El sábado, en la sección de opinión del diario El País, se publicó una nota de Diego Fischer bajo el título “Turistas y planchas” (ver ladiaria.com.uy/UG4). La columna, luego de describir con dudosas y no referenciadas cifras el valor económico de la rambla cercana al puerto de Punta del Este, plantea la existencia de ciertos problemas de convivencia entre algunos jóvenes locatarios y turistas que veranean en la costa. Aunque no queda clara la acusación de qué es lo que les hacen exactamente los jóvenes a los turistas, además de tener “miradas desafiantes”, se podría llegar a compartir que siempre es reprobable que existan situaciones de conflicto entre partes que están llamadas a compartir el espacio público que nos pertenece a todos. Sin embargo, a partir de ahí el columnista plantea algunos saltos conceptuales que se desatan tras la pregunta de un amigo finlandés: ¿Esto es consecuencia de la ley que legalizó la marihuana? La respuesta que le dio pudo ser otra:
“No, no es consecuencia de eso. Así como ves al Uruguay, moderno y pujante, hace muy poquitos años más de la mitad de los niños vivían en situación de pobreza. Si bien tenemos uno de los PIB per cápita más altos de América Latina, los niveles de desigualdad son superiores a los de cualquier país de tu continente, incluso los que considerás más desiguales. ¡Hasta hace poco tiempo ni siquiera había impuestos progresivos a la renta! Aunque no lo creas, incluso se opusieron a esto los partidos conservadores, algo impensable para los conservadores de Finlandia y sus países vecinos. La fractura social, que incluyó un abandono grande de las instituciones de provisión de bienestar durante décadas, estalló en 2002 y se hizo aún más visible. En estos años de crecimiento y distribución se ha comenzado a avanzar en la integración social, pero todavía tenemos niveles grandes de exclusión y diferencias sociales muy marcadas. En Uruguay sentimos orgullo y no vergüenza de que personas de distintas extracciones sociales compartan el espacio público. Efectivamente, a veces compartir ese espacio genera problemas, pero ¿sería justo restringir el acceso a ciertos lugares a personas que viven ahí todo el año? Lamentablemente, al igual que sucede en tu país (donde algunos finlandeses no reconocen como prójimo al inmigrante, porque lo consideran muy lejano culturalmente, y plantean institucionalizar su exclusión social), en Uruguay hay periodistas y columnistas que plantean lo mismo. Ah... y aprovechá a escuchar esa música que llaman cumbia, que es la que suena en todos los boliches de Punta”.