Ingresá

Álvaro Padrón, el 9 de setiembre, en el CAF.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Álvaro Padrón: si el acuerdo con la Unión Europea no se aprueba en este semestre, “el nivel de frustración será enorme”

7 minutos de lectura
Contenido exclusivo con tu suscripción de pago

En entrevista con la diaria, el asesor presidencial en política exterior se refirió a la posición del gobierno sobre Gaza: “Hay un límite cuando uno no está definiendo con claridad su posición, y yo creo que hasta hace poco estuvimos muy cerca de ese límite”.

Contenido no disponible con tu suscripción actual
Exclusivo para suscripción digital de pago
Actualizá tu suscripción para tener acceso ilimitado a todos los contenidos del sitio
Para acceder a todos los contenidos de manera ilimitada
Exclusivo para suscripción digital de pago
Para acceder a todos los contenidos del sitio
Si ya tenés una cuenta
Te queda 1 artículo gratuito
Este es tu último artículo gratuito
Nuestro periodismo depende de vos
Nuestro periodismo depende de vos
Si ya tenés una cuenta
Registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes
Llegaste al límite de artículos gratuitos
Nuestro periodismo depende de vos
Para seguir leyendo ingresá o suscribite
Si ya tenés una cuenta
o registrate para acceder a 6 artículos gratis por mes

Editar

Desde mediados de agosto, Uruguay ocupa de manera temporal la presidencia del Consenso de Brasilia, un mecanismo de concertación internacional que nuclea a los 12 países sudamericanos. El espacio fue creado en mayo de 2023, en el marco del “retiro” de presidentes organizado por el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva.

Este martes en Montevideo hubo una nueva reunión entre representantes de los países que integran el Consenso de Brasilia, que tiene como propósito “intentar que no mueran los esfuerzos que se hicieron en la Unasur [Unión de Naciones Suramericanas]”, aunque con una visión diferente, de mayor amplitud y, sobre todo, de búsqueda de “resultados visibles” para los pueblos sudamericanos, según remarca el asesor presidencial y secretario ejecutivo del Centro de Formación para la Integración Regional, Álvaro Padrón.

Sobre el Consenso de Brasilia, el acuerdo –ahora únicamente “comercial”– entre el Mercosur y la Unión Europea, la vigencia del sistema de cooperación de las Naciones Unidas, el peso político de Brasil en la región y la postura del gobierno uruguayo en torno a la situación en la Franja de Gaza, Padrón conversó con la diaria.

¿Cuál es el propósito del Consenso de Brasilia?

Nosotros partimos de la base de que es necesario mostrar que hay una nueva etapa de integración y que la región tiene que dialogar con un momento del mundo que es distinto, porque este contexto internacional obliga mucho más a la cooperación y la integración que cuando pensamos, por decir algo, en la época del Mercosur. El Consenso de Brasilia, de alguna manera, viene a intentar que no mueran los esfuerzos que se hicieron en la Unasur, pero hay conciencia de que no hay acuerdo para reinstalar la Unasur.

Todo esto está inspirado, y por eso hoy también hicimos un homenaje a [José] Mujica, en las ideas en las que trabajó en los últimos tres años, en las que insistió mucho en que necesitábamos volver a impulsar la integración, pero aprendiendo de los errores. El Consenso de Brasilia pretende ser un ámbito más flexible que mantenga a Sudamérica unida.

¿Qué énfasis va a tener la presidencia pro tempore de Uruguay?

En primer lugar, tener claro que la amplitud y la pluralidad son imprescindibles, porque si no, se va a romper el proceso. Probablemente se avance con menos profundidad, pero lo importante es mantener el espacio vivo.

La propuesta de Uruguay también tiene la necesidad de que los resultados sean visibles: que, en vez de hablar de megainiciativas, como una moneda única para la región, como en algún momento nos planteamos en el Mercosur, podamos partir con ejemplos más concretos, como el intercambio entre los países con monedas locales o generar una unidad que responda a los desastres que se están produciendo fruto de la intervención humana en el planeta.

Otra línea que nos planteamos como estrategia es que hay que llegarle a la gente, o sea, la población tiene que ver que la integración es útil, tiene que creer en la integración, y para eso de alguna manera tiene que valorar que en algo le cambian la vida esos acuerdos que trascienden las fronteras del país.

Lo que necesitamos ahora es tener, con inteligencia, sin extremos, sabiendo que el mundo está muy complicado, una apuesta por la región. Esa es la orientación más importante del gobierno actual, que probablemente es de las políticas que más se diferencian con el gobierno anterior.

El ministro de Economía, Gabriel Oddone, marcó hace unos días en el Parlamento el convencimiento del gobierno de que, aunque hay un proceso de cambio, el “equilibrio preexistente” se mantendrá, con relación al sistema de cooperación de las Naciones Unidas. ¿Compartís ese optimismo?

Yo no creo que sea un tema de optimismo o pesimismo. En primer lugar, a mí me parece que al orden, que se está cayendo a pedazos, lo está bombardeando la propia potencia que lo usó para ser una potencia hegemónica, que es Estados Unidos. Si hace unos años alguien nos decía que Estados Unidos se iba a volver proteccionista, hubiera sido un chiste. Hoy es su política. Hoy rompe todas las reglas, ya no respeta las propias instituciones que ayudó a crear, como la Organización Mundial del Comercio.

Pero yo agrego otra reflexión: tampoco es que a nosotros nos fuera tan bien con ese orden, porque ese marco de referencia se creó a partir de la Segunda Guerra Mundial y, como en todas las cosas, había intereses que triunfaron y regiones del mundo que se vieron, como mínimo, perjudicadas. Entonces, yo no tengo tanta ilusión ni me parece tan importante reivindicar el restablecimiento del orden anterior. Primero, porque significaría no entender que por algo se están desarmando. Segundo, porque nos impediría la posibilidad de mejorarlas y de hacerlas más justas [a esas instituciones].

Lo que está claro es que no podemos permitir la idea de la ley de la selva, o del encierro de los países sin tener un marco común a nivel multilateral. Pero nosotros aspiramos a otro multilateralismo, más democrático, más inclusivo, más equilibrado.

¿El principal referente de ese “otro multilateralismo” es Lula?

Es muy difícil poner en una persona... Sí acepto la idea de que, por su tamaño, Brasil está llamado a tener un rol especial. Es imposible hacer política internacional en esta parte del mundo sin considerar la política internacional de Brasil. Es así.

Por ahora Lula va primero en las encuestas, pero ¿al gobierno uruguayo le preocupa que haya un cambio de signo político en Brasil en las elecciones de 2026?

Por supuesto que, según los resultados, uno después por las afinidades se pone más o menos contento, pero hay que pensar los procesos de integración más allá de las afinidades ideológicas. Uno no puede pensar que la integración sólo va a funcionar cuando están todos de acuerdo, porque eso no va a pasar más. Ni la izquierda puede esperar un ciclo de todos sectores de izquierda, ni tampoco la derecha, que también lo intentó.

Hay que encontrar denominadores comunes. Esto, por supuesto, tiene un límite, y el límite lo vivimos con Brasil. [Jair] Bolsonaro sacó a Brasil del mundo. No es un problema de una discusión ideológica solamente. No fue sólo porque era de ultraderecha, es porque dejó de existir la política exterior brasileña y Brasil se replegó de todos los ámbitos internacionales.

El canciller Mario Lubetkin ha dicho que es posible que haya una ratificación del acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea antes de que termine la presidencia pro tempore de Brasil en el Mercosur. ¿Cómo estás viendo ese tema?

Lo que hay es un contexto internacional totalmente distinto para la Unión Europea, que de alguna manera está metida como en un sánguche entre Oriente y Occidente. Obviamente, son parte de Occidente, pero durante mucho tiempo el esfuerzo –particularmente de Alemania en el período de [Angela] Merkel– era no romper con la parte euroasiática, y eso ocurrió con la guerra [entre Rusia y Ucrania]. Eso generó una ruptura de todos los vínculos que se habían generado y lleva a Europa a pensar en otras regiones, como América Latina.

¿Eso quiere decir que todo el acuerdo sea maravilloso? No, el acuerdo tal cual se está probando ahora es muy limitado, porque el acuerdo original incluía un capítulo comercial, pero también un capítulo político y un capítulo de cooperación. Y yo reivindico mucho eso, porque la Unión Europea tiene una concepción de inserción internacional que es muy distinta a la de, por ejemplo, Estados Unidos, o incluso China. Europa y América Latina comparten valores, defienden la idea de la democracia, los derechos humanos, de un estado de bienestar donde haya derechos, y no solamente ganadores y perdedores.

Es una lástima que el acuerdo hoy esté solamente impulsado en su dimensión comercial, pero es mejor que exista a que no exista. Yo creo que hoy lo más importante del acuerdo es la señal geopolítica: es una señal que muestra que estas dos regiones, que comparten muchas cosas, van a intentar estar juntas en este terremoto que se ha armado en el mundo. Esa es la razón por la cual el acuerdo está ahora más cerca de aprobarse.

Soy de los que opinan que, si no se aprueba en este semestre, el nivel de frustración será enorme, y quizás irrecuperable. Por eso, como nunca hubo, ahora hay una voluntad política muy fuerte en Europa y en el Mercosur. Y esto al Mercosur le sirve para fortalecerse, porque si el Mercosur no avanzaba en este acuerdo, yo tengo dudas de si en la cumbre del año pasado que se hizo acá en Montevideo la posición de Argentina con [Javier] Milei no hubiera sido romper el Mercosur.

En ese sentido, ¿cómo evaluás la política exterior del gobierno argentino? ¿Es comparable a la de Bolsonaro?

No, pueden parecer prácticas políticas similares, pero en materia de relaciones internacionales son muy diferentes. Creo que se ha logrado evitar que los discursos sean los que actúen a la hora de las concreciones. Dicho de otra manera: hay mucha más radicalidad en los discursos que lo que luego ocurre en la práctica, porque si uno siguiera los discursos ya tendría que haberse disuelto el Mercosur.

Creo que ha habido habilidad para dejar que cada uno diga más o menos lo que quiere decir, y mientras tanto hay una estructura de política internacional, de diplomacia y de intereses económicos que intervienen y que no están dispuestos a desarmar lo que construimos. Insisto mucho en los sectores económicos, porque hay mucha inversión en el Mercosur, hecha a escala regional, que ya no es de un país, y esos sectores no están dispuestos a que se rompa ese esquema.

¿Qué posición tenés sobre lo que está pasando en Gaza y cuáles son los argumentos del gobierno uruguayo para no calificar lo que está pasando como un genocidio, como sí lo ha hecho Lula, por ejemplo?

Yo veo la posición de Uruguay con respecto a ese conflicto como una posición que va evolucionando en función de la propia realidad. Lo primero que digo es que yo me siento identificado con la idea de que se haya profundizado y se haya aumentado la presión [sobre el gobierno israelí] y que, en esa evolución, lo que haya habido es cada vez más una exigencia. Uno después puede tener opiniones sobre si debería haber sido antes.

No importa demasiado mi opinión, porque lo que importa es la política del gobierno. Pero creo que hay una estrategia inteligente de tener claro que una cosa es la posición del gobierno, que representa a todo el país, y otra cosa es la posición de la fuerza política, que representa a una parte, [si bien] es lógico que no pueden ser contradictorias, porque ahí tendríamos un problema. El caso del gobierno es menos incisivo.

Hay que tener mucho cuidado en política internacional de hablar para la tribuna y tener una actitud hipócrita, en la que, con tal de quedar bien, se toman decisiones que después ayudan muy poco. Si uno realmente quiere contribuir a resolver un problema, una mala forma es reaccionar de tal manera para que los tuyos queden conformes. Eso es demagogia.

Ahora, también hay un límite cuando uno no está definiendo con claridad su posición, y yo creo que hasta hace poco estuvimos muy cerca de ese límite. Me parece que las últimas decisiones han ido profundizando una estrategia de Uruguay mucho más dura, más razonable y más a tono con lo que está pasando. Quizás con una velocidad que a algunos no les alcanza, y lo comprendo; creo, además, que cuando uno mira lo que está pasando es la primera reacción que uno tiene: “¿Qué hacer para parar eso?”, pero eso no se para con declaraciones. Hay también mucha demagogia en creer que cuanto más duro uno declare está cambiando algo.

¿Tenés algún aporte para hacer?

Valoramos cualquier aporte aclaratorio que quieras realizar sobre el artículo que acabás de leer, podés hacerlo completando este formulario.

Este artículo está guardado para leer después en tu lista de lectura
¿Terminaste de leerlo?
Guardaste este artículo como favorito en tu lista de lectura