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Eduardo Álvarez Pedrosian. / Foto: Pablo Nogueira (Archivo, Abril de 2012)

Largo camino

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Antropólogo destaca freno de tendencia a la pobreza estructural en Casavalle pero advierte que llevará “décadas” revertirla.

Eduardo Álvarez Pedrosian es antropólogo y doctor en filosofía por la Universidad de Barcelona. Actualmente es docente de la Facultad de Información y Comunicación de la Universidad de la República, y en el marco de una investigación participativa que realizó en la zona de Casavalle publicó un libro que resume el proceso y producto del trabajo.

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Casavalle bajo el sol busca integrar las miradas de distintas disciplinas como la antropología, la semiótica y el urbanismo para describir la situación de la zona, y de esa forma poder compararla con otros lugares del país y del mundo. Durante su trabajo, y principalmente con la etnografía como técnica, dialogó con vecinos, autoridades y técnicos que trabajan en la zona, una de las más pobres de Montevideo, y a partir del estudio de su pasado y presente puede encontrar claves para la mejora de la calidad de vida de su población.

Una de las características de la zona de Casavalle es la presencia de diferentes políticas, que según Álvarez Pedrosian han estado “desconectadas” de las dirigidas a otros sectores de la sociedad. Esta situación genera una especie de “superposición” de acciones, que incluso a veces hace que las que se dirigen hacia un mismo fin se contrarresten. Además, el antropólogo indicó que también operan en el lugar fuerzas más generales como la migración campo-ciudad y la “expulsión de los cascos históricos de la ciudad hacia la periferia”, que se enmarcan en políticas de población. Según una de las conclusiones del trabajo, esta realidad hace que pueda hablarse de “un puzzle de diferentes políticas” que constituye un “depósito espacial”.

Según definió, puede apreciarse cierta “tendencia a la guetización” en la zona. “No es un gueto porque no alcanza el nivel de homogeneidad étnico-
racial como en zonas donde, por ejemplo, lo afroamericano es muy potente, pero de cualquier manera la presencia de la población afrouruguaya es muy significativa en comparación con la media de la población afro en todo el país”, explicó. De acuerdo al estudio, se trata de personas que vivían en el Barrio Sur, Palermo, Ciudad Vieja o Cordón Norte y que “fueron expulsadas por el proceso de gentrificación, por el que otras personas se quedaran con esas zonas y les dieran más valor”.

De acuerdo a lo que señaló, este tipo de territorios son “la punta de un iceberg” y constituyen un producto del capitalismo, al igual que los barrios más ricos que pueden ponerse al mismo nivel, analizó. “En zonas ricas de la ciudad se ponen cámaras de vigilancia, rejas. Acá no, acá andan armados, los vecinos se pelean y llegan hasta a los balazos. Pero hay algo en común, son la misma expresión de ese sistema de exclusión terrible que sigue operando de esa manera”, indicó. Según dijo, en las últimas décadas del neoliberalismo este modelo “hizo agua y explotó”, y 2002 constituyó el último gran episodio con la proliferación de los asentamientos.

Consultado acerca del rol que han jugado las políticas sociales durante los gobiernos del Frente Amplio, analizó que lo primero que lograron fue “frenar una tendencia que se daba en forma permanente y que generó una pobreza estructural”. Según añadió, frenar esa tendencia fue “como parar un buque gigante”, y es algo “fundamental” y que “cuesta muchísimo”. Además, el académico sostuvo que “redireccionar las cosas va a llevar décadas” y que son cambios que tienen que darse en toda la sociedad y no únicamente con las personas que viven en Casavalle. “Muchas veces, cuando se quiere medir los impactos de ciertas políticas se corre el riesgo de pedirles a los habitantes de esos territorios, a los beneficiarios de esas políticas, ciertas respuestas que no le estamos pidiendo al resto. Al final del libro se plantea que la gente que habita en esos territorios tiene el doble o triple de trabajo, tiene que sobrevivir, conseguir trabajo, trabajar en esas condiciones y encima militar cotidianamente para salir de esa situación; es mucho lo que se les está pidiendo”, analizó.

En plaza

En este sentido, se refirió a que se están empezando a dar cambios significativos, como la intervención de la plaza Casavalle o un complejo cultural en la zona de la Gruta de Lourdes. Además, el consejo del Plan Cuenca Casavalle -integrado por varias instituciones públicas en busca de articular políticas en la zona- está manejando una batería de seis o siete medidas para dar un “efecto de shock”, que según Álvarez Pedrosian es lo que se necesita en el lugar para “generar muchas intervenciones que se dinamicen juntas y se potencien”. “Es la única manera de que esto salga adelante: que los habitantes vean que realmente está habiendo un cambio, que lo puedan vivenciar. Pero si a nivel de toda la sociedad el consumo sigue siendo el horizonte de proyección subjetivo y el individualismo sigue siendo el modelo cultural, es muy difícil un cambio más profundo, porque va a seguir la idea de que los que están ahí son los que no pueden estar en otro lado”, añadió.

Pese a que algunos tienen una identidad positiva con respecto a la zona, de acuerdo al estudio “son los menos”, y entre los habitantes del lugar predomina una identidad negativa, principalmente porque se trata de una zona estigmatizada, en la que también funciona el “autoestigma”. Según el antropólogo, habría que darles una oportunidad real a quienes desean vivir en otras zonas para que lo puedan hacer, y terminar con que haya personas obligadas a irse a vivir lejos porque no lo pueden hacer donde están todos los servicios y además hay muchas casas vacías. “Esto va a permitir aflojar la densidad, el hacinamiento, derribar todos esos complejos precarios que hay en la zona y recuperar e incentivar un tipo de paisaje que era como el que se había diseñado en su momento, y los nuevos que se fueron generando, donde el gusto por una vida que combina lo urbano y lo rural se pueda dar. Paisajísticamente la zona es formidable, tiene potenciales enormes, hay toda una cultura de tradición de esas prácticas vinculadas a las zonas de chacras, densidades intermedias que te permiten tener una vida urbana pero vinculada a la naturaleza; eso sería formidable y es posible”, señaló.

De todas formas, advirtió que para viabilizar esos cambios es necesario un esfuerzo sostenido de muchas décadas de trabajo, y que las políticas se mantengan pese a que cambien los gobiernos. “Si no, van a venir nuevas políticas y se va a desconocer a las anteriores, se van a superponer y vamos a volver a lo mismo, y la población está cansada, desilusionada, por esta historia de abandono, de borrón y cuenta nueva”, agregó. Álvarez Pedrosian sostuvo que en general en otras partes del mundo el gran problema es el aumento exponencial de población, y la densificación que hace que las ciudades y los territorios colapsen. Sin embargo, en Uruguay persiste una población estancada en tres millones y al mismo tiempo hay una expansión territorial de Montevideo que en los últimos 40 años ha sido de 8% o 10% cada década. “Esa disgregación del territorio es una locura”, concluyó.

Imagen y semejanza

Además, la investigación buscó estudiar la identidad en la zona a partir de quehaceres y creencias concretas de los habitantes del lugar. Por ejemplo, aparecieron casos de gente que sostiene otros hogares a partir del trabajo doméstico, lo que además constituye “una contradicción propia del capitalismo, que lleva a que las empleadas domésticas que están limpiando todo el tiempo tienen que vivir entre la basura”. En el proceso de investigación también surgieron con fuerza actividades como la clasificación de residuos, el “hacer feria”, o la realización de oficios manuales.

La pasta base merece un capítulo particular en el libro “porque muestra la reproducción de la pobreza, es un emergente producto y productor de esa situación de exclusión”, afirmó.

Según el antropólogo, el problema más fuerte en relación a este tema se da cuando eso se transforma en algo estructural y se convierte en autoestigmatización. Además, hay una estigmatización de los que viven en el resto de la ciudad hacia los que viven en Casavalle, y hay un estigma entre los que viven en Casavalle, entre los que viven en los diferentes fragmentos territoriales, y dentro de cada uno de ellos. De acuerdo a lo que definió, el estigma es una marca, una huella, que en general en muchas sociedades está vinculada a los rasgos étnico-raciales.

A menudo, muchos habitantes del lugar tienen que mentir sobre el lugar de residencia para conseguir un trabajo, inclusive muchachos “que se rompen estudiando en ese contexto, después tienen que mentir sobre su dirección en el currículum”. En este tema, el académico intenta salirse de una noción marxista clásica y no caer en la noción de alienación como falsa conciencia, pero de todas formas admite que “hay algo de eso”. Esto se da porque el sistema capitalista genera que quienes comparten las mismas condiciones de vida crean que son enemigos, indicó. “En el sentido clásico marxista se les diría que les falta conciencia de clase, en el sentido de que no reconocen que están en una misma condición objetiva. El problema es que la subjetividad es mucho más complicada y no hay una realidad objetiva. Esta situación queda a flor de piel, es como una tragedia, como puede pasar también en las zonas de conflictos bélicos. Es un emergente de lo que pasa en el mundo a nivel general”, aclaró.

Según agregó, ese proceso de aislamiento y repliegue sobre sí se da en todos lados, pero “en esta situación de hacinamiento y precariedad existencial, donde se vive en una realidad permanentemente transitoria”, genera una situación que se termina pasando al acto, o en otras palabras, “se pasa a las manos”. Se pierde el sentido de realidad, lo que además “implica una denigración y estigmatización del otro y de uno mismo”, explicó el antropólogo.

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