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La semana pasada comenzó a circular por la aplicación de mensajería instantánea WhatsApp un video de contenido sexual en el que aparece una mujer con un grupo de hombres en un vestuario, que después se supo que se trata del baño del camping de Santa Teresa, en Rocha. Debido a la difusión masiva que tuvo el video a través de esa red, la mujer realizó la denuncia el domingo pasado en la comisaría de La Coronilla. Los antecedentes fueron elevados a la jueza de Chuy Laura Sunhary. Según informó Subrayado, la mujer identificó a cuatro de los cinco hombres que se ven en el video. Ayer Montevideo Portal publicó que varios funcionarios del Parque Santa Teresa, entre ellos militares, policías y personal de limpieza, declararon por el caso del video. Vi el video en cuestión.

Primero: haya dado o no su consentimiento para los actos sexuales, la mujer de 27 años es víctima de abuso porque, para empezar, no dio su consentimiento para difundir el video.

Segundo: el abuso que ejercen sobre la mujer -que no manifiesta señales de disfrute- los hombres (por lo menos, cinco) que le sostienen la cabeza para que les practique sexo oral, es clarísimo.

Tercero: el consumo de alcohol o de otras drogas puede ser un hecho presente en la situación, que agrave el desborde, pero no es una excusa ni es causante de los actos.

Cuarto: qué fácil es hablar de lo “trola” o “puta” que es la mujer que aparece en el video y no de la actitud despreciable y condenable de los hombres que disfrutan, filman y difunden el abuso de manera cobardemente anómina por las redes sociales y amparados por la legitimidad social que les da -les sigue dando- el statu quo.

Quinto: esos hombres no son representativos de todos los hombres, ni de los muchísimos hombres que día a día se desmarcan de los discursos y las pautas culturales que sostienen la subordinación de las mujeres.

Sexto: todas las personas tienen derecho a ejercer su sexualidad libremente. No importa y no puede volverse condenable socialmente cuántas personas adultas participan en la privacidad del acto, ni lo que hagan, ni cómo lo hagan, ni su identidad de género -si son varones, mujeres, trans-, ni su orientación sexual. Importa que cada una de las personas que participen en un acto sexual respeten la voluntad y el consentimiento de la otra o las otras.

Séptimo: por supuesto que la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes, absolutamente condenable y sin excusas, merece un capítulo aparte.

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