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Óscar Bonilla, Aurelio González y Juan Ángel Urruzola, el 7 de agosto, en el Centro Cultural Villa Dolores.

Foto: Ernesto Ryan

Aurelio González: la imagen y el acto que la hace posible

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La Sociedad Urbana de Villa Dolores organizó un encuentro con el fotógrafo y con colegas, amigos y vecinos.

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Leído por Andrés Alba.
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El espacio cultural liderado por la Comisión Directiva, socios y vecinos, denominado Sociedad Urbana de Villa Dolores (SUVD), nació en noviembre de 2020 como asociación civil sin fines de lucro, con el objetivo de fortalecer el desarrollo y acceso cultural en el entretejido barrial, para promover la participación de sus habitantes en las actividades culturales del barrio y sus alrededores.

Lo cierto es que esta idea va in crescendo en relación con la generación de propuestas culturales. Transcurren semanalmente talleres de fotografía, de huerta, y entre cine, teatro, música y gastronomía en la SUVD acontece algo a lo que Spinoza denomina “buenos encuentros”, esos que nos potencian porque nos hacen bien.

El trabajo de gestión y producción que se lleva a cabo en la SUVD es autogestionado. En 2022 se presentó a los Fondos de Incentivo Cultural (FIC) del Ministerio de Educación y Cultura. A partir de ser seleccionada se realizan diferentes obras de acondicionamiento del lugar, proyectando posibilidades de expansión del proyecto.

El encuentro con Aurelio González sucedió como suceden los buenos encuentros: estábamos en la Cantina del 25, en el club 25 de Agosto, y lo vimos. Ahí estaba, me comentaron Cecilia Cirillo y Gerardo Trigo, fundadores de la sociedad, entre otros. Nos acercamos a saludarlo, la conversación continuó y confluyó en este homenaje que planificamos desde la SUVD.

Montevideo “es un cumpleaños”, dice una amiga porteña: “Ustedes se encuentran a la vuelta de la esquina, es habitual cruzarse con gente conocida”. Así es que de un buen encuentro surgen otros, y eso no es casualidad.

Con Óscar Bonilla, Javier Calvelo, Juan Ángel Urruzola, Cecilia Cirillo y Gerardo Trigo intercambiamos acerca de qué queríamos conocer y aprender de Aurelio, más allá del fotógrafo que escondió miles de negativos durante la dictadura en Uruguay.

Durante la planificación del encuentro nos pasó que empezaron a abrirse las “puertas”, y creo que esto sucede, en parte, porque vivimos en Uruguay, pero también porque hay un lugar como la SUVD que habilita esa posibilidad. Este espacio abre sus puertas para que podamos intercambiar, aprender y experimentar.

Fue así que se fueron acercando diferentes artistas para ofrecer sus obras en torno a Aurelio, y con ellas su agradecimiento. La convergencia se fue dando de forma natural, aunque no casual.

La noche del 7 de agosto recibimos a Aurelio, a su familia y a amigos con una rica cena. Diego Moles abrió la cocina de la SUVD y nos esperó con la cena pronta: “Si [André] Breton hubiera conocido la fabada, otro gallo le hubiera cantado al surrealismo”, según dijo Luis Buñuel.

Con el fuego encendido, en una noche muy fría empezamos a recibir a los invitados con mucha alegría.

La mesa alrededor de Aurelio era compartida con fotógrafos amigos y admiradores de su obra: Óscar, Juan y Javier. Se abrió con la proyección de un video desarrollado por Rubén Olivera, dedicado a Aurelio y que saldrá en su próximo disco. El artista agradeció a la SUVD el encuentro en el marco de los festejos de los cumpleaños número 80 de Hugo Fattoruso, Ruben Rada y Pepe Guerra, artistas a la altura de la gente, según dijo Olivera.

¡Y quién te ha visto y quién te vio!

Se continuó proyectando una foto de Larache, una pequeña ciudad portuaria ubicada al noroeste de Marruecos. Allí nació Aurelio en 1931. Óscar le preguntó: “¿Por qué saliste de ese pueblo? ¿Por qué Uruguay? ¿Cómo llegaste?”.

“Crecí entre barcos, desafiando y disfrutando de la fuerza del viento del Sáhara. A los 19 años, en el medio de la guerra civil española, caí en prisión por tres meses, el motivo fue no ir a la guerra. Luego de salir de prisión, zarpé colado en un transatlántico desde Casablanca hacia América del Sur, destino para mí incierto”, contestó Aurelio. Tan incierto, que ese destino fue decidido por el capitán del barco, porque el carisma de Aurelio hizo que la tripulación lo acogiera, al punto de que el capitán decidió dejarlo en Uruguay, “la tierra de campeones”, agregó.

“El 14 de noviembre de 1952, con 22 años, bajé del barco en esta tierra, con un paquetito hecho de servilletas en cuyo interior había dinero que había juntado la tripulación para que continuara mi viaje: no tengo palabras para tanto agradecimiento, para tanta gratitud”, expresó.

El salón de la SUVD repleto de gente, todos atentos escuchando la historia de vida de Aurelio, muchos admirados de escucharla por primera vez, otros admirados de escucharla nuevamente.

La proyección de otra fotografía, esta vez seleccionada por Javier, disparó otro relato imperdible. “La fotografía es memoria pública y en esa construcción vos estuviste”, dijo Javier, quien le preguntó: “¿Eras consciente de eso?”.

“Ese día me fui pensando en los trabajadores, qué harían frente a un posible golpe de Estado, y recuerdo las palabras de Héctor Rodríguez, dirigente del gremio textil, que señaló que si en Uruguay ocurría un golpe de Estado había que ocupar todas las fuentes de trabajo”, respondió Aurelio.

La preocupación de Aurelio en ese momento era cómo registrar lo que estaba pasando. La forma, dijo, era mediante “diarios orales”: él se empoderó de esa causa que registró mediante fotografías, pero además se encargó de la transmisión oral de los hechos.

Llevó a cabo dos actos, tal como plantea Dubois (1986): “Con la fotografía ya no nos resulta posible pensar la imagen fuera del acto que la hace posible”. Este autor menciona que lo fotográfico propone una categoría de pensamiento que introduce una relación específica con los signos, con el tiempo, con el espacio, con lo real, con el sujeto, con el ser y con el hacer.

La foto no es sólo una imagen, sino un verdadero acto icónico, algo que no se puede concebir fuera de sus circunstancias; es a la vez imagen y acto, entendido este no sólo como el momento de la toma sino también su recepción y contemplación. Se introduce, según Augustowsky (2017), la idea de sujeto y, más específicamente, de sujeto en marcha; se abren espacios para volver a materializar su presencia y sus acciones.

Esta forma de concebir la fotografía hace que nos cuestionemos desde algunas prácticas académicas algunas tradiciones occidentales heredadas. Por ejemplo, se ha privilegiado el mundo del habla como la forma más alta de práctica intelectual, en tanto que las imágenes han sido consideradas tradicionalmente ideas de segundo orden. En la misma dirección, Bárcena Orbe (2012) sostiene que la investigación, en su versión dominante, ha permanecido “encerrada en ese momento epistemológico, que es un momento parcialmente cartesiano –ideas claras y distintas–, un momento que ha desmaterializado el mundo”.

Retomando la pregunta de Javier –“¿Vos eras consciente de lo que estabas construyendo?”–, me arriesgo a decir que Aurelio sí era consciente de sus acciones por la causa y en función de los acontecimientos políticos que estábamos viviendo.

Ahora Aurelio no responde con un sí o un no, sino que responde enseñando y, aunque no lo explicite, enseña acerca de cómo se puede investigar partiendo de la fotografía. Esta mirada propone detenernos en la fotografía como una herramienta metodológica valiosa para estudiar e investigar prácticas culturales y de enseñanza, sabiendo que los registros fotográficos o audiovisuales se encuentran aún en un proceso de validación metodológica dentro de la comunidad académica.

Aurelio expuso con exquisito detalle sus acciones detrás de cada fotografía. Lo que estábamos escuchando era muy parecido a una clase magistral en la que el orador presenta parte de los resultados encontrados en un extendido trabajo de investigación. La biografía de Aurelio es de un gran valor para los uruguayos.

Esa noche, quienes estábamos allí reunidos lo hicimos con claras intenciones. Durante esas horas nos conectamos con un tipo de conocimiento que nos movilizó el alma, que nos movilizó y potenció las pasiones alegres o afectos de alegría spinozianas.

Dice Spinoza en su Ethica (1675): “Llamaré libre una cosa que existe por la sola necesidad de su naturaleza, y que no está determinada a actuar más que por sí misma solamente; y, contrariamente, llamaré constreñimiento toda cosa que está determinada por otra para existir y actuar de una manera fija y definida”.

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