En un pequeño taller del barrio La Mondiola, en Montevideo, donde conviven agujas, circuitos electrónicos y grandes dosis de creatividad, Virginia y Rodolfo Piñeyro están tejiendo sus aportes a la equidad de oportunidades para la diversidad de personas, fusionando moda y funcionalidad. Este dúo de padre e hija –ella diseñadora textil, él perito en ingeniería electrónica– dio vida a Universo Uno, un emprendimiento que desarrolla indumentaria térmica inteligente con un enfoque basado en el diseño universal.
La semilla de este proyecto se plantó hace años con la historia de la tía Beba, a quien su movilidad reducida le ocasionaba dificultades en la circulación. “Ella no sentía el frío en sus piernas, pero su cuerpo sufría las consecuencias”, explica Virginia mientras ajusta meticulosamente los sensores de temperatura en una campera. Esta necesidad motivó el proyecto de tesis de Virginia y una ardua investigación hasta desarrollar su solución: piezas de arte y diseño universal en indumentaria, seguras, estéticas y funcionales que tengan en cuenta la más amplia diversidad de personas.
El proyecto comenzó a crecer al conocer más personas a las que la calefacción les genera un cambio en la calidad de vida. “Tenemos un amigo usuario en silla de ruedas que durante los crudos inviernos recurría a secadores de pelo para poder calentar sus piernas”, relata Rodolfo, en diálogo con la diaria.
“Encontramos una problemática que no estaba siendo atendida, y que además es una cuestión de derechos”, expresa Virginia. “Todos queremos elegir qué ponernos en las distintas ocaciones de la vida y no limitarnos a una manta porque mantiene el calor y es simple de usar”, agregó.
Explicando el truco de magia
Detrás de cada prenda de Universo Uno hay una ingeniería precisa y cuidadosamente desarrollada. Funcionan con baterías de entre apenas 3,7 y cinco voltios –equivalente a la carga de un celular– y ofrecen entre tres y siete horas de calor continuo, según el uso. El emprendimiento ofrece productos en dos versiones con distintos modos de funcionamiento: manual para usuarios autónomos y automático con sensores para quienes tienen movilidad reducida.
“La seguridad fue nuestra prioridad absoluta durante el proceso de incubación del proyecto”, enfatiza Rodolfo. “Mientras las mantas térmicas convencionales funcionan a 220 voltios, nuestro sistema de bajo voltaje y la seguridad interna de las baterías eliminan cualquier riesgo”, subraya.
El taller opera como un auténtico atelier, donde cada prenda se adapta a necesidades específicas. “Codiseñamos fusionando conocimientos y experiencias con personas usuarias de sillas, de muletas, con movilidad reducida, con formas de comunicación no verbal, entre otros”, explica Virginia, mientras muestra detalles como etiquetas en braille y cierres magnéticos. “Esto nos permite realizar prendas y productos que cada vez contemplen a más personas, o productos específicos a medida en algunos casos”, añade.
Pero su visión trasciende el ámbito de la discapacidad: “La belleza del diseño universal es que, si bien es indispensable para un 10% de la población, la comodidad y facilidad beneficia al 100%. Realizar prendas únicamente para personas con discapacidad perpetúa una lógica de segregación. Nuestros productos abarcan desde motociclistas, personas con trabajos al aire libre y amantes del arte aplicado en indumentaria hasta a quienes encuentran en nuestras prendas formas más fáciles para vestir”, expresa.
La barrera del dinero y el impacto alcanzado
Los desafíos económicos son parte cotidiana de este emprendimiento. Un pantalón térmico tiene un precio de 150 dólares, con márgenes operativos mínimos. Las baterías deben adquirirse en el mercado local debido a las trabas aduaneras para importar componentes en pequeñas cantidades. Además, ofrecen descuentos especiales a personas con discapacidad que absorben con sus propios recursos.
Ante esta realidad, planean expandir la producción a Paraguay o Chile para reducir costos y poder acceder a mercados como Canadá o Estados Unidos, sin perder por ello la esencia y el compromiso social.
En cinco años de trabajo las historias de impacto se han multiplicado: “Nos han llegado un sinfín de experiencias de vida y libertad, y eso nos impulsa a continuar y darle rienda suelta a la creatividad”, comparte Virginia con visible emoción.
El horizonte de Universo Uno incluye ambiciosos proyectos. Desarrollan una línea de upcycling que transforma prendas vintage estándar, agregando en una segunda vida facilidades al vestir y aplicación de calefacción electrónica, trabajan en colecciones colaborativas con artistas plásticos locales y avanzan en un sistema de talles versátil que permite la combinación cruzada de medidas (por ejemplo, cintura y largo), y ofrece una amplia gama de opciones para encontrar el calce perfecto al cuerpo.
Con una inversión inicial de 24.000 dólares, ya tienen presencia comercial en Uruguay y Argentina, y próximamente en Paraguay y Chile. Tienen precios que van de los 60 dólares unas medias hasta 200 dólares una campera impermeable. Así, este emprendimiento familiar montevideano es prueba de que el diseño y la moda pueden trascender la estética para convertirse en un poderoso medio para derribar barreras y ampliar derechos. “La inaccesibilidad es falta de creatividad”, sostiene Virginia, y agrega: “Como se expresó en la Declaración de Estocolmo en 2004, un buen diseño habilita; un mal diseño discapacita”.