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Una deuda interna

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No hace falta ser marxista para reconocer que la economía es un factor básico en la sociedad, con gran influencia sobre las ideas y conductas políticas. En ese sentido, es claro que la llegada del Frente Amplio al gobierno nacional se apoyó en un largo trabajo ideológico, pero fue precipitada por la crisis económica y social de 2002.

En las elecciones de 2004 hubo, sin duda, una importante incidencia del “voto castigo” emitido por personas que, con independencia de que percibieran o no el peso de factores externos en la gestación de aquella crisis, razonaron o sintieron que el gobernante Partido Colorado y sus aliados del Partido Nacional tenían una cuota de responsabilidad, por lo que hicieron o dejaron de hacer antes de que el país quedara maltrecho o, luego, para paliar las consecuencias del descalabro.

Lo curioso es que, desde entonces, las evaluaciones sobre la gestión frenteamplista en el gobierno nacional no suelen referirse a lo hecho para que el país superara la crisis, sino que asumen la existencia de condiciones externas favorables, y ven a las sucesivas presidencias de Tabaré Vázquez y José Mujica como administradoras -buenas, malas o regulares- de la bonanza.

Se instaló la idea de que los puntos débiles de esa gestión no tenían consecuencias graves para el Frente Amplio, en términos de apoyo popular, debido a la persistencia de una coyuntura internacional beneficiosa, que les permitía a los frenteamplistas esperar tranquilos la tercera victoria consecutiva en 2014. Como contrapartida, existe la noción de que si esas circunstancias favorables se desvanecieran, el próximo resultado electoral podría serles adverso. Esa noción es la que, ahora, trae disimuladas preocupaciones a muchos oficialistas, y disimuladas esperanzas a muchos opositores.

Sin embargo, es obvio que el gobierno de Vázquez sí atravesó una crisis internacional: la que comenzó a manifestarse en 2008, de la cual los actuales sacudones son en gran medida una continuidad. Y la atravesó sin sobresaltos, aunque no se trató de una excepción solitaria: Uruguay se destacó en la región por el escaso impacto de la crisis, pero la región toda pasó bastante bien la prueba, y en términos generales hubo una porción del mundo, liderada por economías “emergentes”, que no sólo resistió la tormenta sino que también ha aportado mucho para superarla.

Por supuesto, esto tiene que ver con la propia naturaleza de la crisis, que ha sido ante todo la quiebra de una serie de procedimientos para obtener importantes lucros sin relación directa con la producción. Una crisis de las ganancias exorbitantes a partir de lo virtual y lo especulativo, en cierta medida prefigurada por la debacle argentina de 2001. Y también se debe tener presente que la supervivencia y el ímpetu de muchas economías, en nuestra región y fuera de ella, se ha basado en cierto regreso a la producción primaria (incluso por parte del gigante brasileño, que venía recorriendo tenazmente un camino de industrialización).

En todo caso, es llamativo que haya frenteamplistas convencidos de que todo depende tanto de las condiciones externas, como si el manejo de la política económica durante casi siete años no hubiera sido más que suerte y hacer la plancha. Eso indica algo sobre la distancia entre criterios de gestión y expectativas, y sobre la necesidad urgente de que los que votan y los que gobiernan trabajen para profundizar sus acuerdos. Hay, en el terreno de las ideas, una coyuntura interna desfavorable que debería ser mejor afrontada.

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