Bolivia votará en las elecciones del 17 de agosto en una coyuntura política inédita en los últimos 20 años: el otrora poderoso Movimiento al Socialismo (MAS) enfrenta el proceso electoral dividido en tres facciones y corre el riesgo de quedar en tercer o cuarto lugar. Por primera vez desde fines de la década de 1990, la izquierda no estaría en el balotaje, que según las encuestas enfrentará a dos candidatos ubicados a la derecha (más moderada y más radical): el político y empresario liberal-desarrollista Samuel Doria Medina y el expresidente Jorge Tuto Quiroga, vinculado a las redes radicales de Miami.
Las luchas intestinas que se iniciaron apenas el MAS regresó al gobierno en 2020, tras su derrocamiento un año antes, constituyeron un verdadero proceso de autodestrucción. El MAS está hoy dividido entre arcistas –seguidores del presidente Luis Arce Catacora–, que se quedó con la sigla del MAS mediante la manipulación de la Justicia, evistas –adherentes a Evo Morales, inhabilitado electoralmente y recluido en la zona cocalera del Chapare para no ser detenido– y androniquistas –quienes apoyan la candidatura del presidente del Senado, Andrónico Rodríguez–.
Eduardo del Castillo, candidato “oficial” del MAS, no llega al 2% de la intención de voto. Ajeno al mundo campesino que es el “alma” del MAS, Del Castillo era uno de los hombres fuertes del gobierno de Arce, quien finalmente desistió de competir por una reelección imposible en virtud de su escasa capacidad de gestión y una crisis económica que el país no conocía desde los convulsionados primeros años 2000. Como ministro de Gobierno, Del Castillo fue la cara más visible de la persecución política y judicial contra Evo Morales, líder indiscutido del MAS desde su fundación.
El candidato mejor posicionado del espacio del MAS, quien tras su lanzamiento tuvo posibilidades de competir en el balotaje, es Andrónico Rodríguez, exdelfín de Morales y a quien este eligió como sucesor en el liderazgo de los sindicatos de campesinos cocaleros. Con 36 años, representa a nuevas generaciones de campesinos con estudios universitarios y fluidos vínculos urbano-rurales. Pero la decisión del joven dirigente de postularse a la presidencia enfureció a Morales, quien llama ahora a anular el voto como un “referéndum” contra el proceso electoral, lo que ha contribuido a que la candidatura de Andrónico se fuera desdibujando.
Luego de meditarlo durante meses, finalmente Andrónico lanzó su candidatura. Antes de hacerlo, se fue alejando de su mentor, no participando en los cónclaves evistas y encarnando un discurso autocrítico y renovador, por lo que Morales lo considera hoy un traidor. Pero Andrónico no logró enraizarse en el movimiento campesino –que es la principal base social del MAS– y algunos de sus primeros apoyos provinieron de figuras cuestionadas y percibidas como oportunistas.
Andrónico Rodríguez consiguió una sigla prestada para postularse por fuera del MAS “arcista”, con buenos resultados en las encuestas; pero enfrentado al gobierno del MAS y a Evo Morales, la campaña se le hizo cuesta arriba y amenaza con desinflarse. Sólo podría salvarlo, hasta cierto punto, que una parte de la gran cantidad de indecisos y de potenciales votantes nulos o en blanco optara finalmente por un voto útil de izquierda para evitar la debacle. Lo que podía ser una candidatura renovadora fue dinamitada sobre todo por Morales, quien amplió la lista de “traidores” hasta Álvaro García Linera, su acompañante como vicepresidente y “copiloto” durante 14 años.
En medio de una crisis económica marcada por el agotamiento del modelo nacionalista de izquierda del MAS –reducción de la producción de gas, alta inflación, escasez de combustibles y falta de dólares, que dan también un aire noventista a la actual coyuntura–, la política boliviana parece incapaz de renovarse.
Las luchas intestinas que se iniciaron apenas el MAS regresó al gobierno en 2020, tras su derrocamiento un año antes, constituyeron un verdadero proceso de autodestrucción.
Las opciones de la derecha
Doria Medina fue ministro durante el gobierno de Jaime Paz Zamora, entre 1991 y 1993, y candidato a presidente por su partido, Unidad Nacional, en varias ocasiones. Aunque es vicepresidente del Comité de la Internacional Socialista (IS) para América Latina y el Caribe, eso dice más sobre la “elasticidad” ideológica de la IS que sobre el “socialismo” de Doria Medina, uno de los grandes empresarios bolivianos. El economista amasó su fortuna en la industria del cemento y cuenta con grandes propiedades inmobiliarias y hoteles, y una “pata” en la gastronomía: es el propietario de la franquicia de Burger King y Subway en Bolivia. “No soy de la derecha dura. En Bolivia soy considerado de centro, entonces tengo la capacidad de hablar con todos. Yo soy más pragmático y creo que Bolivia necesita pragmatismo”, dijo en una entrevista en 2024.
Para lograr la presidencia luego de tantos intentos frustrados, marcados por su falta de carisma personal, ha construido una amplia alianza que incluye desde el exalcalde de La Paz Juan del Granado (centroizquierda) hasta el hoy preso exgobernador de Santa Cruz Luis Fernando Camacho (derecha), pasando por varios parlamentarios del partido del expresidente Carlos Mesa (centro). También cuenta con el apoyo del empresario más rico de Bolivia, Marcelo Claure, quien comparte con Elon Musk la voluntad de incidencia política y la fascinación por el trolleo en las redes sociales. Doria Medina se presenta como el economista que puede resolver la aguda crisis económica luego de una década y media de estabilidad y crecimiento en lo que algunos denominaron el “milagro económico” bajo el gobierno del MAS.
El político y empresario subrayó, en una entrevista de Infobae, que su plan de gobierno tiene como objetivo estabilizar el país en los primeros 100 días de gestión. Para eso, el foco estará puesto en resolver el déficit fiscal, que atribuye principalmente tres factores: las subvenciones a los combustibles, el gasto en empresas públicas ineficientes y el derroche en gastos de la política. Su eslogan es “Cien días, carajo”. Confía en que, en caso de ganar, llegarán inversiones y los bolivianos sacarán sus dólares del “colchón bank”.
Su contrincante más cercano es Tuto Quiroga, quien se desempeñó como presidente, por sucesión constitucional, entre 2001 y 2002, tras la muerte en 2002 de Hugo Banzer, el exdictador de los años 70 que volvió a la presidencia por la vía democrática en 1997.
En 2005 Quiroga perdió la elección con Evo Morales, quien tras obtener 54% de los votos iniciaba su largo reinado político. Militante de una derecha dura, jugó un papel central en el derrocamiento de Evo en 2019, cuando fue uno de los diseñadores de la estrategia que llevó a Jeanine Áñez, hoy presa, al poder. Ha señalado que, en caso de ganar, romperá lazos con Venezuela, Cuba e Irán, pero admitió que analizaría la permanencia de Bolivia en el grupo de los BRICS [Brasil, Rusia, la India, China, Sudáfrica], debido al vínculo comercial con India y China.
Siguiendo la estela de Javier Milei en Argentina e incluso tratando de superarla retóricamente, dijo que utilizará “motosierra, machete, tijera y todo lo que encuentre” para bajar el gasto público.
Hay signos de interrogación tanto sobre la estabilidad política del futuro gobierno como sobre el futuro del MAS: ¿podrá este espacio de base campesina-popular, que en estos años fue políticamente hegemónico, superar su estado de descomposición, desánimo y desconcierto, o se volverá al escenario de los 90, cuando diversas facciones campesinas y de izquierda gastaban gran parte de sus energías compitiendo entre sí?
Pablo Stefanoni es jefe de redacción de Nueva Sociedad. Una versión más extensa de este artículo fue publicada originalmente en ese medio.