El deporte es parte de nuestras vidas, tal vez lo sea de buena parte de los habitantes de la Tierra, pero, por aquí, sabemos que es así.

Por las inexplicables razones que fueron, primero fue el fútbol, después el básquetbol, el ciclismo o hasta el fútbol de salón se fue apropiando de cada uno y cada una de nosotros, de vecinos y vecinas, de compañeros de estudio y de trabajo. Un entramado maravilloso tejido por una pelota, que desde hace más de 100 años nos da identidad y asimismo institucionalidad desde la vereda, desde las canchitas, desde los estadios.

No han sido situaciones fortuitas ni condiciones azarosas las que han llevado a nuestro deporte a ser un sostén casi inconmovible de nuestras sociedades. La nueva participación de Uruguay en este novel torneo basquetbolero, la Americup, me ha entusiasmado como cada vez que la celeste sale a una contienda deportiva, pero con el aditivo de un nuevo trabajo, el ensayo de una nueva forma de juego, el realce de algunos de los mejores exponentes de la actualidad, peleándola siempre en un aparente conjunto de problemas y debilidades que atraviesan desde la demografía hasta el PIB.

La conjunción de celeste, deporte y estadio merecería ser atacada por cientistas y filósofos a la vez. Es imposible diseccionar las emociones, pero solo por el vano intento de ordenarlas cronológicamente, siento aún el estremecimiento de ser testigo de la iniciación deportiva en un estadio maravilloso, el Antel Arena, construido sobre las cenizas de otra gran obra que no había sido pensada como coliseo deportivo, pero que, sin embargo, atesoró en su espacio inolvidables noches de profundas emociones.

Y entonces ahí, en ese lugar privilegiado, con una concepción estilizada y práctica, mientras intentaba colgarme de cada rebote, mientras buscaba jumpear desde mi butaca, supe que estaba ahí, y así, porque don Pepe Batlle, cuando ni mi abuela era nacida, cuando sus padres viajaban por separado desde Europa para conocerse después y hacerse uruguayos acá, trajo a Jess Hopkins, el norteamericano que desembarcó por estas costas en 1912, y en 1913 ya estaba desarrollando el dificultoso y proficuo proyecto para las plazas de deportes, imponiendo el básquetbol y haciendo jugar el primer partido internacional que, obviamente y como corresponde, fue ante Argentina.

Aquello

Y ahí pateo contra el clavo y recuerdo –y no puedo creer– cómo unos seguramente esforzados dirigentes, pero con un agujero en el alma de su identidad, permitieron, con la excusa de la Americup, discontinuar el primer torneo continental de la historia del básquetbol en el mundo: el Campeonato Sudamericano de Básquetbol realizado en Uruguay, en Montevideo, en 1930. Hubo Sudamericano de Básquetbol antes que todo, que Juegos Olímpicos de básquetbol, que mundiales de básquetbol, centroamericanos, que europeos, africanos, asiáticos, que oceánicos.

Entre 1930 y 2016 se jugaron 47 torneos continentales sudamericanos más que ningún torneo internacional de selecciones. Brasil, Argentina y Uruguay fueron los que más lo ganaron, pero también lo obtuvieron Venezuela, Chile y Perú.

Desidia y poco apego es haber discontinuado ese magnífico torneo para sustituirlo por uno más moderno, que desde 2017 es la Americup. La Americup está divina, pero cómo vas a dejar de jugar el primer torneo continental con casi 80 años de historia porque no tenés fechas, porque querés jugar otro campeonato, porque no te prestan los jugadores, porque la televisión no paga, por lo que sea. Está mal y es irritante.

“El Campeonato Sudamericano de Baloncesto fue un campeonato de baloncesto organizado por la FIBA Américas en el que se enfrentaban todas las selecciones nacionales de América del Sur. Se disputó por primera vez en 1930, siendo el primer gran campeonato continental de baloncesto existente (el torneo más añejo del mundo y primera competencia oficial del mundo) y la primera competición reconocida por la FIBA, que había sido fundada dos años antes”, dicen las seis primeras líneas de Wikipedia cuando se consulta por el Sudamericano.

¡Fue un campeonato, dice! No puede ser. No debe ser. Imaginen a los británicos discontinuando un día la FA Cup en fútbol.

Ta linda la Americup, pero si bien no hago planes, no pienso morirme sin volver a vivir un Sudamericano de Básquetbol y sumar noches como las que aprendimos y aprehendimos cómo acomodar la cadera contra la baranda de la cancha, apoyar el codo en el caño, filosofar con propios y extraños acerca de la modificación de comportamientos de conducta de los rivales cuando uno lo estime necesario. Al final, el Sudamericano es como “Aquello”:

Los tiempos de antes
Las nubes de otoño
Aquella ilusión

Dicen que se fue
Dicen que está acá
Dicen que se ha muerto
Dicen que volverá.