La Huella fue creada en 1975 por un grupo de alumnos de los padres jesuitas que, junto con algunos sacerdotes, entre ellos el recordado Luis Pérez Aguirre, Perico, tenían como objetivo plasmar los valores cristianos en una comunidad de vida. La mayoría de los niños que ingresaban, desde el Consejo del Niño (hoy Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay, INAU), lo hacían siendo muy chicos y se criaban allí, de modo que funcionaba como una gran familia. Se trataba de un emprendimiento de tipo agropecuario ubicado, como hasta hoy, en las afueras de Las Piedras, en el que la producción funcionaba como herramienta educativa. En época de dictadura no era fácil establecer una pequeña sociedad dentro de la sociedad que, además, planteara valores y formas de vida muy diferentes a las que el gobierno de facto quería imponer. Mario Gramoso, coordinador general de La Huella, explica: “La comunidad estaba a contrapelo de la realidad de ese momento: decía que hay que vivir en comunidad, hay que compartir, hay que fomentar la solidaridad. A eso se le suma la presencia fuerte de Perico, con sus vínculos, su manera de pensar, de escribir, su manera de decir las cosas”.
Vale recordar que Perico fue un sacerdote jesuita reconocido por su lucha contra la pobreza y la desigualdad. Fue un defensor de los derechos humanos, fundador del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) e integrante de la Comisión para la Paz creada por el gobierno de Jorge Batlle. Es autor de más de una decena de libros sobre diversos temas, como la situación de la mujer, los derechos humanos y la Iglesia, siendo muy crítico con ésta.
La primera Huella existió durante 26 años y su disolución coincide, de forma casual, con la muerte de Perico, en 2001, a raíz de un accidente de tránsito en el balneario La Floresta. Su desaparición significó un duro golpe para la comunidad y para los jóvenes que vivían en ella, a la vez que complicó y volvió más doloroso el proceso de cierre de esa primera etapa del hogar. Se inició, entonces, un período de transición que concluiría con la reapertura de La Huella, ahora como una comunidad educativa.
Seguime la huella
La nueva etapa se inicia con dos proyectos: el Club del Niño y la apertura de un centro CAIF. Gramoso, que integra el hogar desde 2002, contó: “El Club del Niño se creó a partir de que empezaron a aparecer chiquilines a pedir; recordemos que es una época de crisis sucesivas, así que el problema más serio era el de la comida, había hambre”. Comenzó como plan piloto y continuó hasta hoy gracias a un convenio con el INAU. Actualmente 51 niños concurren de mañana, desayunan y desarrollan diversas actividades: apoyo escolar, talleres de plástica, recreación, huerta. También realizan actividades los fines de semana, fútbol, escultismo, actividades religiosas y recreativas, en las que se intenta integrar y trabajar con las familias de los chicos. Por su parte, el centro CAIF Los Periquitos atiende a 84 niños, de hasta tres años, provenientes de distintos barrios.
“Tratamos de que cada proyecto parta de una raíz común, haciendo énfasis en los valores cristianos, en los derechos humanos, principalmente en los derechos del niño, y poniendo énfasis en el trabajo en equipo. Se trata de lograr rescatar algunas de las cuestiones que planteaba la comunidad de vida”, explicó Gramoso.
Luego de la puesta en marcha de estos dos proyectos, se decidió volver a abrir el hogar propiamente dicho. En 2005 comenzaron a llegar los niños desde el INAU y hoy los que viven en La Huella son 22 de entre cinco y doce años, y una adolescente de 17. En la medida de lo posible, se intenta mantener unidos a los grupos de hermanos. Los jóvenes concurren a las escuelas o liceos de la zona para que se vinculen al barrio y sus instituciones. Según Gramoso, “se trata de que puedan ir logrando su autonomía e independencia hasta poder egresar”.
El grupo de trabajo está formado por un equipo de educadores que va de 12 a 14 personas -ya que hay que cubrir las 24 horas del día-, una psicóloga, una asistente social y un equipo de coordinación. En este momento hay una sola persona que duerme en el hogar, pero llegó a haber hasta cuatro.
En cuanto a lo religioso, se definen como un espacio abierto, de inspiración cristiana, con una práctica religiosa que, según señaló Gramoso, “va por cuenta de cada uno, los que quieren van a catequesis; es una propuesta pero no una obligación. Si bien los momentos más importantes del hogar se celebran con una misa, hay personas que creen en otras cosas pero comparten esos valores, que tienen un fuerte acento en los derechos humanos”.
El apoyo del INAU se da hasta que los jóvenes cumplen los 18 años, momento en que se plantea el tema del egreso. “Entendemos que ningún joven hoy a esa edad, de ninguna clase social, está en condiciones de poder irse; entonces, lo que hacemos es ir acompañando el proceso. Si tiene familia intentamos retomar ese vínculo y si no tenemos datos sobre la familia muchas veces la buscamos, usando todos los recursos posibles; hemos encontrado a algunas de ellas”, contó Gramoso.
Recordando a aquel primer grupo de jóvenes egresados de la comunidad, que hoy son adultos, Gramoso destacó: “Más allá de que les haya ido mejor o peor respecto de las cosas materiales, se percibe un trasfondo de valores muy importantes, y eso es lo que nosotros queremos recuperar y aportarles a los chiquilines, brindarles la posibilidad de ir construyéndose como personas”.
Viejos y nuevos problemas
La historia de La Huella está marcada por los diferentes cambios sociales, económicos y políticos que atravesó el país. El crecimiento de la ciudad de Las Piedras, con el consecuente acercamiento de la ciudad al hogar, y las sucesivas crisis de principio de este siglo forzaron al abandono de algunas áreas de la producción (el tambo y la cría de cerdos).
Si bien en ese período el principal problema fue el hambre, hoy los problemas son otros. La pobreza y su acumulación en torno a varias generaciones de una misma familia trajeron como consecuencia situaciones más complejas. “Ya no se trata de aquellos chiquilines que entraban al Consejo del Niño y que muchas veces eran hijos de gente que se vino del campo a la ciudad a buscar una nueva vida y les fue mal. Muchos de los que entran ahora tienen una gran desconfianza hacia el mundo adulto y algunos tienen experiencia de calle”.
Este hecho es de vital importancia para los que llevan adelante el hogar, ya que deben cubrir nuevas necesidades. Gramoso explicó: “Para estos casos se requiere de un apoyo psicológico que no brinda el Estado. El INAU eventualmente podría brindar algún diagnóstico, pero no terapia. Tenemos unos cuantos chiquilines en terapia y eso lo pagamos nosotros”. Por este motivo, también se han visto en la necesidad de reforzar la presencia adulta y la atención en general.
Otro problema es mantener un equipo de trabajo estable. Para lograrlo sería necesario equiparar los sueldos que se pagan en La Huella con los que paga el INAU, que son, evidentemente, más altos. Según explicó Gramoso, “cada vez que hay un llamado del Estado se produce un corrimiento del personal y eso ha producido cierta inestabilidad en el hogar”.
La situación financiera de La Huella es, según dijo, “bastante deficitaria”. Actualmente, mediante el convenio con el INAU, reciben 19 UR por niño, con las cuales deben cubrir vestimenta, recreación, paseos, sueldos y parte de la alimentación, ya que reciben la colaboración del Instituto Nacional de Alimentación (INDA), complementada por lo que utilizan de su propia producción y lo que reciben de los vecinos.
Ayudar a ayudar
Con el fin de mejorar su situación económica, el hogar ha comenzado una campaña de apoyo. “Tenemos una cuenta de banco a disposición e hicimos algunos convenios con tarjetas de crédito para los que quieran colaborar. Hace poquitos días pusimos en funcionamiento una página web para difundir lo que hacemos [www.lahuella.org.uy]. Estamos apelando a la solidaridad”, dijo Gramoso.
Consultado sobre la mirada hacia el nuevo gobierno del Frente Amplio, Gramoso dijo que “siempre hay expectativas”, y señaló: “Hubo avances, se regularizaron un montón de cosas. Por ejemplo, en el período anterior vino un supervisor del INAU, cuando hacía cerca de cuatro años que no venía nadie. Eso nos da la posibilidad de plantear lo que estamos viviendo, pero faltaría mejorar la parte económica”.
En cuanto a la posibilidad de ingresar en un futuro plan de voluntariado, que el actual gobierno prevé como parte de la solución al problema de la vivienda, Gramoso recordó: “La historia de La Huella está plagada del trabajo de voluntarios, desde una señora que se ofrece a llevar a los chiquilines en auto al dentista hasta un grupo que viene a trabajar en el arreglo de los caminos. Sin embargo, no hay que olvidar que eso funciona como complemento de la tarea y no sustituye al equipo de trabajo”.
“Hay sitios desde donde simplemente no se ve”, escribía Pérez Aguirre en La Iglesia increíble, refiriéndose a la incapacidad para abordar el problema de la pobreza desde el Vaticano, pero remitiendo a un concepto que excede la órbita de lo religioso. Perico, que siempre estuvo cerca de los marginados -los pobres, las prostitutas, los niños abandonados, los familiares de los desaparecidos políticos-, bien lo sabía.