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Comunidad Charrúa Bascuadé Inchalá en la desembocadura del arroyo Pantanoso.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Desembocadura del arroyo Pantanoso: grupo de mujeres trabaja en la recuperación de su memoria y ancestralidad indígena

6 minutos de lectura
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Mujeres jóvenes de la comunidad Basquadé Inchalá impulsan el proyecto Encanto al Arroyo para recuperar no sólo el Pantanoso sino también la memoria ancestral indígena con apoyo del Programa Defensoras Ambientales del Fondo Mujeres del Sur.

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El arroyo Pantanoso es el segundo afluente más importante de la bahía de Montevideo, después del arroyo Miguelete. Tiene 15 kilómetros de longitud y 70 kilómetros cuadrados de cuenca. Este arroyo nace en la Cuchilla Pereira y atraviesa diferentes barrios de la ciudad de Montevideo, asentamientos irregulares, diversas industrias, hasta llegar a su desembocadura en la bahía de Montevideo, entre los barrios Cerro y La Teja.

Allí, al costado del edificio de la Escuela Técnica Superior Marítima de la UTU, hay una canchita de fútbol, todo tipo de residuos, pilas de tierra revuelta, y el característico olor fétido de un arroyo que hace años presenta un severo deterioro ambiental por el vertimiento de residuos sólidos provenientes de la clasificación informal, y la descarga de efluentes industriales y domiciliarios.

Pero también hay plantas nativas y medicinales, pájaros, flores lilas y amarillas, y desde el 19 de octubre, un cartel que indica el inicio de un sendero, que reza así: “Bilú Hué. Territorio ancestral en recuperación. Proyecto Comunidad Charrúa Basquadé Inchalá”. Esa tarde, unas 30 personas se juntaron cerca de la canchita, sobre el pasto, para colocar el cartel, hacer un recorrido por el sendero, identificar la flora y la fauna del lugar, destacar la importancia que le dan a ese espacio y de cómo mejorarlo.

Las organizadoras del evento son mujeres jóvenes de la comunidad charrúa Basquadé Inchalá, quienes impulsan el proyecto Encanto al Arroyo, junto con mujeres de otros ámbitos. También se acercaron vecinos y vecinas de la zona, y representantes de proyectos aliados. Hablaron de lo que están haciendo en el presente para recuperar y visibilizar el territorio, los planes que tienen a futuro, y cómo en el pasado la desembocadura del arroyo Pantanoso fue un espacio de disfrute para la comunidad de la zona.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Todo va al arroyo

La familia de Guidaí Vargas (30 años) vive en La Teja hace años y habita la desembocadura del arroyo Pantanoso desde que ella es pequeña. “Hace tiempo que ya lo veníamos habitando, más que nada con el interés de salir de la ciudad y conectar con estos lugares más silvestres y nativos. En especial mi madre [la referenta charrúa Mónica Michelena] venía más seguido a juntar juncos para hacer sus cestos”, explica Vargas a la diaria. Ella es integrante de la comunidad charrúa, activista ambiental y una de las impulsoras de Encanto al Arroyo.

Este proyecto está conformado por cinco mujeres en su equipo de coordinación, pero han participado hasta 50 personas, principalmente del oeste de la ciudad, trabajando en diversas áreas. En 2023 fueron seleccionadas por el Programa Defensoras Ambientales, del Fondo Mujeres del Sur, por lo que recibieron financiamiento para la ejecución de la primera fase del proyecto. A fines de ese mismo año, participaron en la edición montevideana de La Cuida, un laboratorio de activación de la economía del cuidado de origen brasileño, donde generaron alianzas para potenciar el proyecto.

Su principal objetivo es recuperar la memoria y ancestralidad indígena mediante la restauración del paisaje ancestral de la desembocadura del arroyo Pantanoso. Para Vargas y Selena Olivera (24 años), también impulsora del proyecto e integrante de la comunidad charrúa, este territorio es “indígena y ancestral” porque aquí vivieron sus antepasados, previo a la época de la fundación de la ciudad de Montevideo.

Guidaí Vargas.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Al comienzo del proyecto, las jóvenes notaron que a través de iniciativas como el Plan Parcial del Arroyo Pantanoso y el Programa Áreas Liberadas (con su clásico sistema de biobardas, las redes compuestas por tuberías flotantes que utilizan para la retención de residuos en el Pantanoso y otros cursos de agua de la ciudad), la Intendencia de Montevideo (IM) se encarga de la limpieza y mantenimiento de las aguas del arroyo. Si bien están en contacto con los representantes de estas iniciativas, principalmente para conocer el estado de las aguas en el territorio que habitan, ellas también notaron que lo que no hace la IM ni otras instituciones es sensibilizar y concientizar a la población de la importancia de ese territorio. Esa sí es el área que les compete.

Para ello han realizado diversas actividades abiertas a todo público, principalmente para quienes viven en la zona, en las que llevan música, arte y poesía al arroyo. También hicieron un recorrido para identificar la flora y fauna del lugar, otro para identificar qué tipo de basura se acumula a sus orillas, y un mapeo con las problemáticas y potencialidades de ese espacio.

Como potencialidades, descubrieron que allí crecen alimentos como zanahorias y acelgas, además de plantas nativas, e incluso algunas que identificaron como medicinales. Como debilidades, las jóvenes aseguran que en la desembocadura del arroyo han encontrado artículos desarmados o quemados, como descarte de la delincuencia, y que allí acuden personas con consumo problemático de drogas. Además, claro está, la acumulación de desechos: “No alcanza con limpiar solamente una vez, porque hay desechos que vienen arrastrados desde aguas arriba. La responsabilidad es de la sociedad en su conjunto, pero no sólo de los individuos, las empresas también contribuyen a que el Pantanoso esté cada vez más contaminado”, explica Vargas.

Algunas de las empresas y actividades que las jóvenes aseguran que vierten desechos a las aguas del Pantanoso son el reciclaje irregular, las curtiembres que se concentran en la zona, los criaderos de cerdos a gran escala, los autos robados que se tiran al arroyo, sumado a los desechos domiciliarios. “Todo se va al arroyo”, dicen, y agregan que desde la IM están haciendo esfuerzos por reubicar estas empresas. Incluso Olivera señala que el Parque Tecnológico Industrial del Cerro “en algún momento vertió desechos en el arroyo, aunque ahora supuestamente no lo está haciendo”.

Selena Olivera.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Trabajo comunitario

Las jóvenes impulsoras de Encanto al Arroyo entienden que el trabajo comunitario es esencial para continuar con el proyecto, por lo que han entablado alianzas con múltiples actores, proyectos e instituciones. Además del trabajo con la IM, están en contacto con representantes del Laboratorio de Innovación Ciudadana de Montevideo, desde donde crearon el logo y diseño de la cartelería que instalaron el 19 de octubre.

También han generado alianzas con la Facultad de Química de la Universidad de la República, institución con la que proyectan realizar análisis del agua y la tierra de la zona para asegurarse que es un espacio seguro, principalmente “por los yuyos” que pueden recolectar y por los niños que allí juegan, explica Vargas. Otra de las alianzas es con la Escuela Comunitaria de Cine del Oeste, ya que estudiantes de ese centro generaron un cortometraje, con título homónimo al proyecto, que visibiliza el estado del arroyo y el trabajo de las jóvenes con entrevistas a vecinos y vecinas.

A su vez, están en contacto con el Municipio A, el Centro Comunal Zonal 14 y la Administración Nacional de Educación Pública, ya que uno de sus próximos pasos es generar “aulas de educación ambiental” en la zona.

Mónica Michelena (d).

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Hermosa agua

Pasadas las 14.30 del sábado 19 de octubre, Mónica Michelena, la mamá de Vargas, atraviesa la canchita de fútbol en la desembocadura del arroyo Pantanoso. Más adelante va uno de sus hijos cargando el cartel que dará comienzo al sendero que están por inaugurar: Bilú Hué, “hermosa agua” en lengua charrúa.

“Hace 32 años que nos mudamos al barrio y esta zona era todo un bañado enorme, era precioso, veníamos a buscar yuyos. Ahora da tristeza”, recuerda Michelena. Más tarde su hija contará que mientras realizaron entrevistas con los habitantes de la zona para el documental, muchos contaron que las familias iban a hacer playa en la desembocadura del arroyo o a pescar. Era un espacio valorado y disfrutado.

Ese tiempo ha terminado: con la contaminación del arroyo y su desembocadura el uso que le dan los habitantes de la zona es más bien marginal. Vargas y Olivera cuentan que el Club Atlético Progreso va a entrenar a la cancha, aunque por correo electrónico lo niegan y se deslindan de la limpieza del lugar porque sólo usan la cancha. También dicen que un vecino entrena sus perros galgos allí y que otros llevan a sus ovejas y caballos para que se alimenten con pasto. Como ya se mencionó en este artículo, en ese espacio confluyen la delincuencia y el uso problemático de drogas. Si bien todas son actividades muy dispares, las jóvenes aseguran que funcionan en diferentes momentos del día o la noche.

Mientras algunos cavan dos pozos para colocar el cartel bajo el calor de un sol penetrante, otros comienzan el recorrido por el sendero. Los y las participantes van a caminar entre pastos y yuyos hasta llegar al agua. Quienes habitan el lugar frecuentemente, como las jóvenes del proyecto, comentan sobre el estado de alta contaminación del arroyo, si hay más basura que otros días o cómo cambia el paisaje según la estación del año. Cuentan que durante la tarde, cuando baja el sol, hay más aves que en el resto del día, principalmente garzas y patos.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

De a poco se van reconociendo las plantas del lugar y hasta sus usos populares. Destacan la chirca, que un vecino dice que en el campo se usaba para hacer escobas. También identifican cardo mariano, salvia, farolito, flechilla, morera, tártago, nabo silvestre, ombúes y palmeras.

Vargas considera que la desembocadura del Pantanoso tiene mucho potencial como un espacio verde de la ciudad que aún es silvestre y no está parquizado, porque, para ella, las ciudades aplastan al territorio no humano y dejan de lado espacios como este. Las jóvenes, dicen, buscan generar “un cambio en la forma de vincularse con el territorio y con los cursos de agua”.

Una vez instalado el cartel, Olivera asegura que este es apenas un acto simbólico, la representación del trabajo de hormiga, pienso y emocionalidad de todo el grupo. Luego se sacaron una foto y se reunieron en torno a una fogata.

“Bilú Hué. Territorio ancestral en recuperación. Proyecto Comunidad Charrúa Basquadé Inchalá”, el 19 de octubre, en el arroyo Pantanoso.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

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