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Alizée Delpierre. Foto: difusión

“El trabajo doméstico, para el capitalismo, no crea valor, es considerado como improductivo”

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Alizée Delpierre, socióloga que analizó las relaciones entre los que sirven y los que son servidos en casas de ultrarricos.

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La socióloga francesa Alizée Delpierre ha dedicado años a investigar un mundo poco explorado: el de la domesticidad al servicio de los ultrarricos. Su investigación, fruto de su tesis doctoral y publicada bajo el nombre Servir a los ricos, recientemente traducida al español, revela un universo paradójico en el que trabajadores domésticos con salarios de entre 2.000 y 12.000 euros (94.228 a 565.371 pesos uruguayos) mensuales viven una forma particular de explotación que Delpierre denomina “explotación dorada”. Ella misma ingresó a trabajar en tareas domésticas en casas de millonarios para entender de primera mano cómo funcionan estas relaciones laborales.

En diálogo con la diaria, Delpierre revela los complejos mecanismos de un trabajo que, aunque bien remunerado, perpetúa las desigualdades sociales más profundas de nuestro tiempo. Su investigación invita a reflexionar sobre el lugar que ocupan las tareas domésticas hoy en día y las condiciones en las que se delegan.

¿Qué te motivó a adentrarte en este campo de investigación tan específico?

Mi interés surgió por varias razones convergentes. Primero, los trabajos sobre las élites y los dominantes son marginales en sociología. Los estudios sobre las relaciones de dominación vistos desde la perspectiva de quienes dominan son mucho menos numerosos, y me atrajo la idea de investigar un medio social del cual tenemos relativamente poca información.

Además, desde la perspectiva de la sociología del trabajo, me interesaba la cuestión de la relación de domesticidad. Es un trabajo que consiste en hacerse cargo de las tareas domésticas a cambio de una remuneración en el domicilio del empleador. El domicilio es un lugar de trabajo muy atípico, porque en las representaciones colectivas, el hogar es lo opuesto al medio laboral, está asociado con la familia y las relaciones desinteresadas.

Me preguntaba: ¿cómo se puede tejer una relación de tipo salarial en este lugar reservado a lo íntimo, a la familia, al secreto, a las relaciones gratuitas? ¿Cómo puede esta relación salarial tejerse además entre personas opuestas en distintos sentidos? El medio social, el origen, la raza... ¿Cómo en un espacio de proximidad como el domicilio se puede tejer esta relación entre personas que normalmente se evitan? El lugar de la alteridad está en casa de los ricos.

El término doméstico que elegiste para tu estudio engloba una gran diversidad de oficios al servicio de los ricos. ¿Esta aproximación transversal te reveló mecanismos de dominación comunes más allá de las especificidades de cada puesto de trabajo?

Efectivamente, este término revela mecanismos de puesta en funcionamiento laboral que llamo en el libro “explotación dorada”, común a todos los tipos de domésticos, independientemente de su puesto.

La explotación dorada es una puesta en funcionamiento laboral prácticamente ilimitada a cambio de una compensación material y simbólica muy importante.

Muchos trabajos sobre diversas formas de domesticidad en el mundo, así como la OIT [Organización Internacional del Trabajo], muestran que las trabajadoras domésticas son en su mayoría mujeres, inmigrantes, más bien pobres.

Mi campo de estudio muestra también que los empleados domésticos trabajan muchas horas: 15, 16, 18 horas de trabajo por día, y que incluso están disponibles día y noche porque viven en el domicilio de sus empleados. Pero a cambio de esto están bien pagados, tienen salarios de 2.000 a 12.000 euros. Estos salarios muy elevados sirven para compensar este carácter ilimitado de la dedicación. Es una manera de comprar a precio alto el cuerpo de los trabajadores domésticos. Es un mecanismo transversal a todos los trabajadores domésticos.

A partir de este objeto de estudio también se puede intentar pensar otros espacios sociales. La explotación dorada se puede encontrar en formas más atenuadas en otros espacios profesionales. Podemos pensar en empresas que ponen a trabajar a ejecutivos que deben cumplir funciones hasta las 22.00 o 23.00 para demostrar su valía y que se les incita a trabajar siempre más a golpe de primas. Es un poco la misma lógica.

El Observatorio de las Desigualdades francés fija el umbral de la riqueza en aproximadamente 3.860 euros [181.861 pesos uruguayos] mensuales. Existe una paradoja entre estos ultrarricos que vuelven ricos a los trabajadores domésticos...

Me divierte decir que investigo sobre ricos que sirven a ultrarricos. Se trata de una paradoja que refleja una realidad compleja.

Si tomamos el salario mensual estricto de los trabajadores domésticos y los situamos en el espacio socioeconómico francés e incluso en otros países, forman parte del 10% de los más ricos. Sin embargo, este salario debe ser relativizado. Pueden ganar 4.000 euros [188.457 pesos uruguayos] por mes, pero trabajando 18 horas por día. Cuando relacionamos el salario con la tarifa horaria, llegamos a salarios mucho más bajos.

Además, estos trabajadores viven en una situación de dependencia total hacia su empleador: dependen de él para su vivienda y alimentación, y sus cotizaciones sociales son mínimas. Su situación laboral es precaria desde el punto de vista legal. Los empleadores frecuentemente declaran sólo una parte del salario, manteniendo el resto “en negro”. Así, a pesar de haber percibido salarios elevados, pueden encontrarse rápidamente en situación de gran vulnerabilidad económica. Se trata de una situación profundamente paradójica.

¿Hay aspectos de la domesticidad que permanecen invisibles, incluso para una socióloga infiltrada?

Como en todos los terrenos, ciertas informaciones son más difíciles de recoger. Pero, en el marco de esta investigación, la cuestión de la violencia sexual fue difícil de aprehender por varias razones.

No era la entrada principal, pero la cuestión emergió por sí misma con testimonios de mujeres domésticas, que fueron sujetas a acoso sexual o abusos sexuales en el trabajo por parte de sus colegas masculinos y a veces incluso de sus jefes.

No es una característica propia de la domesticidad, sino más bien de la sociedad patriarcal. Sin embargo, los datos internacionales sobre el trabajo doméstico en todas sus formas –no sólo entre los ultrarricos– muestran una sobrerrepresentación de las violencias sexuales hacia el personal doméstico. Esto se explica por el hecho de que la domesticidad es un trabajo que se efectúa en el domicilio, por tanto fuera de la vista, y que se funda sobre una relación que imbrica relación salarial y relación familiar.

Hoy muchas investigaciones han tratado sobre las violencias domésticas, incesto y violencias intrafamiliares que muestran que es realmente en la familia donde se cristalizan las violencias más importantes. De hecho, la antropóloga Dorothée Dussy escribe un libro [Le Berceau des dominations. Anthropologie de l’inceste] sobre el incesto y habla de la familia como la cuna de las dominaciones. Es en la familia donde nace la dominación, donde nace la violencia.

Los trabajadores domésticos son considerados a la vez empleados y miembros de la familia. Esta ambigüedad facilita el ejercicio de la violencia, especialmente la violencia sexual. Los empleadores justifican estos comportamientos diciendo que no es un trabajador cualquiera, forma parte de la familia. Así se autorizan violencias que no se permitirían en otros contextos profesionales.

También describís violencias más sutiles: cambiar los nombres, obligar a usar uniformes específicos o hasta pañales. ¿Cómo funcionan estas otras formas de violencia en el día a día?

El sociólogo Pierre Bourdieu llamaba “violencia simbólica” a una violencia que no pasa por los gestos, una violencia que se ejerce por los símbolos, por la dominación de clase, de raza y de género.

La violencia simbólica es omnipresente en la domesticidad. El hecho de contratar a los trabajadores domésticos sobre criterios raciales, de origen, de género, o criticarlos y reducirlos por estas mismas razones es un ejemplo de esta violencia.

Los domésticos viven mal este tipo de situación, pero a la vez excusan a su jefe. Esta retórica está muy ligada a una imbricación entre relación salarial y relación familiar. Los domésticos no cesaban de decir que no consideran a su patrón únicamente como un empleador, puesto que lo ven en su intimidad. Tienen acceso al sufrimiento de sus patrones, lo que crea una suerte de “aceptación”, de atenuación de la violencia simbólica. Los domésticos actúan con sus jefes como si fueran miembros de su familias y les buscan excusas.

¿Has observado formas de resistencia o de reivindicación de derechos?

En Francia, contrariamente a ciertos países de América Latina, hay una tasa muy baja de sindicalización de la mano de obra doméstica, no hay realmente olas de protesta.

Los grandes sindicatos franceses [CGT, CFDT, etcétera] no logran captar la mano de obra doméstica, esencialmente porque en Francia la mayoría de los empleados en servicios domésticos trabajan a tiempo parcial, para varias personas, de forma aislada. Entonces, no hay un ámbito colectivo de trabajo en el que se podría hablar de estas condiciones, rebelarse juntos.

Incluso en las casas de los ultrarricos donde hay “colectivo de trabajo”, porque trabajan muchos trabajadores domésticos, tampoco se organiza resistencia. Hay una adhesión muy fuerte a la lealtad, a la idea de que si se está sindicalizado se traiciona al jefe y se arriesga el puesto. Esto inhibe la sindicalización.

En lo que concierne a las negociaciones con los empleadores, es un terreno individual. Aquí puede haber resistencia, pero más silenciosa e individual, se observan microrresistencias.

Sin embargo, sí existen formas de solidaridad entre domésticos, que se ayudan mutuamente. La burla es, por ejemplo, una forma de inversión de la dominación. Los trabajadores domésticos se burlan entre ellos de sus patrones, es una manera de aguantar en este empleo penoso y fatigante poniendo distancia.

Subrayás que las casas de los ultrarricos son espacios muy privados. ¿Cómo se pueden garantizar buenas condiciones laborales en un espacio de trabajo tan íntimo?

En Francia, los trabajadores domésticos están jurídicamente protegidos por una convención colectiva, que se considera como un derecho derogatorio y no estándar. Estos acuerdos son más favorables para los empresarios que la legislación ordinaria. Por ejemplo, en el caso de las horas de trabajo nocturno, el código laboral francés establece que las horas se pagan doble. Pero para los empleados domésticos se considera que no es trabajo real, sino que son horas de disponibilidad, como estar en la cabecera de una persona mayor.

Hay que hacer a nivel del derecho una primera evolución. La situación actual se explica por relaciones de poder históricas en las que el patronato tomó un lugar muy importante para la redacción de estas convenciones colectivas en el seno de la domesticidad.

Por parte de las autoridades de control, las administraciones y la inspección del trabajo, plantean el mismo problema que la mayoría de la función pública: no hay suficientes medios, inspectores, y por eso no pueden ir a investigar en todos los domicilios. También haría falta que todos los hogares declaren la domesticidad, si no, son indetectables desde el punto de vista estadístico.

Otro nivel de reflexión, con cambios políticos mucho más profundos, es pensar en el lugar del trabajo doméstico en nuestras vidas de manera general. Uno de los objetivos de este libro era partir de un caso muy preciso, la domesticidad de los ultrarricos, para pensar el lugar que le damos al trabajo doméstico hoy en nuestras vidas.

¿Constituye la extensión de los servicios personales a las clases medias una democratización del modelo doméstico de los ultrarricos?

En París, en el metro estamos invadidos de carteles de Deliveroo, de Frichti [equivalentes franceses de Pedidos Ya] que muestran lo genial que es hacerse entregar comida a toda hora del día.

Es una continuación de la dominación y de manera amplificada. Lo que observamos con los Deliveroo es que son en espejo las mismas personas que los domésticos, salvo que son hombres, pero son inmigrantes, muchos sin papeles, mal pagados, a través de un sistema de plataformas que plantea varios problemas en términos de derecho laboral, de salarios, etcétera. Es un servicio que constituye una forma de domesticación externalizada al extremo accesible para todas las clases sociales, mientras que tener un mayordomo en casa por 5.000 euros es mucho más complicado.

¿Cómo analizar este fenómeno?

En términos generales, me preguntaría: ¿qué podríamos hacer de este trabajo doméstico cuando cada vez más directivas estatales o empresas presentan el trabajo doméstico como un lastre que no hay que hacer?

Es la democratización de un ideal de liberación del trabajo doméstico. Hay que preguntarse: ¿tienen sentido vidas en las que no hacemos trabajo doméstico? En el siglo XXI tal vez estimamos que la prioridad son el trabajo, el ocio y por eso delegamos. Pero, en ese caso, hay que subrayar que nuestras formas actuales de delegación crean desigualdades: delegamos a trabajadoras, inmigrantes, pobres, mujeres, etcétera. Es allí donde hay un problema.

Por eso este libro destaca dos escalas de reflexión. O asumimos una sociedad en la que delegaríamos una parte del trabajo doméstico porque estimamos que en nuestras vidas no nos gusta hacer el trabajo doméstico y que hay que consagrarse a otra cosa, entonces aquí iríamos a buscar un estatuto muy protector de los trabajadores domésticos, como una función pública. O de manera más revolucionaria, y un poco utópica, hacemos nosotros mismos el trabajo doméstico. Esto implicaría trabajar menos, reducir el tiempo de trabajo diario tanto para los hombres como para las mujeres, a fin de que el trabajo doméstico sea compartido, de forma igual entre los sexos. Esto implicaría también repensar el trabajo doméstico no como algo penoso, improductivo, fastidioso, sino como algo importante, que está en el centro de nuestras vidas.

Desde tu punto de vista y a través de un estudio del concepto de dominación en este contexto, ¿puede desaparecer la domesticidad algún día o es inherente al modelo capitalista?

La dominación es inherente al sistema capitalista, pero no sólo a él; es inherente al sistema patriarcal y al sistema que podríamos llamar racista, porque, cuando miramos las cifras, son mujeres, inmigrantes, personas de las clases populares globalmente.

El capitalismo valora la productividad, las tareas productivas que crean valor mercantil. Ahora bien, el trabajo doméstico, para el capitalismo, no crea valor, es considerado como improductivo. Esto explica por qué está desvalorizado; el sistema capitalista desvaloriza los oficios improductivos en el sentido económico del término.

La paradoja es que la domesticidad permite la productividad, el capitalismo. Las feministas hablan, de hecho, del “trabajo reproductivo” que sirve para reproducirse como ser humano: comer, ducharse, ocuparse de los niños. Y el trabajo doméstico entra en esta clasificación de trabajo reproductivo. De la misma manera que muchas investigadoras también han demostrado que el capitalismo existe a través del patriarcado, especialmente a través de la cuestión del trabajo doméstico gratuito de las mujeres en el hogar mientras sus hombres se dedican al llamado trabajo “capitalista”.

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