ciudad costera de Natanya una horda de habitantes judíos gritando “muerte a los árabes”, casi llegando a un linchamiento que se logró evitar, obligó a estudiantes universitarios palestinos que viven en un albergue estudiantil a abandonar la ciudad, escoltados por la Policía. Choferes de ómnibus, trabajadores de la salud, maestros y empleados públicos árabes son presionados a dejar el trabajo, o no se presentan por temor a su seguridad física.
Si hasta el 7 de octubre había un despliegue policial y militar impresionante en Cisjordania, para proteger y apuntalar la limpieza étnica promovida por los colonos más fanáticos, ahora, con el grueso del Ejército alrededor y dentro de Gaza y en la frontera norte, los colonos (con o sin uniforme militar), todavía protegidos por unidades militares y policiales menores, tienen vía aún más libre para atacar, hostigar y matar a los palestinos. Ya se reportan más de 100 muertos y 1.500 heridos entre choques armados y atentados. Según Gadi Elgazi, profesor de Historia en la Universidad de Tel Aviv y veterano activista contra la ocupación, los últimos ataques contra poblaciones palestinas (Yasuf, Iskake, Yatme, Kriut, Yalud, Kusra, Yanun, Duma) tienen una lógica geográfica –cortar Cisjordania de oeste a este hasta el río Jordán, a mitad de camino entre Ramallah y Nablus– y expulsar a sus habitantes.
Estos días vivimos horas cruciales en las negociaciones para la liberación de los rehenes israelíes y extranjeros raptados por Hamas durante la masacre del sábado 7 de octubre pasado, entre otras opciones, a cambio de los miles (o parte de ellos) de presos y detenidos sin juicio (entre ellos menores, enfermos terminales, ancianos y mujeres) palestinos. Los familiares israelíes exigen pagar este precio a cambio de la inmediata liberación de sus seres queridos. Según fuentes especializadas, la misma finalidad tenían los palestinos al llevarse indiscriminadamente a tantos rehenes, junto al baño de sangre premeditado.
Al vertiginoso ritmo del incremento de los criminales bombardeos y la ofensiva terrestre del Ejército israelí, aumentan las posibilidades de que los más de dos centenares de rehenes –niños, mujeres y ancianos entre ellos– se agreguen a la interminable lista de “daños colaterales”, víctimas de los cínicos cálculos políticos y propagandistas. Como ambiente envenenado de fondo, el uso irrestricto del concepto “hamas-isis-nazis” sigue banalizando al hitlerismo, en especial viniendo de parte de quienes se adjudican ser los únicos y verdaderos herederos de las víctimas del Holocausto.
Declaro que no hablan en mi nombre, a pesar de que también a mi familia le tocó una terrible parte de la barbarie nazi.
Mientras, en Israel, gran parte de la “centroizquierda”, cegada de narcisismo y autoestima (“somos gente hermosa y de conciencia” y “siempre bregamos por la paz, los derechos humanos, la democracia y la diversidad sexual”), clama frente a la “traición” de la “izquierda mundial” (¿de quién se trata?), olvidando señalar que el ostracismo palestino tiene muchos más años que Benjamin Netanyahu en el poder. Tomemos en cuenta que el Holocausto duró seis años y terminó en 1945, y la Nakba palestina dura ya 75 años... Duele mucho decirlo desde aquí, pero son demasiados quienes nunca dejaron de ver a los palestinos como primitivos “nativos” con una cultura árabe atrasada y violenta. La deshumanización del otro (el árabe palestino) es constante y sistemática. Eso, independientemente de los ingentes problemas de fondo de las sociedades árabes y musulmanas que rodean a este país, y del supremacismo inverso de los fundamentalistas islámicos.
Si durante años, patéticamente, Israel se consideraba “Europa” (con la mitad por lo menos de ciudadanos palestinos, y judíos llegados del mundo árabe y musulmán…), ahora aspiramos a que nos consideren un apéndice de Estados Unidos, “faro del mundo libre”. Por eso la profunda decepción del “bloque liberal” sionista ante la reacción de una parte importante y combativa de la izquierda judía estadounidense, que clamó en el Capitolio en Washington respecto del genocidio en Gaza: “No en mi nombre, Nunca Más [Holocausto] es Nunca Más, para nadie!”. Como si el grueso de los liberales israelíes constituyeran la vanguardia del anticolonialismo y adalides de solidaridad de las luchas de los pueblos del Sur Global, entre otros. Obvian tomar en cuenta que el establishment israelí apoyó (y sigue apoyando) a la ultraderecha en América Latina, Europa y África, desde la “época dorada del laborismo”. La lista es larga: el régimen de apartheid en Sudáfrica, Augusto Pinochet en Chile, Anastasio Somoza en Nicaragua, Jorge Rafael Videla en Argentina y demás dictaduras en América Latina, armas a Myanmar (Birmania) o Azerbaiyán, Pegasus al mejor postor, en coordinación con el Tío Sam. En Israel, sólo una minoría radical (principalmente antisionista, pero también individuos marginales dentro del consenso sionista) clamó consecuentemente por “Israel-Palestina, dos estados para dos pueblos”, y solución justa y real al problema de los refugiados de 1948. Esto nunca se puso a prueba de verdad.
Para criticar la falta de sensibilidad y el simplismo conceptual hacia la población israelí de parte del “progresismo” global (en gran parte de las marchas pro palestinas generalmente hay cabida para una sola narrativa), conviene venir con las manos más “limpias” y una visión más descarnada del sufrimiento cotidiano palestino. Aparte de esto, el aumento del antisemitismo en las últimas semanas se lo podemos agradecer en gran medida a la hipocresía, doble moral y falta de humanidad de los círculos gobernantes en este país.
Es necesario analizar un factor básico, que ayudará a apreciar en su real dimensión el terrible precio a pagar por el mantenimiento de un cómodo statu quo (“administrar el conflicto”, según Netanyahu y antecesores): el factor tiempo. Para ello me basaré en algunas reflexiones de un importante sociólogo de este país, Iehuda Shenhav-Sharabani, condensadas en su libro En la trampa de la línea verde (2010). “El tiempo es un concepto político, y como tal es un instrumento de construcción de culturas, poblaciones e identidades”, afirma Shenhav, y, a partir de esto, cita a su homóloga Hana Herzog, quien propone tomar en cuenta que cualquier año puede contemplarse como el primero. El paso básico es enmarcar una serie de acontecimientos dados y convertirlos en “nuestros”. Sin profundizar demasiado, podríamos hablar de “tiempo religioso o secular”, “tiempo lineal o circular”, “tiempo agrícola o industrial”, “tiempo biológico o social”, o a lo que nos concierne ahora, “tiempo hegemónico o de minorías”.
No es difícil imaginar un “tiempo judeo-israelí” frente al “tiempo palestino”. El mantra del establishment israelí fue “el tiempo trabaja a nuestro favor”. Me temo que Hamas (no la Autoridad Nacional Palestina ni gran parte de la opinión pública palestina) también haya adoptado esa visión apocalíptica. Y a propósito del derecho de defensa, una cosa es defenderse, y otra muy distinta es anexionar.
Según ese “tiempo sionista”, la terrible masacre del 7 de octubre es un “nuevo comienzo”. No por casualidad Netanyahu repite ahora “volvimos al 48”, es “una guerra de sobrevivencia”. Sobre todo su propia sobrevivencia política... Y este, su “legado”, penetra hondo, incluso entre quienes lo aborrecen. Para entender la magnitud del impacto humano de la debacle del 7 de octubre conviene recordar que durante el primer día de la guerra de octubre de 1973 (Yom Kippur), cayeron unos 350 soldados israelíes durante el primer día. Cincuenta años más tarde, el primer día de esta renovada y maldita nueva ronda de sangre, fueron masacrados más de 1.000 seres humanos en Israel, en su mayoría no combatientes. Las fuerzas de Hamas y la Yihad Islámica irrumpieron desde la inmensa cárcel al aire libre que es la Franja de Gaza, donde hasta hace unos días el vocero militar del Ejército israelí seguía declarando cínicamente que todavía no había crisis humanitaria (situación que de hecho existe, según la Organización de las Naciones Unidas, ya desde 2020, cuando declaró al enclave “inhabitable”).
Esto de ninguna manera es justificación de lo perpetrado, pero explica que el “tiempo palestino” tiene urgencias que son impostergables. Conviene sintetizar, para los maximalistas de todo signo, que judíos y árabes tendrán que encontrar una vía de convivencia o todos moriremos juntos por la “mejor causa”. Hablamos de la vida de millones de seres humanos. Y de la paz mundial.
Carlos Lewenhoff es periodista e investigador en temas de crítica cultural en Israel.