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Wolfgang Sachs.

Foto: Javier Calvelo

Metáforas en el caos

8 minutos de lectura
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Entre el cambio climático y civilizatorio.

A pocas semanas de la cumbre internacional sobre el cambio climático en Copenhague, que pretende crear un nuevo protocolo que sustituya en 2012 al de Kioto, el profesor Wolfgang Sachs llegó a Uruguay invitado por el Instituto Goethe para compartir su último trabajo al respecto. En coordinación con la Universidad de la República, brindó una conferencia en el Paraninfo con el objetivo de arrojar claves ante un fenómeno que nuestro país ha comenzado a sentir con fuerza. la diaria lo entrevistó para saber más sobre eso que tanto suena -y llueve- en los últimos tiempos.

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Un velero, un barco petrolero y hasta una torta son las imágenes que Wolfgang Sachs, doctor en Ciencias Sociales, eligió para explicar la urgencia por la que atraviesa el planeta y lo que podríamos hacer para revertir un escenario poco prometedor. Magister en sociología y también en teología, Sachs se ha especializado en temas como globalización, sustentabilidad, ambiente y desarrollo. En la actualidad es investigador en el Instituto Wuppertal, Alemania, donde dirige el proyecto Globalización y Sustentabilidad. Ha publicado y colaborado con varios libros entre los que se destacan Ecología global y El diccionario del desarrollo.

-¿Por qué se refiere al cambio climático como caos climático?

-Prefiero utilizar la noción de “caos” porque pienso que hablar de “cambio” es hablar de algo positivo. Todos cambiamos. Lo opuesto a cambiar es permanecer estático. Por esta razón, considero que es un eufemismo político llamar “cambio” a un fenómeno que, en realidad, nos está amenazando. Pienso que caos climático es mucho más apropiado porque hace énfasis en el hecho de que si sobrepasamos cierto nivel de calentamiento global tendremos consecuencias que ni imaginamos. La noción de caos permite transmitir ese elemento de inseguridad y de peligro incontrolable, sobre el cual debemos tomar medidas.

-Usted menciona la necesidad de generar un “cambio civilizatorio”. ¿Qué implicaría eso?

-La respuesta al caos climático tiene que ser tan profunda como lo es el propio fenómeno, y eso requiere un cambio a varios niveles. Uno de ellos es lograr que la sociedad consuma menos recursos, se vuelva más “liviana”. Debe replantearse también qué tipo de instituciones y reglas precisamos para ir hacia una economía que sea “amigable con el clima”. Hoy los economistas toman por garantido que la economía crecerá por siempre, premisa muy cuestionada pero cuyo pensamiento ha estructurado las normas que nos rodean. Para un cambio civilizatorio debemos plantearnos qué tipo de leyes necesita una economía para que no destruya lo que precisa para crecer, es decir, los recursos naturales. También implica reflexionar sobre nuestras necesidades.

-Suele ilustrar gráficamente sus conceptos sobre economía ecológica con metáforas. ¿A qué se debe?

-Las metáforas permiten visualizar el camino para llegar a tres diferentes vías que son necesarias para lograr una economía compatible con el ambiente.Imagino la industria económica como un barco petrolero: enorme, poderoso, con mucho acero, que va muy lejos y que puede llevar consigo grandes cantidades de cargas. Por otro lado, y ayudando a entender la perspectiva de una economía ecológica, tenemos al velero. Este bote es pequeño, liviano, fácil de maniobrar, pero a la larga no te brinda el mismo rendimiento que el barco petrolero. Usando estas metáforas, podría decir que la primera regla cuando sales en el velero es no sobrecargarlo porque, si lo haces, el bote se detiene. Como bien sabe un capitán, es importante tener una relación óptima entre el peso del bote y el peso que colocas en él. Lo mismo sucede en una economía ecológica. Esta noción es lo que denomino “desmaterialización”, que es el arte de producir cosas y servicios con la menor cantidad posible de energía. Implica, básicamente, una nueva dirección de progreso técnico. La meta ya no es producir más cosas con menos gente, como proponía el código genético del desarrollo técnico de ayer, sino producir cosas deteriorando cada vez menos la naturaleza. Hay un montón de ejemplos de desmaterialización: casas ecológicas con uso pasivo de la tecnología, autos de bajo consumo, maximización del uso de agua, control en las irrigaciones, etcétera, etcétera.

A su vez, el velero me permite explicar la segunda vía por la que debemos transitar. El velero puede ser bastante rápido y al mismo tiempo utilizar la naturaleza sin destruirla. Incluso puede ser más rápido yendo en contra del viento que junto al viento y eso es porque su diseño ha sido producto de la inteligencia y creatividad humana, que ha logrado crear aparatos que optimizan los recursos naturales sin saquearla. Esto es lo que llamo “regeneración” y que es vital para crear una economía ecológica.

Y el tercer aspecto esencial es el de la “moderación”, y de nuevo nuestro velero ayuda a entender dicho concepto. Tal como dijimos, este bote es liviano, no destruye la naturaleza pero lo cierto es que no puede ofrecer el mismo nivel de rendimiento que un buque. Aquí está el detalle de una economía ecológica: no se puede esperar el mismo nivel de rendimiento que otorga una economía industrial, en cuanto a velocidad, conexiones planetarias, confort, etcétera. Para que una economía sea compatible con el clima, la sociedad debe esperar una capacidad intermedia. Para eso los seres humanos debemos preguntarnos cuánto nos es suficiente.

-¿Cuál es la relación entre ecología y justicia social?

-Para mí existen dos formulaciones: no hay igualdad sin ecología, pero tampoco hay ecología si no se crean mayores condiciones de igualdad. El modelo de bienestar que ha sido propuesto por los países del norte, por las civilizaciones industriales, es un modelo que no puede ser esparcido a través del mundo: no puede ser democratizado. Funcionaría si lograra terminar con la exclusión social, pero es algo imposible con las premisas que promulga porque es imposible satisfacer el anhelo de, por ejemplo, que todos los habitantes del mundo accedan a tener un auto. Estos deseos no pueden ser democratizados porque derivaríamos en todo tipo de crisis ecológicas, por lo que, básicamente, la justicia social no puede ser alcanzada si se mantiene la noción occidental de bienestar. Por esta razón, pienso que aquellos que aspiran a una mayor equidad en el mundo tienen que tener eso en cuenta: que hay que reinventar la concepción de desarrollo para que esa noción de bienestar no quede concentrada en pocas personas, como sucede hoy. Para eso se deben encontrar modelos de desarrollo que consuman menos recursos y dejen la menor “huella ecológica” (indicador cuyo objetivo consiste en evaluar el impacto sobre el planeta de un determinado modo o forma de vida comparado con la biocapacidad de la Tierra). Entonces, si tú quieres lograr mejores condiciones sociales, por fuerza mayor tienes que convertirte en un ecologista. En mi opinión, cualquier persona que se defina como socialista o clame por la justicia social en el mundo está forzada, por las circunstancias que estamos atravesando, a convertirse en un ambientalista. El socialista que no es ambientalista no es socialista. Pero la segunda fórmula también es cierta: no puede haber ecología sin igualdad social, y este punto es más fácil de explicarlo a nivel internacional. Vayamos a la cumbre que se celebrará en Copenhague, Dinamarca, porque el escenario de las negociaciones climáticas lo ejemplifica muy bien. En estas negociaciones existe un objetivo ecológico que básicamente es limitar el calentamiento global a dos grados con respecto a la era preindustrial, objetivo muy difícil de lograr. Por ahora, y bajo el protocolo de Kioto, algunos países industrializados tienen esas obligaciones pero el sur no las tiene. Pero es absolutamente claro que no vamos a lograr la protección del clima sin el compromiso de los nuevos países industrializados como China, México, inclusive Uruguay. También está claro que, para alcanzar tal propósito, los países del sur tienen que aceptar ciertas obligaciones y deben poner en el mediano y largo plazo un freno a sus ambiciones de desarrollo. Aquí es donde llegamos a un gran dilema porque los países del sur se preguntan por qué deben reducir sus emisiones si el mundo industrializado ha usado y recontra utilizado la atmósfera todo este tiempo. Aquí es cuando derivamos en un callejón sin salida que sólo se puede resolver si se dan las garantías de que habrá mayor igualdad en las condiciones. Para eso, los países industrializados deben escuchar el reclamo del sur y brindarles la tranquilidad de que, por el mero hecho de convertirse en amigables con el clima, no van a sufrir en términos de injusticia económica. En otras palabras, lo que pretenden los países del sur es que el precio por proteger el clima no implique una eterna desigualdad. Entonces, en este preciso momento, lograr mayor igualdad de condiciones se ha convertido en una necesidad clave si se quiere resolver el dilema ecológico, lo que significa que el norte tiene que hacer una reducción enorme en sus emisiones y el sur no puede crecer tanto como el norte, por lo que ambos deberán encontrarse en un punto intermedio y alcanzar así un nivel sustentable. De todos modos, es evidente que el norte tiene que ofrecer mucho más en materia de beneficios a los países del sur, volviéndose un claro ejemplo de cómo la igualdad de condiciones se relaciona con la ecología.

Aunque en Copenhague se logre un acuerdo justo en las condiciones, sigue siendo una negociación muy contradictoria porque no se cuestiona el modelo de desarrollo que ha generado el calentamiento global... Digamos que desde hace 20 años que se viene hablando de este tema y, hasta hoy, lo que único que ha sucedido es, como se dice en inglés, “tener la torta y comérsela”. Es decir, continuar con el mismo tipo de modelo de desarrollo mientras al mismo tiempo se juega de amigo del clima.

-¿Cómo vislumbra el escenario de la próxima cumbre?

-Creo que en esta nueva fase surgirán nuevas preguntas y, a pesar de las buenas intenciones, en la cumbre no se llegará a un tratado internacional vinculante. Y no será porque los actores de este encuentro se resistan a ello, todo lo contrario. En esta cumbre tendremos un contexto totalmente diferente comparado con el que tuvimos años atrás: casi todos los países industrializados, incluso algunos países del sur, quieren lograr un acuerdo internacional. Pero, de nuevo, uno de los grandes obstáculos lo provoca Estados Unidos, y no porque no quiera colaborar, como sucedió bajo el gobierno de Bush junior, sino porque el gobierno de Barack Obama debe atravesar una serie de formalidades internas para poder aplicar un tratado de escala internacional. A pocas semanas de la cumbre, la ley, que debería ser aprobada antes de ir a Copenhague, continúa esperando en el congreso. Con este panorama Estados Unidos, al igual que muchos otros, lo que está tratando es de “redondear el cuadrado”, es decir, se encuentra buscando la forma de hacer creíble su discurso de compromiso sin lograr un acuerdo internacional que sea vinculante. En Dinamarca se hablará de cuál es el nivel de aceptación de emisiones, pero todavía no se mencionará cómo distribuir la torta: cuánto los países industrializados, cuánto los países en desarrollo.

-Pero si no se ponen de acuerdo en eso, será difícil que los países en desarrollo acepten reducir sus emisiones...

-Es indudable que, por ejemplo, China se va a resistir a realizar reducciones si no se sabe cómo va a ser distribuida la torta. Además, existen otros dos aspectos que resultarán todo un desafío durante la cumbre. Por un lado, los países del sur van a decir que para ellos es difícil aminorar el camino emprendido hacia el desarrollo. Asimismo, subrayarán que no han sido los culpables del desorden creado, por lo que es justo pedirle al norte ayuda, transferencia de conocimiento y herramientas tecnológicas para producir industrias limpias. El segundo tema, que me parece aún más importante, es que el sur también va a llamar la atención sobre el principio de contaminación que exige que los daños sean compensados y que este concepto tiene relación con la creación de fondos para la adaptación y protección al cambio climático, sobre todo de los países más pobres y en torno a las poblaciones más desprotegidas.

Entonces, durante la cumbre, puede suceder que el sur no quiera hablar de los compromisos sobre la reducción de emisión de gases sino de los fondos para adaptarse al cambio climático o para la transferencia de tecnología y que los del norte digan: “uy, pero nosotros no tenemos el dinero...”.

En última instancia, todo esto trata de aspectos muy terrenales y prácticos como, por ejemplo, la forma en que organizamos el transporte en una sociedad, cómo generamos los alimentos, cómo construimos nuestros hogares y la forma en que utilizamos el agua. Por eso, los actores y la acción local son muy importantes.

-¿Cómo se genera esa conciencia con respecto a la ecología?

-Hay que tener en cuenta que cada continente, cada país, cada población tiene diferentes motivos para adoptar un tipo de ecología, porque no hay una sola ecología, hay una diversidad de ecologías. Y te voy a dar un ejemplo que es quizás el opuesto al de la cosmovisión andina la que, como tantas otras culturas indígenas, siempre se sintió alienígena frente a los postulados del desarrollo, no es casualidad que la mayoría de sus lenguas no tienen una palabra para “desarrollo”. El ejemplo que te quiero dar y que conozco bien es el de Italia, un país al que no le importa mucho la naturaleza salvaje. Sin embargo, lo que sí es interesante e importante para los italianos es mantener las ciudades en escala pequeña y el paisaje alrededor de ella. Es decir, la relación entre la ciudad y la campaña. Entonces, la ecología para los italianos implica poder mirar hacia lo que sucede en las ciudades y a su vez la relación de éstas con el campo. Es un abordaje totalmente diferente al de los indígenas. Lo que quiero decir es que diferentes culturas movilizan diversos recursos e intereses para poder volverse ambientalmente más sensibles.

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