Para hablar de la muerte en Uruguay, dijo el magíster en Sociología y docente de la Universidad de la República (Udelar) Pablo Hein, hay que tener en cuenta una combinación entre un aumento de la individualidad en las sociedades occidentales y el “fin de los rituales”, concepto del filósofo surcoreano Byung-Chul Han. En el caso de la muerte, el fin de los rituales se puede ver en la pérdida de relevancia de los cementerios, la menor la duración de los velorios y el descenso de las ceremonias religiosas.
Hein afirmó que el individualismo se puede observar en la forma en que se evalúan los éxitos, que no son contextualizados en grupo sino que se ven desde el punto de vista personal. Esa interpretación trae el problema de que los fracasos también son individuales, entonces “hay que soportarlos solos”. Planteó que una de las causas de la creciente individualidad es la pérdida de centralidad de figuras que dan cohesión social, como el Estado, los partidos políticos, los sindicatos y las religiones: “Esto no quiere decir que el pasado sea mejor, pero se está perdiendo la idea de comunidad”.
A esos conceptos se suma la idea de que “no se nos permite la capacidad de sentirnos mal, se quiere psiquiatrizar y psicologizar todos los problemas sociales, y sentirse mal es un pecado. Esto es importante porque acá es donde teje la muerte y los tipos de muerte”. Agregó que estamos en una “sociedad terapéutica” en la que se busca explicar todo a partir de lo biológico.
“En Uruguay la muerte está encapsulada en la modernidad. No hay poder de la iglesia, pero sí de la medicina. Hay una concepción de la muerte en los hospitales, una muerte recluida. Ni colectiva, ni ritualizada”, afirmó. Para Hein, la sociedad uruguaya está muy avanzada en algunos temas, dispuesta a hablar en términos sociales y culturales de asuntos como la sexualidad y el consumo de sustancias. No obstante, temas como la muerte están vedados.
El docente hizo referencia al trabajo del sociólogo español Fernando Gil Villa, que plantea que hay que lograr una derrota social de la muerte: “Eso no quiere decir que le vayamos a ganar: nunca vamos a poder porque somos finitos. Pero hay que avanzar sobre ella, explicarla en términos culturales, no sólo biológicos, epidemiológicos y estadísticos”. Trabajar sobre una mirada colectiva puede ser una respuesta “paliativa” o una solución al dolor que produce la muerte.
Los diferentes caminos
Cuando alguien cercano fallece, lo primero que aparece es la angustia y el dolor. Pero también surge una pregunta que rápidamente hay que responder: ¿qué hacer con el cuerpo? La interrogante abre un abanico de opciones y de trámites. Lo primero a tener en cuenta es que la muerte es un tema de materia departamental, no hay un registro ni una normativa nacional que la regule. Marcelo González, director de Gestión de Necrópolis de la Intendencia de Montevideo (IM), explicó a la diaria qué documentación es necesaria en el momento de una defunción. Se requiere la cédula del solicitante, la del fallecido y el certificado de defunción, que hoy en día es electrónico. “Las empresas y nosotros tenemos acceso a la página de Salud Pública, de donde descargamos el certificado de defunción”, detalló.
Estos procedimientos pueden variar dependiendo de cómo haya sido la muerte. “Todo fallecido que no tenga certificado de defunción firmado por su médico es derivado a la morgue judicial para constatar la causa de fallecimiento”, indicó. Después la morgue libera el cuerpo, que es destinado al cementerio que se disponga. Los asesinatos son un caso especial: se requiere la autorización del juez competente, sobre todo, en los casos de cremación.
Hay varias opciones para el cuerpo. La inhumación, mejor conocida como entierro, se puede hacer de distintas formas. El cuerpo puede ir a un tubular, una fosa o a un bien funerario –panteón o nicho– en caso de que el fallecido o la familia tenga uno. Para eso es necesario que los allegados presenten el título de propiedad del bien funerario.
La tasa de inhumación que se cobra a todos los fallecidos es de 3.852 pesos, pero en caso de que vaya a tubular o fosa asciende a 5.503. La diferencia de precio se debe a que se incluye la reducción posterior, que se hace a los dos años en caso de que se encuentre en un tubular o a los tres años en caso de una fosa.
También existen los panteones colectivos, que pueden ser de sociedades médicas o de asociaciones civiles: “Son entidades colectivas que tienen una previsora con la cual vos vas pagando una cuota mensual, y en el momento de fallecimiento tu cuerpo es sepultado en uno de esos panteones. Tiene una estadía de dos años y después la gente puede optar por sacarlo del panteón o dejarlo por cinco años más reducido”, dijo González.
La otra opción posible es la cremación, que consiste en incinerar el cuerpo del fallecido y tiene un costo de 14.291 pesos. Según González, el número de cremaciones ha aumentado. En 2001 se cremaron alrededor de 700 cuerpos, hoy en día el número está cerca de los 4.000: “2021 y 2020 son años atípicos debido a la pandemia, pero en 2019, que fue el último año normal que tuvimos, se hicieron 2.655 cremaciones. En 2018 fueron 2.523 y en 2017, 2.974. Varía un poco, pero estamos cerca de las 3.000”.
La cremación se puede tramitar mediante una “solicitud en vida de cremación”, en la que el interesado hace una manifestación de voluntad para que su cuerpo sea cremado. También la puede pedir un familiar directo en el momento del fallecimiento: “Cónyuge, hijos, padres, hermanos. En ese orden”.
Hein comentó que existen teorías que plantean que la cremación es una forma de desprendimiento del muerto relacionada con el proceso de individualización: “La cremación es el polvo, el aire, el éter, no estar más. La idea es que el muerto no importe tanto, o mejor dicho, que importe más el vivo”.
Por su parte, González manifestó que el aumento de las cremaciones está relacionado con un cambio cultural con respecto a la muerte: “Antes se hacían los velatorios en la casa, eran maratónicos, de 24 horas. Hoy la gente es velada dos horas, aquellos que pierden un ser querido quieren terminar con el duelo en el momento. A veces el muerto ni siquiera es acompañado al cementerio y del trámite se encarga la empresa [fúnebre]. Antes las personas fallecían en la casa, estaba su familia ahí. Hoy por hoy se da en un hospital, sin compañía y en una cama”.
Para Hein, una de las consecuencias del proceso de individualización es que despoja a la muerte de lo colectivo e impide trabajarla de esa forma: “En Uruguay la secularización ha avanzado bastante, al punto de estar quitando todo rito. Los ritos nos dan colectividad, nos sacan de la figura de la persona”. Durante la pandemia el velorio fue uno de los rituales que se vieron más afectados debido a las restricciones sanitarias: “En el velorio está la idea de comunidad, de que tú vayas y te solidarices con el doliente para acompañarlo en su duelo”.
Según Hein, en términos sociales el duelo expresa el dolor que se siente ante la muerte. Si se entiende que dolor y duelo tienen un aspecto cultural, se puede hacer que la cultura tenga su componente reparador en ciertos tipos de duelo. Por ejemplo, el suicidio, que es un tipo de muerte muy difícil de explicar culturalmente. El dolor tiene dos caras, una proactiva y una pasiva: “La proactiva es aquella que se produce inmediatamente después de la muerte. Si no es una muerte esperada, querés explicarla, tratamos de no llegar al dolor por medio de explicaciones. Cuando lo logramos, aparece la parte pasiva. Empiezo a entender en términos psicológicos, individuales, culturales y sociales. Si el acto de morir de mis seres queridos tiene su explicación cultural, es más fácil sobrellevarlo”.
Las ceremonias religiosas y los cementerios también están perdiendo centralidad. González señaló que la IM no registra qué ceremonias religiosas se realizan, pero recordó que antes era tradicional la misa de cuerpo presente y “hoy por hoy, lo máximo que se ve es un sacerdote dando una charla”. En cuanto al cementerio, apuntó que cada vez va menos gente y eso se nota principalmente el 2 de noviembre, cuando se conmemora el Día de los Muertos.
Distinguió que en Montevideo cada cementerio tiene características distintas: “El Cementerio del Cerro es de barrio, la gente que va visita las tumbas del tío, el primo, los hermanos, los abuelos. Se da un flujo de más gente, es el cementerio proporcionalmente más visitado”. En el caso del Cementerio Central, otrora el más importante del país, “hoy prácticamente es un museo”. Incluso hay un paseo turístico con un guía: “Va mucha gente, se agotan las entradas enseguida. Pero es un lugar con atractivo turístico más que un cementerio”.
Desde la IM la idea es aprovechar esta nueva concepción de los cementerios. González comentó que “en el Cementerio General de Santiago de Chile hay actores que representan a las personas enterradas, como [Bernardo] O’Higgins y [Salvador] Allende. Nosotros queremos probar algo parecido e incorporarlo al circuito turístico de Montevideo, más ahora con las aperturas luego de la pandemia”.
Fuera de la capital, los cementerios privados son una figura presente a lo largo y ancho del país. En su versión de parque, este tipo de cementerio combina grandes espacios naturales y armoniosos con el fin de ofrecer un lugar más exclusivo para que reposen los muertos. Hein manifestó que “la idea de la mercantilización del cuerpo está más exacerbada en los cementerios privados porque parten de una necesidad de diferenciación. Años atrás, esa diferencia la daban el Cementerio Central y el Cementerio del Buceo”.
Soluciones colectivas
Para Hein, “la pandemia nos dio la excusa para ver el tema de la muerte en forma colectiva, pero no la aprovechamos”. En otros países de la región sí empezaron a tratar el tema desde el punto de vista de la comunidad. El sociólogo puso como ejemplo el caso de Chile: cuando se vio que la tasa de suicidios aumentaba cada vez más “se preocuparon de verdad e instalaron políticas sobre el tema. Hoy en día lo están controlando”.
También mencionó a Argentina y el trabajo que se está haciendo sobre el suicidio de adolescentes: “Se enfoca desde el punto de vista de las oportunidades que la sociedad les exige y les da a los adolescentes, las pruebas que tienen que pasar para ingresar al mundo adulto”.
Además de magíster en Sociología, Hein es integrante del Grupo para la Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida de la Udelar. En relación con los suicidios, manifestó que en Uruguay “tenemos la gran mentira de que aumenta en todas partes del mundo, cuando en realidad hay un documento de la Organización Mundial de la Salud [OMS] que dice que descendieron”. Según el informe Suicide Worldwide 2019, entre los años 2000 y 2019 los suicidios descendieron 36% en el mundo, a excepción de la región de las Américas, donde aumentaron 17%. Hein apuntó que esa contribución la dieron principalmente Uruguay, Canadá y Estados Unidos.
“En el tema de la muerte y del manejo de la pandemia tuvimos una política de gobierno y no de Estado. La pandemia fue vista exclusivamente desde el punto de vista epidemiológico, que en parte está bien, pero no nos dio para pensar en esos otros temas”, señaló el sociólogo. Trabajar la muerte de forma cultural requiere saber que hay determinados tipos de muerte que generan más dolor, como las que ocurren por causas violentas: “Es importante trabajar el tema del duelo, la relación de los que quedan con los que se van. Racionalicemos la muerte colectivamente para poder encajarla en un proceso de vida”.