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El fin de la clase obrera: entrevista a Marcel van der Linden

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El historiador del trabajo reflexiona sobre los desafíos actuales a la acción colectiva de la clase trabajadora.

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Las últimas cifras de la Organización Internacional del Trabajo reflejan una tendencia a la baja en el poder de la clase trabajadora a escala mundial. Sin embargo, el declive del poder de la clase obrera no es irreversible, y sería temerario equiparar la disminución de la influencia estructural con el fin de la clase obrera como tal. El historiador del trabajo Marcel van der Linden, exdirector del Instituto Internacional de Historia Social, ha sostenido una sofisticada versión de este argumento durante la mayor parte de su carrera de investigación.

Tu trabajo parece orientarse en función de comprender la especificidad de la clase obrera sin dejar de lado las formas de trabajo consideradas anómalas por los enfoques marxistas tradicionales.

En el capitalismo siempre convivieron formas distintas de mercantilización de la fuerza de trabajo. Durante su largo desarrollo, el capitalismo recurrió a muchos tipos de relaciones laborales, algunas basadas en la coacción económica y otras en factores no económicos. Millones de esclavos fueron expulsados a la fuerza de África y llevados al Caribe, a Brasil y al sur de los Estados Unidos. Muchos trabajadores subcontratados son enviados hoy a Sudáfrica, Malasia y América del Sur. Otros trabajadores “libres” migran de Europa a las Américas, Australia y a otras antiguas zonas coloniales. Los aparceros producen una porción importante de los bienes agrícolas a nivel mundial. Estas y otras relaciones laborales son sincrónicas, aun cuando la tendencia hacia el “trabajo asalariado libre” sigue creciendo. La esclavitud todavía existe, la aparcería está retornando en ciertas regiones, etcétera. El capitalismo es capaz de elegir las formas de mercantilización del trabajo que mejor se adecuen a sus propósitos en un contexto histórico determinado: una variante es más rentable hoy, pero mañana puede ser otra. Si el argumento es correcto, debemos conceptualizar a la clase obrera asalariada como un tipo de fuerza de trabajo mercantilizada entre otras.

¿Qué consecuencias tiene ese enfoque para la historia del capitalismo?

Si mis observaciones son correctas, debemos transformar drásticamente nuestra concepción de la historia, empezando por nuestro concepto del capitalismo. Si el capitalismo no muestra ninguna preferencia estructural por el trabajo asalariado, es posible que emerja en situaciones en las que dicho trabajo es prácticamente inexistente, por ejemplo, en contextos donde prevalecen distintas formas de esclavitud. Si en lugar de concebir al capitalismo en términos de la contradicción entre trabajo asalariado y capital, lo hacemos en función de la mercantilización de la fuerza de trabajo y de otros elementos del proceso de producción, cobra sentido definir al capitalismo como un circuito de transacciones y procesos laborales que apunta tendencialmente hacia la “producción de mercancías por medio de mercancías”, según la célebre expresión de Piero Sraffa.

Ese circuito de producción y distribución de mercancías en constante expansión, donde no sólo los productos del trabajo, sino también los medios de producción y la fuerza de trabajo adquieren el estatus de mercancías, es lo que denomino capitalismo. Esta definición se aparta hasta cierto punto de Marx, pero no deja de ser consistente con su enfoque, pues él también concebía al modo de producción capitalista en función de la “generalización” o “universalización” de la producción de mercancías.

Si expandimos la definición de la clase obrera, nos beneficiamos de una nueva perspectiva sobre los orígenes del capitalismo y nos vemos obligados a enfrentarnos a quienes afirman que estamos asistiendo al “fin de la clase obrera”.

Efectivamente, no hay ningún “fin de la clase obrera”. De acuerdo con la Organización Internacional del Trabajo, entre 1991 y 2019, el porcentaje de personas que viven exclusivamente de sus salarios (“empleados”) oscila entre el 44% y el 55%. La proletarización crece sobre todo en los países capitalistas avanzados. Se estima que en las economías desarrolladas los asalariados representan cerca del 90% del empleo total. Pero en las economías emergentes y en vías de desarrollo, los empleados representan, con suerte, el 30% del empleo total. Por supuesto, la clase obrera mundial supera con creces el número de empleados: deberían sumarse todos los miembros que aportan ingresos a las familias y la mayoría de los desempleados, como así también la enorme cantidad de trabajadores autónomos que suelen aparecer en las estadísticas como falsos cuentapropistas. También forman parte de la clase obrera quienes garantizan que los empleados y otros trabajadores estén en condiciones de vender su fuerza en el mercado de trabajo.

Quienes hablan del “fin de la clase obrera” suelen vivir en los países capitalistas avanzados, donde observamos que se está desintegrando gradualmente el “empleo estándar”: una forma de trabajo asalariado definida por la continuidad y la estabilidad del empleo, un cargo de tiempo completo con un solo jefe y una actividad que se desarrolla completamente en el lugar de trabajo dispuesto por la empresa, a cambio de una buena remuneración, garantías legales y seguridad social. Suele pasarse por alto que el “empleo estándar” es un fenómeno relativamente reciente y que, como mucho, solo el 15% o el 20% de los asalariados a nivel mundial accedió alguna vez a ese tipo de relación laboral.

Creo que, en parte, el término “fin de la clase obrera” remite al poder menguante de los sindicatos y del movimiento obrero. Esa tendencia es indiscutible, ¿no?

Sí. A pesar de que la clase asalariada a nivel mundial nunca había sido tan numerosa, casi todos los movimientos obreros tradicionales están en crisis. Las transformaciones económicas y políticas de los últimos 40 años los debilitaron mucho. Su núcleo depende de tres formas de organización social: las cooperativas, los sindicatos y los partidos obreros. Aunque se trata de una tendencia desigual en distintos países y regiones, esas tres formas están en decadencia. El ala política —la socialdemocracia, los partidos obreros, los partidos comunistas— afronta dificultades en todos los países del mundo. En 2014, la Confederación Sindical Internacional, único paraguas organizativo de la clase obrera a nivel mundial, estimó que no más del 7% de la fuerza de trabajo total estaba afiliada a un sindicato. Supongo que hoy ese total debe haber disminuido al 6%.

Con todo, no deja de haber cierto espacio para el optimismo. Durante los últimos diez o 15 años, asistimos a una intensificación de las luchas sociales. No es menos importante notar que también se observan signos de renovación organizativa.

Al referirse al sur global, se suele apelar a conceptos que supuestamente describen realidades nuevas, como “precariado”, una situación que, a nivel mundial, no sólo no es reciente, sino que es más bien estructural. Además, parece suponerse que experiencias como el Estado de bienestar fueron universales. ¿Qué opinión te merece el término “precariado” al que recurre Guy Standing?

Guy Stanting es un gran investigador, que hizo contribuciones fundamentales para comprender las transformaciones de las relaciones laborales del capitalismo contemporáneo. Pero creo que su idea de que el “precariado” es la nueva “clase peligrosa” es inadecuada.

Este tipo de pensamiento, que privilegia a un segmento de la clase obrera por sobre otros, no es nuevo: el operaísmo de los años 1970, defendido por Sergio Bologna, Antonio Negri y otros, sostenía que los trabajadores calificados pertenecían a los sectores dominantes y que la “masa” de trabajadores no calificados era la vanguardia. Pero la precarización es una tendencia global y crece casi en todo el mundo. El filósofo István Mészáros se refiere a este fenómeno como la perecuación tendencial de las tasas de explotación.

Hay otro tema candente, muy vinculado con el anterior: el desempleo y el subempleo. Los investigadores que estudiaron este problema, como José Nun, de Argentina, y Aníbal Quijano, de Perú, argumentaron que las decenas de millones de trabajadores permanentemente “marginados” del sur global no podían ser considerados como un “ejército industrial de reserva” en el sentido marxista: su condición social no era temporaria y no conformaban una masa de material humano siempre dispuesta a la explotación, pues sucedía que sus calificaciones simplemente no eran compatibles con los requisitos de la industria capitalista.

La precarización manifiesta una transformación importante del capitalismo contemporáneo. Aunque el capital productivo (la manufactura, la minería) sigue en expansión, existen otras porciones de la burguesía que están ganando cada vez más poder. El capital productivo está cada vez más subordinado al capital mercantil y al capital financiero, denominados por Marx, respectivamente, capital comercial y capital que rinde interés. Este proceso debilita el poder de los sindicatos, pues estos suelen ser mucho más fuertes en el sector productivo que en los de comercio y finanzas.

¿Hay una especie de “aristocracia obrera” en el norte global que sigue sacando provecho de la explotación del sur global.

El concepto de “modo de vida imperial”, acuñado por Ulrich Brand y Markus Wissen, es muy útil en este sentido. Su idea central es que los asalariados de los países capitalistas avanzados sacan provecho de la explotación ecológica y económica de las regiones más pobres del mundo. Esto es lo que denomino desigualdad relacional: si los asalariados del norte están mejor, es en parte porque los del sur están peor, tanto en términos socioeconómicos como ecológicos. En consecuencia, la clase obrera mundial internalizó contradicciones que dificultan la solidaridad en términos objetivos.

También están los que piensan que los trabajadores tienen más o menos poder en función del lugar que ocupan en los patrones de acumulación a nivel mundial. ¿Cómo es posible sintetizar las distintas luchas obreras?

En los años 1970, Luca Perrone, un sociólogo brillante que lamentablemente murió joven, argumentó que las distintas secciones de la clase obrera ocupan posiciones distintas en un sistema definido por la interdependencia económica. En ese sentido, su potencial disruptivo puede divergir enormemente.

No creo que el Estado nación al que pertenecen los trabajadores defina su poder posicional. Los procesos de trabajo son mucho más importantes.

Ahora que una porción cada vez más grande de la clase obrera mundial empieza a formar parte de cadenas mercantiles transcontinentales, es probable que los trabajadores del sur global tengan más poder, al menos en potencia. Si no entregan el cobalto, el coltán y el cobre, Samsung y Apple no pueden fabricar sus teléfonos. Pero se trata de un poder potencial. Para que se actualice, los trabajadores deben tomar conciencia de su posición estratégica y organizarse. Los obstáculos sólo pueden ser superados a través de la politización, pues los trabajadores deben tomar conciencia del cuadro completo. Y, en general, la conciencia tiende a incrementar en función de la actividad y la educación que los trabajadores desarrollan de manera independiente.

La verdad es que tu tesis no parece muy optimista...

Soy menos optimista que hace 20 o 30 años. Hoy los obstáculos a la renovación son mayores, y también son mayores los desafíos globales (especialmente el problema medioambiental). La crisis que observamos podría estar marcando el fin de un “gran ciclo” de desarrollo del movimiento obrero, que duró casi dos siglos. El trabajo organizado (como su aliado, el socialismo) cuenta casi dos siglos de existencia y durante su historia sufrió muchas transformaciones.

Los conflictos de clase no cesarán y los trabajadores de todo el mundo seguirán sintiendo la necesidad de organizarse y de luchar. Un nuevo movimiento obrero podría arraigar sobre los anteriores, aunque no sin que se produzcan cambios significativos. Por ejemplo, es fundamental que surja un internacionalismo real, que exceda la mera solidaridad simbólica. No existen soluciones nacionales a los problemas que hoy enfrenta el mundo. Me atrevo a decir que cualquier estrategia exitosa dependerá de la capacidad de sintetizar a nivel transnacional respuestas efectivas a los grandes desafíos del presente.

Según Max Weber, el “espíritu” del capitalismo resultó de un largo y arduo proceso de formación, que se desarrolló durante siglos enteros. Del mismo modo, es probable que sólo podamos concebir una sociedad socialista como el resultado de un amplio proceso de formación en el que el cambio a nivel social interactúa con el cambio a nivel individual. En ese proceso, las organizaciones independientes y los avances concretos hacia la autoemancipación en todas las esferas de la vida, no sólo en la económica, están llamados a jugar un rol fundamental.

Una versión más extensa de esta entrevista fue publicada por Jacobin.

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