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Gabriel Kessle

Foto: Javier Calvelo

Sentimiento presente

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La extensión del sentimiento de inseguridad en América Latina.

El delito ha sido una preocupación de la opinión pública desde los tiempos en que los reporters de gacetilla decimonónicos azuzaban la imaginación del pacífico lector urbano (y civilizado) con historias de bandidos, pistoleros y asesinos prófugos. Sin embargo, en los últimos diez años esta inquietud se acentuó de manera notoria y la sensación de inseguridad frente al crimen pasó a ocupar un lugar prioritario en las agendas políticas. Al mismo tiempo, la construcción mediática de la cuestión criminal no sólo ha entorpecido una lectura ajustada de este fenómeno, sino que ha demostrado un poder insólito de los medios de comunicación para producir y controlar las figuras del miedo.

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Kessler básico

Algunos de los libros del sociólogo argentino, disponibles en librerías y bibliotecas uruguayas, son: El sentimiento de inseguridad. Sociología del temor al delito; Seguridad y Ciudadanía. Nuevos paradigmas y políticas públicas; Reconfiguraciones del mundo popular. El conurbano en la post-convertibilidad (junto con Maristella Svampa e Inés González) y Sociología del delito amateur.

La academia no ha sido ajena a este proceso y en Argentina existe un campo de estudio consolidado sobre la temática del delito, sus actores y las derivaciones políticas, sociales y culturales que generan. El trabajo del sociólogo argentino Gabriel Kessler se inscribe en esa línea de reflexión. Invitado por el Departamento de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y la Fundación Friedrich Ebert del Uruguay, brindó una conferencia titulada “La extensión del sentimiento de inseguridad en América Latina”, en la que volcó algunos de los puntos más sobresalientes de sus investigaciones.

Luego de realizar un repaso de los principales aportes de las ciencias sociales argentinas al estudio del campo del delito, Kessler planteó los objetivos centrales de su investigación, en la que intenta rescatar los factores psicosociales que intervienen en la constante sensación de amenaza ante el delito y que categoriza como “sentimiento de inseguridad”.

Para comprender este fenómeno discute la existencia de un pasado idealizado según el cual la sociedad argentina era menos violenta, más segura y en la que existían mayores mecanismos para contener la ilegalidad. La aparición de ese “sentimiento” habría puesto en cuestión esa imagen idílica.

El fenómeno surgió a mediados de la década de 1980, pero se tornó más fuerte, y recurrente en los medios de comunicación, en los inicios de la crisis económica y social que comenzó a atravesar Argentina (y América Latina) en la segunda mitad de la década de 1990. Sin embargo, la sobreexposición del tema no implica una fácil aprehensión científica puesto que al estudiar un “sentimiento” el objeto se torna en cierta medida inasible (de esta intención deriva lo novedoso del abordaje de Kessler).

Un extraño sentimiento

En la segunda parte de la conferencia el autor explicitó cómo logró percibir esas lógicas del temor y de qué forma las vinculó con las estadísticas y encuestas sobre criminalidad y victimización. Allí realizó un reparo interesante: pese a que la mayor parte de la población sostenga que su principal problema es la inseguridad (en guarismos que van, según el país latinoamericano, de 60 a 80%, mientras que en el continente europeo es de 25%), no quiere decir que la ciudadanía viva en un estado de pánico permanente. Así elucidó las variables que explican el sentimiento de inseguridad (edad, sexo, clase social, ideologías, experiencia de haber sido víctima de un delito) para entender los relatos que en torno a él se construyen, las acciones que se le asocian y sus implicancias en la vida cotidiana.

Según Kessler, la repetición mediática de hechos y el sentimiento de inseguridad han colaborado en la aparición de un conocimiento social acrítico que contribuyó en el aumento de la inquietud frente a lo desconocido y en la estigmatización de algunas figuras sociales. El ejemplo argentino, que comparó con los “planchas” uruguayos, sería la estética del “pibe chorro” vinculado a los jóvenes de sectores populares que no siempre violan la ley. Sin embargo, existe, según su visión, una ecuación entre el aumento de ese sentimiento de inseguridad y la consolidación de determinados prejuicios (detrás de los que muchas veces se esconden consideraciones raciales o clasistas).

También opera una desidentificación de los sujetos activos del delito. Para explicitar esta idea citó entrevistas en las que personas víctimas de robos sostenían que el ladrón no siempre era un varón joven (ataviado de gorrito con visera), sino que podían ser mujeres, ancianos o personas bien vestidas. Si bien esta percepción colabora en la desmitificación de un prejuicio instalado (es decir que sólo roban los “pibes chorros” o “los planchas”) también colabora en el declive de la confianza colectiva en el otro y en la aparición de nuevas tecnologías con el fin de aislar y “mantener a distancia” el supuesto peligro. El mercado adquiere entonces un rol regulador, pues es el responsable de suministrar dispositivos tales como las cámaras privadas, las empresas de seguridad o directamente un arma. De esta forma, tal como se planteó desde el público asistente a la conferencia, se crea una arquitectura de la seguridad-inseguridad que “fortifica” determinadas zonas (barrios privados) y asocia a otros con el peligro. Esta extensión del sentimiento de inseguridad produce un fenómeno de “deslocalización” del peligro ya que no hay fronteras para el delito. Desaparece la diferenciación que había en las ciudades entre zonas seguras e inseguras ya que vivimos sintiendo que “en cualquier lado nos puede pasar algo” y junto a la desidentificación se genera y retroalimenta la sensación de inseguridad. Esto también colabora en diversas inequidades debido a que los lugares señalados como peligrosos se ven privados de servicios de transporte o asistencia sanitaria.

Kessler plantea que en el caso argentino el reclamo por endurecimiento de penas o por seguridad se distribuye con cierta igualdad entre todos los sectores sociales. No obstante, quienes se sienten más inseguros son los sectores sociales más humildes, que desconfían de sus vecinos y cortan todo lazo de relacionamiento con sus pares (lo que también coarta, por ejemplo, la instalación de mesas de convivencia o de organizaciones barriales capaces de discutir las problemáticas de la seguridad). Los principios reguladores que históricamente marcaron el ritmo de la vida barrial -la actividad fabril y la relación con los vecinos- entraron en crisis, y la sensación de inseguridad parece colmar ese vacío. Es decir, ahora los lugares de residencia se organizan en función del delito (hasta qué hora se puede estar en la calle, la existencia de ciertos lugares donde se venden drogas, etcétera). Por el contrario, entre las “clases altas” o “media altas” habría un discurso intermedio, en el que la percepción de la inseguridad sería menor, propio de su (auto)aislamiento geográfico, de la posibilidad de contar con mayores dispositivos de seguridad y de cierta preocupación policial por mantener seguras esas zonas (además de que, salvo excepciones, la violencia estatal nunca se desata contra ellos). No obstante, en este mismo sector social sobrevive una posición autoritaria que exige mayores penas y castigos y ha construido una narrativa sobre la degradación socio-moral sin salida ni futuro. Finalmente, el sociólogo plantea la necesidad de pensar ese futuro e insiste en que es difícil construir algo bueno en una sociedad temerosa y con miedo que restringe los lazos de solidaridad a su mínima expresión.

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