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Estados Unidos: elecciones en la era de la posverdad

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Los comicios estadounidenses se caracterizan por particularidades ya conocidas, como los aportes multimillonarios de grupos de lobistas o el mecanismo de elección a través del colegio electoral, que son determinantes. Sin embargo, es la aparición de novedades tales como la inteligencia artificial o el auge de las redes por sobre los medios tradicionales la que borra las fronteras entre lo falso y lo real, produciendo efectos imposibles de anticipar.

El 5 de noviembre se decidirá si Donald Trump vuelve a la Casa Blanca o si Kamala Harris será la primera presidenta mujer y afroasiática en la historia de Estados Unidos. Se elegirán también la totalidad de los miembros de la Cámara de Representantes, un tercio de los senadores, gobernadores y alcaldes.

La espectacularización de la política hace que el foco esté puesto casi exclusivamente en las cabezas de las fórmulas republicana y demócrata. La campaña se ciñe cada vez más a la discusión sobre sus posteos en redes, las frases pronunciadas en actos, fotos, gestos, videos o memes, soslayando las discusiones que deberían ser nodales en un país como Estados Unidos, todavía la primera potencia global: economía, seguridad social, desigualdad, cambio climático, política exterior y otras cuestiones centrales sobre el estado actual del núcleo del capitalismo.

En este artículo nos vamos a correr del foco tradicional para ocuparnos del lado B de las elecciones, de temas que en general no aparecen en el debate público o sólo ocupan un lugar muy marginal, pero que emergen como manifestaciones de las crisis profundas que atraviesan al hegemón. Daremos algunas pistas de cómo inciden, en la desgarrada democracia estadounidense y en estas elecciones, las redes sociales, los donantes millonarios y las fake news.

¿Democracia o plutocracia?

George W Bush liberó los aportes electorales privados, en particular, provenientes de las corporaciones y los grupos de presión. En 2010 la Corte Suprema falló a favor de la desregulación de los lobistas. En 2016, por ejemplo, se registraron 2.368 SuperPACs (Comités de Acción Política) ante la Comisión Federal Electoral, grupos de lobistas que invirtieron más de 1.000 millones de dólares en esas campañas presidenciales. Si se suman los gastos de los aspirantes a las cámaras de Representantes y de Senadores, las cifras se disparan. La carrera para controlar el Capitolio insumió 4.267 millones de dólares. El gasto total estimado alcanzó la astronómica cifra de 7.000 millones de dólares hace ocho años cuando ganó Trump. Y sigue creciendo desde entonces. Según la Comisión de las Elecciones Federales, en las presidenciales de 2020 y en las legislativas de 2022 se gastaron más de 14.000 millones en cada una. Este año se batirá otro récord, con una cifra cercana a los 20.000 millones. Sin ruborizarse, Trump y Harris se vanaglorian de las decenas de millones de dólares que recaudan cada semana. Los temas, candidatos y propuestas los fijan quienes disponen de cifras millonarias, mientras que los aportes de los pequeños donantes van quedando relegados frente a los de los grandes lobistas.

Crisis de los medios tradicionales y las encuestas

Si Estados Unidos se vanagloriaba de tener un sólido sistema de poderosos medios de comunicación y una ingeniería electoral en la que las encuestas podían predecir el comportamiento político y electoral de su sociedad, hoy ya no es tan así. Como en casi todo el mundo, los medios televisivos, radiales y gráficos pierden audiencias, lectores y anunciantes, y son desplazados por las redes sociales. Desde 2016, cuando casi todos los encuestadores fallaron con el pronóstico de victoria de Hillary Clinton sobre Trump, la incertidumbre pasó a ser moneda corriente. Hoy los sitios especializados en encuestas, como RCP o Fivethirtyeight, proyectan a Harris apenas 1 o 2 puntos arriba de Trump en el voto popular, una ventaja muy menor a la que tenían los demócratas en 2015 y 2020 a esta altura. Pero, en los estados oscilantes, los que pendulan entre demócratas y republicanos, hay una paridad extrema. En los siete estados que definirán la elección, la diferencia es menor a 1,5%, o sea, dentro del margen de error. Y esos van a definir quién llega al número mágico de 270 electores, es decir, a la mayoría de los 538 que se eligen. Además, en la última década las encuestas vienen fallando en todo el mundo y también en Estados Unidos. Se observa, entonces, una sociedad mucho más volátil y menos previsible que la de las últimas décadas.

Auge de las redes sociales y las fake news

La era en la que un escándalo judicial –como el Watergate– o un editorial de The New York Times o de The Washington Post podía inclinar definitivamente la balanza electoral parece haber terminado. Es el momento del auge de las redes sociales y de los canales de streaming. Proliferan ahí las fake news, sin control ni edición de nadie. Trump, al igual que buena parte de las ultraderechas en todo el mundo, se apalancó en el crecimiento de las redes sociales para presentarse como un outsider. Insulta continuamente a periodistas, canales de televisión y periódicos, mientras cuenta con el apoyo de Elon Musk, el hombre más rico del mundo y dueño de la red social X, principal altavoz de Trump hasta que fue suspendido en enero de 2021, luego de haber alentado la toma del Capitolio. Trump creó en ese momento, sin mucho éxito, su propia plataforma, la red Truth Social, pero luego fue readmitido en X cuando la compró el dueño de Tesla. En este tipo de sistema de comunicación alternativo se destacan referentes de las ultraderechas, como Tucker Carlson, expresentador de Fox News que ahora hace campaña por Trump, o Milei. El expresidente tiene más de 90 millones de seguidores en X, que sumados a los casi 200 millones con que cuenta Musk, confirman la potencia de esta nueva forma de comunicación. Si bien hace meses que viene aportando a la campaña republicana, luego del intento de magnicidio del 13 de julio, blanqueó este apoyo, e incluso se declaró dispuesto a integrarse a un futuro gobierno de Trump, en una comisión de modernización del Estado (Departamento de Eficiencia Gubernamental), lo cual implicaría un salto cualitativo en el avance del poder de lo que algunos llaman el tecnofeudalismo.

Otra manifestación del cambio de mapa comunicacional es el auge de los influencers. El martes 10 de setiembre, tras el debate presidencial, la cantante Taylor Swift declaró públicamente su apoyo a la demócrata, se burló de las misóginas declaraciones del candidato a vice JD Vance sobre las amargas “mujeres solteronas con gatos” y pidió a los jóvenes que se registraran para votar. Enseguida logró millones de reacciones favorables y se triplicaron las inscripciones de mujeres menores de 25 años, quienes pueden influir en el resultado de las elecciones, que registran una importante “brecha de género” entre ambos candidatos.

Múltiples crisis

Estados Unidos atraviesa una crisis económica (déficit comercial récord, exorbitante deuda pública, desindustrialización, menor productividad, infraestructura obsoleta, desdolarización y retraso en la carrera tecnológica frente a China), social (aumento de la desigualdad, la indigencia, millones de personas sin cobertura médica, aumento exponencial de las muertes por sobredosis) y política (la grieta es cada vez más pronunciada). Crece la desconfianza en las instituciones, hay un nivel mayor de confrontación y un riesgo creciente de que esas fracturas internas lleven a una guerra civil. La hegemonía global de Estados Unidos está desafiada, se tensan las relaciones con sus aliados, los países de Europa y Japón, y enfrenta a China, Rusia, India y otros polos emergentes que disputan el poder global. Los desafíos internos que sacuden a la potencia declinante son cada vez mayores. Nada indica que las elecciones del 5 de noviembre vayan a atemperarlos. Se avecinan tiempos convulsos en la cabeza del imperio.

Leandro Morgenfeld es profesor de la Universidad de Buenos Aires. Una versión más extensa de este artículo se publicó originalmente en Le Monde diplomatique, edición Cono Sur.

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