Después de un viaje de cuatro días la nave entró en una órbita de transferencia para permanecer una semana alrededor de la Luna. Posteriormente, los técnicos de la Agencia Espacial China enviaron las órdenes para que la sonda espacial disminuyera la velocidad y descendiera suavemente. Era la parte más delicada y compleja de la misión, dado que la tasa de éxitos en esta clase de maniobras no es muy alta.
Los “descensos suaves” -tal como se los denomina en la jerga astronáutica- consisten en una serie de maniobras en la que se activan los retrocohetes y se modifica la trayectoria del vehículo. Los robots depositados en Marte y en otros mundos del sistema solar son prácticamente autónomos, controlados por programas muy complejos previamente instalados en las computadoras de a bordo (millones de kilómetros de distancia hacen imposible cualquier intervención humana directa).
En el caso de los laboratorios depositados suavemente en la Luna (el primero fue el Luna 9, en 1966) las maniobras orbitales de descenso podían ser ejecutadas parcialmente por técnicos desde la Tierra (las órdenes, viajando a la velocidad de la luz, tardan 1,25 segundos en llegar hasta la Luna). Sólo tres naciones han logrado esa meta: Estados Unidos, la ex Unión Soviética y, ahora, China.
Espacio para la conquista
La carrera espacial estuvo condicionada desde los inicios por factores que no tenían que ver exclusivamente con la investigación científica o los desafíos tecnológicos.
La ex Unión Soviética lanzó el primer vehículo espacial en 1957 y pocos meses después lo hizo Estados Unidos. Situación similar ocurre con los primeros hombres que viajan al cosmos: a Yuri Gagarin le sucede el norteamericano John Glenn en una escalada de prestigio que se desarrollaba en plena Guerra Fría.
La puesta en órbita terrestre de satélites y seres humanos por parte de las dos súper potencias era parte de un objetivo mucho más ambicioso: explorar la Luna.
En 1959 la sonda soviética Luna 3 registra por primera vez en la historia fotografías de la cara oculta del satélite. Los estadounidenses no se quedaron a la zaga y el 25 de mayo de 1961 el presidente John F Kennedy le comunica al Congreso la intención de enviar un hombre a la Luna y traerlo a salvo a la Tierra antes que finalice la década.
Los soviéticos invirtieron sumas astronómicas de dinero y reclutaron a los científicos más brillantes: 29 misiones Luna y Zond fueron concretadas entre 1959 y 1976.
Estados Unidos tampoco escatimó recursos y las palabras de Kennedy se materializaron el 20 de julio de 1969, cuando Neil Armstrong pisó por primera vez la superficie lunar.
Después de seis misiones exitosas y 12 hombres en la Luna el Congreso de ese país recortó los fondos destinados a la NASA. La pretendida “superioridad tecnológica” había sido demostrada.
En diciembre de 1972 Eugene Cernan es el último hombre que camina en la Luna; cuatro años después los soviéticos abandonan sobre la superficie del satélite el Luna 24, último robot explorador.
Sin embargo, un país que parecía mantenerse al margen de estas conquistas comenzaba, de a poco, a obtener los primeros logros: en 1958, a instancias de Mao S Ledan, China inaugura el Centro de Lanzamientos Espaciales Jiuquan en la provincia de Gansu y en 1970 lanza con éxito el primer satélite a bordo del cohete portador Larga Marcha.
Del interés y del olvido
La exploración dejó de ser una prioridad para las dos súper potencias. Estados Unidos, con el proyecto Space Shuttle, se enfocó en la investigación de las condiciones físicas en estado de “microgravedad”. La ex URSS, en medio de una crisis económica que la obligó a adoptar un nuevo paradigma político y la apertura a occidente, colabora en la construcción de la gigantesca Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés).
Para inicios del siglo XXI el panorama geopolítico ha sufrido cambios notables y el entonces presidente de Estados Unidos, George W Bush, establece los nuevos planes de la NASA: el programa Constellation contemplaba el regreso a la Luna y la construcción de una base permanentemente habitada. Se empieza a buscar agua en los polos lunares para hacerla sustentable y autónoma. Se prueban los vehículos Ares y Orión para llevar nuevamente astronautas. El satélite natural de la Tierra es el foco de atención de los científicos planetarios y de las agencias especializadas.
Diversas naciones participan activamente: en 2007 Japón pone en órbita lunar la nave Kayuga, la Agencia Espacial Europea (ESA, por sus siglas en inglés) utiliza sus poderosos cohetes Ariane V para enviar la sonda Smart I, el 22 de octubre de 2008 India pone en circulación el orbitador Chandrayaan I. China, por su parte, pone en marcha dos exitosas misiones en 2007 y 2010.
El interés por la Luna era tan grande que ya se habían identificado los lugares donde se podría construir la primera base científica permanente: el cráter Shackleton -según descubrimientos realizados por la sonda Lunar Prospector- era el sitio adecuado. Se consideraba un hecho que para la segunda mitad de la presente década los seres humanos retornarían al satélite. “Parece ser un lapso de tiempo razonable”, comentaba a este cronista el entonces decano de Facultad de Ciencias, el astrónomo Julio Ángel Fernández, en ocasión de celebrarse los 40 años del primer alunizaje.
Sin embargo, la administración de Barack Obama se enfrentó con una panorama económico delicado; el programa “Constellation” fue clausurado y el esperado regreso a la Luna pasó nuevamente al olvido.
A la vanguardia
La Agencia Espacial Nacional China (CNSA, por su sigla en inglés) gana rápidamente prestigio y se perfila como líder en la conquista del espacio y la exploración lunar.
En 2003 el teniente coronel Yan Liwei se convierte en el primer chino en viajar a la órbita terrestre. Desde entonces las misiones tripuladas de esa nación se suceden con regularidad, se realizan caminatas espaciales y en 2012 envían una mujer al espacio.
El sábado 14 de diciembre la agencia de noticias Reuters informó que la nave espacial Chang E-3, con el robot Yu Tu a bordo, consiguió un descenso suave exitoso en el cráter Bahía de los arcoíris, en el hemisferio norte de la Luna. Inmediatamente la Cadena China Central de Televisión transmitió imágenes del lugar del alunizaje.
En las próximas horas se desplegará una rampa por la que descenderá el Conejo de Jade para explorar la superficie. Dos brazos móviles le permitirán al robot extraer muestras de regolito (suelo lunar) para ser analizadas in situ e instalará, por primera vez en la historia, un telescopio. Al no haber una atmósfera que distorsione las imágenes, se podrá observar cuerpos celestes distantes con una nitidez sólo comparable a la alcanzada por telescopios espaciales.
Algunos de los instrumentos científicos apuntarán hacia la Tierra para estudiar la magnetósfera, esa región de partículas cargadas que interactúa con el campo magnético y que se extiende en el espacio por miles de kilómetros.
Todos los sistemas de Yu Tu, al igual que las seis ruedas que harán posible su desplazamiento, reciben energía proporcionada por los paneles solares. El robot se desplazará a una velocidad máxima de 200 metros por hora. Bahía de los arcoíris fue el lugar elegido para el descenso por ser llano e inexplorado. Mediante cuatro cámaras de alta resolución obtendrá importantes datos sobre las condiciones físicas del terreno y un radar analizarán la estructura del subsuelo.
El presidente de la Administración Nacional Espacial China, Sun Laiyan, subrayó “el compromiso de su país con la exploración del espacio siendo la Luna y Marte sus objetivos”.
La agencia asiática de servicios informativos Xinhua confirmó que la Agencia Espacial China ya está trabajando en una nueva misión lunar para 2015, el envío de un robot explorador que traerá muestras en 2017 y la construcción de una Estación Espacial para 2020. La exploración de la Luna vuelve a estar sobre el tapete, esta vez bajo la égida de una súper potencia asiática.