La crisis ecológica que el ser humano generó en la Tierra no tiene una única causa. En ámbitos internacionales se suele decir que estamos viviendo una “triple crisis planetaria”, que engloba el cambio climático, la pérdida de diversidad biológica y la contaminación general. Cada una de las ramificaciones de esta problemática, si bien pueden estar conectadas, tiene sus propias causas y efectos. Por esta razón, si realmente queremos entender qué está pasando y buscar soluciones, no deberíamos caer en el error de atribuir todas las consecuencias de la grave situación de nuestro planeta a tan sólo una de las partes. En este contexto, Uruguay -junto a varios países más de América Latina- está experimentando sequías. Si bien las lluvias del fin de semana sirvieron para apaciguar el fenómeno, aún está latente la preocupación sobre el futuro en la sociedad. A su vez, varias figuras del gobierno manifestaron que el cambio climático era la causa de la seca, pero ¿qué tan cierto es esto?
World Weather Attribution es una red de colaboración académica internacional, integrada por científicos climáticos. Desde 2014, los participantes han desarrollado métodos para medir el impacto del cambio climático en eventos meteorológicos extremos -como olas de calor, de frío, sequías y tormentas- de forma rápida, pero basándose en herramientas revisadas por pares. De esta forma, la semana pasada presentaron un estudio que titularon La vulnerabilidad y las altas temperaturas exacerban los impactos de la sequía en curso en América del Sur Central. La región que estudiaron comprendió el sur de Brasil, el centro y norte de Argentina, Uruguay y parte del sur de Bolivia. Allí determinaron que el cambio climático no fue el principal impulsor de la reducción de precipitaciones que condujo a la sequía en gran parte de Argentina y Uruguay a fines de 2022. Por otra parte, el análisis también mostró que el cambio climático aumentó las temperaturas de la región, lo que “probablemente” redujo la disponibilidad de agua y empeoró los impactos de la sequía.
El estudio fue elaborado por 17 científicos, que pertenecen a diferentes centros de investigación: Paola Arias, del Grupo de Ingeniería y Gestión Ambiental de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Antioquia, Colombia; Juan Antonio Rivera, del Instituto Argentino de Nivología, Glaciología y Ciencias Ambientales del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet), Argentina; Anna A Sörensson, de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires; Mariam Zachariah, Clair Barnes y Friederike Otto del Instituto Grantham, de la Universidad Imperial de Londres; Sjoukje Philip, Sara Kew ey Izidine Pinto, del Real Instituto Meteorológico de Países Bajos; Robert Vautard, del Instituto Pierre-Simon Laplace, Francia; Gerbrand Koren, del Instituto Copérnico de Desarrollo Sostenible de la Universidad de Utrecht, Países Bajos; Maja Vahlberg y Roop Singh, de la Red Cross and Red Crescent Climate Centre, Países Bajos; Emmanuel Raju, del Centro de Copenhague para la Investigación de Desastres; Sihan Li, del Departamento de Geografía de la Universidad de Sheffield; Wenchang Yang y Gabriel Vecchi, del Departamento de Geociencias de la Universidad Princeton.
No todo es cambio climático
Los científicos recuerdan que en las últimas seis décadas Argentina y Uruguay han sufrido sequías. Apuntan que la mayoría de los eventos, incluido el de 2022, están vinculados al fenómeno de los ciclos de la Oscilación Sur del Pacífico (conocido como ENSO). Es un patrón climático que produce oscilaciones de la temperatura tanto a nivel océanico como atmosférico. Tiene dos fases: El Niño, que en nuestro país trae temperaturas más cálidas y más lluvias, y La Niña, que trae temperaturas más frías y es más seca. Los investigadores plantean que América del Sur está pasando por su tercer año consecutivo de La Niña, un factor importante a tener en cuenta.
“Para identificar si el cambio climático inducido por el hombre también fue un factor determinante del déficit de precipitaciones, analizamos la región más afectada y nueve estaciones representativas. Para la región en su conjunto, el evento tiene un período de retorno de 20 años, lo que significa que tiene 5% de probabilidad de ocurrencia en un año determinado. En estaciones individuales es un evento menos común, con tiempos de retorno de hasta 50 años”, se señala en el estudio. A su vez, describen que a partir del análisis observaron “una tendencia de reducción de precipitaciones en los últimos 40 años”, pero que puede ser causada por la variabilidad natural de la región. “No podemos atribuir las bajas precipitaciones al cambio climático”, enfatizan.
“El déficit de precipitación en respuesta a los eventos de La Niña y sus impactos en la agricultura del área de estudio han sido ampliamente analizados. Sin embargo, la fase fría de ENSO no siempre conduce a sequías intensas en la región”, resaltan. Aquí entran en juego otros factores regionales y locales. “Diferentes estudios han demostrado que las sequías pueden ser desencadenadas o exacerbadas por cambios en el transporte de humedad atmosférica. Las principales fuentes de humedad para el sur de América del Sur, especialmente la cuenca del Plata, son las fuentes terrestres, incluyendo el reciclaje local (con una contribución de alrededor de 23% de la precipitación media anual en la región) y el sur de la Amazonia (que aporta alrededor de 20%)”, describen.
¿Qué quiere decir esto? Lo explican: la deforestación de los bosques amazónicos del sur “es un impulsor de la reducción no sólo del reciclaje local de la humedad atmosférica, sino también del transporte de la humedad atmosférica hacia otras regiones”, como lacuenca del Plata, donde se encuentra Uruguay. “Esto es particularmente importante en el caso de la sequía de 2022-2023 en el sureste de América del Sur, dado que la tasa de deforestación de la Amazonia brasileña en 2020 fue la mayor de la última década”, suman. Después de leer esta cita, el primer pensamiento irónico que se nos puede venir a la cabeza es darle las gracias a Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil, por su política ambiental en los pulmones del mundo.
Paola Arias -una de las investigadoras que realizó el estudio- escribió en un comunicado enviado a la prensa una frase que puede resumir la situación: “Si bien nuestro análisis no encontró un efecto directo del cambio climático en la baja precipitación, no podemos descartar que otros factores relacionados con las actividades humanas, como la deforestación en la Amazonia o en la región del Gran Chaco, pudieran haber influido”. Analizar este punto con mayor detalle no era el centro de su investigación. Pero queda pendiente la pregunta: ¿alguna actividad que se lleva adelante en territorio uruguayo puede haber influido en la sequía?
Tampoco ser negacionistas
Tanto Uruguay como Argentina experimentaron intensas olas de calor a finales del año pasado. En otro trabajo de la World Weather Attribution, donde también se analizó esta región, descubrieron que el cambio climático hizo que las temperaturas extremas en diciembre de 2022 fueran “60 veces más probables”. En este contexto, los investigadores analizaron el papel que podría haber tenido el aumento de la temperatura en la sequía.
“Las temperaturas más altas en la región, que se han atribuido al cambio climático, redujeron la disponibilidad de agua en los modelos a fines de 2022, lo que indica que el cambio climático probablemente también redujo la disponibilidad de agua durante este período de observaciones”, definen en la investigación, aunque alertan que “el estudio no puede cuantificar este efecto”. Declaran que “si bien la reducción de las precipitaciones se encuentra dentro de la variabilidad natural, las consecuencias de la sequía son cada vez más severas debido al fuerte aumento del calor extremo”.
Tomar acción
El acceso reducido al agua potable, los incendios y las consecuencias en los cultivos de productores pequeños y grandes colmaron las páginas de grandes medios en el último tiempo. Sin embargo, los investigadores alertan que los fenómenos meteorológicos extremos, como las sequías, “limitan aún más el tiempo disponible para dedicarlo a la educación y las actividades generadoras de ingresos”, lo que perpetúa las desigualdades. Llaman a “aumentar el apoyo financiero y los instrumentos de seguros disponibles para los agricultores, garantizar un aumento rápido del acceso al agua potable segura para los más vulnerables y desplegar pronósticos estacionales para anticipar mejor las sequías”. Al mismo tiempo, sostienen que las inversiones a largo plazo, también son “de igual importancia”.
“Si bien [la región] alberga más de un tercio de los recursos hídricos renovables del mundo, la escasez, la inaccesibilidad, la desigualdad y la contaminación del agua siguen siendo amenazas importantes para los 500 millones de personas que residen en América Central y del Sur”, reconocen. Por esta razón, una lección que nos está dejando la actual sequía es que cuando hablamos de la crisis ecológica del planeta es necesario contemplar todas las aristas de la problemática.